—Están que flipas, Eddy —dijo Harry mientras se disponía a engullir su décima sardina.
Eddy sonreía satisfecho. Era algo que tanto ellos como sus mujercitas habían planeado meses atrás. Unos días de vacaciones todos juntos disfrutando del sol, la playa, los niños y el FIFA los espetos.
Harry, experto en otras muchas lides, jamás había catado esa forma de cocinar el pescado (y otras cosas) famosa en el mundo entero. Cuando quedaron en reunirse cerca de Estepona para pasar unos días, Harry comenzó a salivar cual Homer Simpson pensando en una cosa y solo una. Sardinas. Sardinas asaditas en esos espetos ya parte de la cultura culinaria española.
Así fue cómo acudieron al Chiringuito Paco, que era algo así como la segunda residencia de Eddy y su esposa millenial, Rose, que era de esa generación que no conoció los VHS. Era mentira, pero a Harry y Sally les encantaba meterse con ella ya que la que en realidad les podía meter pullas por abueletes era Rose a ellos.
—Rose, mira, este chiringuito se fundó antes del mundial de Naranjito. ¿Sabes cuál, no? —comentaba Harry cuando aún estaban con la carta.
—Claro Harry. No lo conozco tanto como tú, que naciste cuando Franco aún gobernaba España y veíais dos canales en la tele —respondió rápida como el rayo.
—Exacto. Y el Madrid, campeón de Europa otra vez.
—¡Ja! —rió Eddy, fan acérrimo del Madrid—. Ahí le has dado, Harry. Ya sabes que Rose es atlética, no sabe a lo que huele una Champions. Ni en blanco y negro, ni en color.
—Puede ser, puede ser, pero tenía que comentarte algo, Eddy. Con estas conversaciones de fútbol y canales UHF empieza a dolerme un montón la cabeza. Esta noche me acostaré pronto y tal —respondió de nuevo Rose rápida como un segundo rayo. Aún más rápida, podríamos decir.
A su lado Eddy dejó de reírse.
Así transcurría esa velada. Los niños de ambas familias (compis y amigos en el cole y fuera de él) se revolcaban por la arena, riendo, corriendo y haciéndose la puñeta unos a otros como estaba mandado mientras nuestros protagonistas ojeaban la carta sin que hubiese demasiada necesidad para ello.
No la había porque Harry solo quería una cosa en el mundo. Sardinas asadas en espeto. O sardinas al espeto. O espeto de sardinas. Como se dijese, porque lo que descubrió ese día es que el espeto era la técnica de asarlas, no el plato como tal. De hecho uno podía hacer al espeto todo lo que se le ocurriese, y en el Chiringuito Paco lo sabían bien porque hacían otros pescados al espeto.
A Harry los otros pescados se la traían al pairo mediterráneo, porque él llevaba días soñando con esas sardinas. De hecho antes de su llegada a aquel chiringuito de Estepona —cuyo paseo marítimo era más largo que un día sin pan— había estado inquieto y nervioso. Las expectativas eran muchas, y tras recientes sinsabores en el mundo del atún tenía miedo de que la fama del espeto fuera injustificada.
Aquello pintaba distinto. Tras un pequeño susto inicial —no tenían sitio en la terraza de la playa, pero sí en la terraza interior— se sentaron y Harry y Sally comenzaron su rápido y experto análisis del lugar y el ambiente. Aire libre, check. Atardecer en la playa, check. Niños a su bola en la arena, check. Chiringuito limpito y cómodo sin moderneces, check. Y lo más importante, amigos estupendos, check.
Aquellas primeras impresiones eran fantásticas, pero es que la cosa iría a más. Tras pedir unas jarras de cerveza —Harry con limón, que tenía que conducir luego— no solo las trajeron casi instantáneamente y en jarracas muy, muy frías. Es que además acompañaron aquello con una cesta de pan que iba con esa sorpresa que a Harry le hacía entrar en estado de éxtasis: tarrinitas de mantequilla con sal.
—¿Has visto esto, Sally? —dijo Harry casi llorando de emoción.
—Harry, ¿estás bien? —preguntó Eddy preocupado.
—No te preocupes, Eddy. Es la mantequilla. Mi maridete podría alimentarse toda su vida a base de pan y mantequilla con sal.
—Pero qué facilón que eres, Harry —sonrió Eddy.
—Ya sabes que soy hombre de gustos sencillos. Pan con mantequilla, mahou y pipas, un whopper. Cosas así, Eddy, y yo feliz.
—Whoppers no, por Dios, Harry —comentó Eddy, que trabajaba en el sector de la restauración y además era cocinillas de pro y aspirante aficionado a Master Chef.
—Bueno, déjale, Eddy —intervino Rose —. El whopper también tiene su aquel.
—Qué sabia eres a pesar de tu juventud, Rose —respondió Harry mientras untaba la mantequilla en el primer trozo de pan que cogió.
Todos reían. Bueno, todos no. Harry no paraba de hacerse rebanaditas de pan con mantequilla mientras su mujercita le daba codazos y le advertía del peligro.
—Harry, te vas a quedar sin hambre para las sardinas.
—Eso jamás, Sally. Tienes razón, como siempre. Venga, pidamos pues.
Y pidieron. Los niños también tenían que comer aunque en ese momento estuvieran en su mundo, así que les pidieron unos socorridos calamares a los que se sumaron las sardinas que iban a catar de las dos raciones completas que se pidieron para todos. Más una de puntillitas, más una ensalada de pimientos, más media de cazón en adobo. Todo muy playero, todo muy marinero. Todo muy chiringuitero, existiese o no esa palabra. Harry contaba los segundos para catar aquellas sardinas.
Y mientras, más conversaciones y más risas. Ideas para forrarse —Eddy era uno de los tíos más inquietos que Harry había conocido, siempre quería montar algo nuevo—, planes de viajes futuros, recuerdos de viajes pasados y claro está, corrillos momentáneos entre las dos parejas de maridos y mujeres. Ellos hablaban de su futuro como pareja de pádel Pro Tour y de quién era mejor al FIFA (Harry siempre dejaría ganar algún partido a Eddy para que no cayese en la depresión), y ellas hablaban de un montón de cosas imposibles de detallar porque se me acabaría el post y no terminaría. Hablaban un montón, y ya.
Al poco de pedir, eso sí, tuvieron que cortar la conversación. Llegaban los camareros, y con ellos la comida. Los niños seguían jugando felices, pero era el momento de cenar, así que Eddy aplicó meses de práctica y de collejas de Harry, su mentor en temas de filología hispánica, para pronunciar una frase gramaticalmente perfecta, no sin antes avisar a Harry y Sally, defensores acérrimos de la lengua española:
—Harry, Sally, esto va por vosotros —dijo. Y tras una pausa, las palabras mágicas — ¡Niños, venid a cenar! ¡Acercaos y sentaos! ¡Dejad de jugar! ¡Corred a la mesa! ¡Portaos bien!
—Eddy, lo has dicho tan bien que voy a llorar de emoción. Qué oda al imperativo. Qué maravilla —dijo Harry sonriendo mientras le guiñaba un ojo.
—Me ha costado lo mío, ojo.
—Estoy orgulloso de ti, pequeño padawan. Pocos aceptan que les corrijan, y menos aún se esfuerzan en corregir esas pequeñas patadas al diccionario. Lo del imperativo, ya lo sabes, es sangrante en todas partes. Recuérdame que te deje una sardina extra para ti.
—No hace falta, Harry, no te preocupes.
—Lo decía de coña, Eddy. Las sardinas son para mí. Cuando me ganes al FIFA ya si eso te dejo una.
—Pero qué dices, Harry. Si soy la machine.
—Lo eras en la Xbox 360, pero con tu flamante Xbox One S y el FIFA 18 te estoy dando para el pelo.
—Bueno, es que no le he pillado el truco. Tú dame tiempo, que te vas a enterar.
—Claro, que sí, Eddy, claro que… —Harry se interrumpió ante una visión milagrosa.
Ahí estaban. El camarero, rápido y eficiente, dejó las bandejas sobre la mesa y soltó un «¡que aproveche!» con un perfecto acento malagueño.O sea, sonó exactamente igual, pero como con más salero. Ya me entendéis.
Las sardinas al espeto. Por fin.
De primeras a Harry le impresionaron poco. Quizás se imaginaba sardinas del tamaño de lubinas, pero no, es que aquel era el tamaño estándar de las sardinas al espeto. Daba igual el tamaño, se dijo Harry. A por ellas, pensó. Y de pronto pareció como si le leyeran el pensamiento. Lo cual tampoco era especialmente complicado en aquel momento.
—Harry, venga, a por ellas —le dijeron sus tres compañeros de mesa mientras los niños miraban extrañados el panorama sin comprender nada.
—Allá voy.
Harry cogió una sardina y comprendió.
Comprendió por qué las sardinas al espeto eran tan famosas. Por qué daba igual que fueran más pequeñas de lo que esperaba. Por qué daba igual que hubiera tenido que recorrer 600 km para conocerlas o por qué no importaba que les hubieran puesto en la terraza interior. No importaba que la decepción hubiese inundado sus escapadas a restaurantes más o menos premium una, y otra, y otra, y otra, y otra vez. Por qué daba igual todo, o quizás porque precisamente todo eso —que aportaba perspectiva, referencias— importaba.
—Bueno, ¿qué? —preguntó Eddy expectante.
—Están que flipas, Eddy.
Así era. Harry acababa de apropiarse de esa expresión tan frecuente en Eddy. Decidió que la utilizaría para cualquier plato digno de sus particulares estrellas Michelín, y de hecho acababa de ser concedido a aquellas sardinas al espeto. Eran los platos queflipas™, decidió Harry, y había pocos en el mundo que merecieran tal galardón. Aquellas sardinas se lo habían ganado de forma instantánea.
Mucho se acercaban las puntillitas, fantásticas, y no tanto el cazón, correcto pero algo fuerte. Pero esas sardinas eran tan espectaculares que acabaron pidiendo una tercera bandeja cuando ni siquiera tenían ya hambre. Era pura gula de todo. No solo de las sardinas, no. Era gula de playa, de mar, de vacaciones, de verano y de buenos amigos.
Gula de vida.
Y comieron, y rieron. Y no hay nada más que contar.
Al menos te llevaste un buen recuerdo gastronómico de tu sureña escapada XD
Si te pareció interminable el paseo de Estepona, el de Roquetas de Mar y alrededores te hará creer que eres Oliver en aquella mítica serie corriendo con el balón por una banda que dura tres capítulos 😉
Para completar tu experiencia y salvo que haya un tercer artículo en la recámara te ha quedado vivir en pijerismo costero de Puerto Banús, apenas un puñado de kilómetros en dirección Málaga desde Estepona. Creo sin equivocarme que supera a cualquier local o zona para «winners» de los Madriles. Si eres un aficionado a los coches, se disfruta doblemente.
xD Buena analogía la de Oliver y Benji. Pues qué cosas. Pasé por Puerto Banús, ese lugar en el que probablemente Instagram se use más que en la mayoría de sitios del mundo.
Igual cae post al respecto, pero estaría muy en la línea de Harry y Sally en Winnerlandia, solo que más breve. En una hora confirmé mis sospechas sobre ese escaparate de la vanidad humana. Tremendo.
Es que no hay otro sitio donde enmarcarlo: Winnerlandia International Edition.
Los lugareños de vez en cuando pasamos por allí cuando ya la marabunta veraniega ha arrasado con la zona. Mención especial al cine que por dentro parece más bien un garito de copas «cool» aunque el precio no está nada mal. Barato para tus estándares.
Lo que me he reído con lo de «Winnerlandia», ¡Genial! simplemente genial.
¡Jajajajajaja, cómo mola! : D
Enhorabuena. Al final, los pequeños placeres importan tanto o más que los grandes. Aquí la media ponderada no funciona. Todo suma.
Felicidades por ir marcando checks. Esto es lo que hace que cumplir años valga la pena : )
Y que vengan muchos más checks 😉
Un abrazo Uxío!
Tras una larga pausa en las lecturas del post, da gusto comenzar el repaso con un post así. Felicidades por estas historias, Javi.
Ale, vamos a seguir leyendo cronológicamente, …