Tecnología

El Pac-Man de Lego y el triunfo de la nostalgia

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Siempre fui más de Tente que de Lego, pero la verdad es que nunca fui muy ni del uno ni del otro. Diría que en mi niñez o no había Lego o eran demasiado Premium para los niños de la clase media setentera. Daba igual, porque los Tente eran igualmente estupendos y además eran súper made in Spain, que en aquella época como que molaba más.

Pero claro, Lego es Lego. Y si algo ha sabido hacer la empresa todos estos años es asociarse con todo tipo de franquicias para vendernos que la creatividad era reconstruir nuestros recuerdos (u obsesiones) con piececitas de plástico. Construyes cosas nuevas, sí, pero sobre todo diría que recreas lo que ya conoces para ver si te queda tan bien como el objeto real.

Por eso LEGO ha sabido aprovechar el tirón de la nostalgia. El último ejemplo es contundente: la firma acaba de presentar una mini recreativa de Pac-Man que es un homenaje a esta leyenda de los videojuegos. No puedes jugar al Pac-Man, pero un ingenioso mecanismo permite que al girar una manivela en la parte derecha los muñequitos de la máquina recorran el pasadizo falsa pero encantadoramente pixelado.

Ya hicieron lo mismo el año pasado con la Nintendo NES, y la recepción fue igualmente fantástica. Aquel «set» contenía 2.646 piezas y costaba 230 dólares. Este contiene 2.650 piezas y cuesta 270 dólares. Precios que uno puede considerar decentes o elevados, pero que dan igual porque quien los compre —y eso es seguro— lo hará convencido de que la inversión ha merecido la pena (y es hasta barata).

Es un juego curioso este de la nostalgia, y aquí todos intentan sacar tajada de él. Yo mismo me compré la Steam Deck como experimento. Lo hice hace un año, y ¿sabéis cuánto he jugado con ella? Casi nada. Suele estar en su estuche bien guardadita a pesar de que tengo ahí instalado EmuDeck y varios juegos actuales (FIFA y Sifu ahora mismo) por si me da el yuyu. Pero no me da, porque cuando quiero jugar lo hago en la consola o en el PC, con una pantalla más grande. El experimento me salió como yo esperaba: más bien rana. Mis niños la usan de vez en cuando, pero para ellos jugar en la Xbox (además lo hacen a dobles) también es más chulo.

Pasa un poco igual con aquel bartop que tengo desde 2016. Es un invento súper gracioso y súper nostálgico. ¿Sabéis cuánto lo he usado en el último año? Cero. Ahí está, cogiendo polvo, el pobre, porque conectarlo a la tele es un poco rollo (hay que trasladarlo al salón, buscar donde apoyarlo y conectar los cables) y porque ahora mismo tengo la Steam Deck como alternativa portátil, rápida y cómoda.

La nostalgia me traiciona. Nos traiciona. Nos hace comprar cosas y gastar en cosas que nos proporcionan esa estupenda gratificación instantánea cuando las abrimos por primera vez, pero que al menos a mí me acaban provocando cierto sentimiento de culpa por traicionar mi lema de invertir en aquello que usas.

Pero es lo que tiene la nostalgia. Que es estupenda durante un ratito en el que todos coreamos que aquel tiempo pasado fue mejor. Lo hacemos en los conciertos de música ochentera y noventera, por ejemplo. Yo miraba un poco alucinado a mis padres cuando disfrutaban de la música ye-ye, y ahora me descubro con mis amigos cantando a gritos Carolina y, cómo no, la misma música ye-ye que disfrutaban nuestros padres. Tócate las narices con pelillos a gogó. Y mientras, por cierto, los grupos de entonces aprovechan el tirón para hacer retrogiras y permitirnos hacer un Michael J. Fox y volver al futuro. O al pasado. O a donde sea. Win-win.

Y si alguien sabe de vueltas al pasado, esa es Lego. No seré yo el que compre la maquinita, pero oye, chapeau.

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