Tecnología

Cuando las guía telefónicas dominaban el mundo

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Hay gente muy conocida en el mundo de la privacidad y la seguridad. Entre ellos está Troy Hunt, creador de la célebre HaveIBeenPwned, ese servicio fantástico para darnos cuenta de lo expuestos que estamos en internet. Probad, probad: meted vuestra dirección de correo y veréis cómo vuestros datos seguramente hayan quedado expuestos en algún robo masivo de datos.

El servicio es estupendo porque permite estar alerta y además nos deja claro lo importante que es cambiar las contraseñas de los servicios en los que esas contraseñas han quedado expuestas. Hunt lleva años recopilando bases de datos que se van filtrando para ofrecer un buscador cada vez más eficiente, y de hecho ahora tiene casi 10.000 millones de cuentas —se dice pronto— que en una u otra ocasión los hackers han logrado «robar».

Unas veces esas contraseñas están cifradas y eso no plantea un problema tan grave (si son fuertes), pero otras no lo están y eso hace que cualquiera pueda suplantar nuestra identidad y robarnos la cuenta y los datos para hacer cosas potencialmente muy peligrosas para nosotros.

El caso es que Hunt sabe de lo que habla, y ayer publicaba un tuit muy simpático (vía Sergio Carrasco):

Seguro que la mayoría os acordáis de las guías telefónicas, esos gigantescos tomos que Telefónica distribuía (junto a las amarillas) entre sus clientes hace años y que permitían que buscásemos el teléfono y dirección de cualquier persona de la que supiéramos nombre y apellidos. A mí esas guías siempre me hacen recordar esas películas americanas en las que la escena se repetía una y otra vez: un tipo llegaba a una cabina telefónica, buscaba el nombre en una guía y el muy capullo arrancaba alegremente la página. Vandalismo normalizado gracias al cine, qué estupendo.

El caso es que esas guías que considerábamos entonces como totalmente normales y convenientes se me antojan ahora como un potencial robo masivo de datos, como decía Hunt. De repente cualquiera podía saber dónde vivías y cuál era tu teléfono, pero eso nos importaba un pimiento: lo normal es que nunca pasara nada por eso —ingenuos de nosotros—, aunque seguro que muchos usuarios recibieron alguna que otra broma a lo Bart Simpson con Moe.

Quizás en algunos casos ocurriera algo peor, pero si lo hizo no parece que la cosa fuera tan frecuente, porque las guías siguieron publicándose. Leo en un artículo de eldiario.es de 2014 cómo efectivamente hubo problemas por cesión de datos que no sé cómo siguen estando alegremente disponibles en internet teniendo en cuenta que la LOPD o la RGPD se ha puesto especialmente dura con estas cosas. Creo recordar que se podía solicitar no aparecer en las páginas blancas —lo hacían por ejemplo los famosos—, y como digo, lo que ahora parece asombroso por esa cantidad de datos tan personales entonces no era para tanto.

Las llamadas páginas blancas llevan ya más de 20 años en internet: basta con poner un primer apellido y una provincia en el buscador para localizar a quien buscabas, y aunque el buscador tiene un diseño simplón y anticuado, sigue funcionando a la perfección. Es desde luego curioso, y me pregunto por qué esos teléfonos sí aparecen y no ocurre algo similar con los teléfonos móviles.

Esas páginas blancas seguían imprimiéndose a tope por ejemplo en 2009, cuando en Microsiervos se preguntaban por el impacto ecológico de aquel esfuerzo que no tenía ya mucho sentido. En Voz Populi contaban en 2016 cómo solo unos cientos se imprimían y usaban ese año. Lógico: el teléfono fijo ha caído de forma notable en su uso, y tampoco usamos ya esas cabinas telefónicas —con su guía telefónica siempre disponible y bien encadenada— que en algunos casos eran verdaderas salvavidas antes del desembarco masivo de los móviles.

Qué recuerdos. Qué tranquilo y seguro parecía todo entonces. Tenías a (casi) toda España a tu alcance para localizar a quien quisieras, y no pasaba nada. No había preocupación por la privacidad porque la invasión entonces era aparentemente mínima. ¿Qué ha cambiado? ¿Nos hemos vuelto más malos?

Igual sí. Porras.

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