Las oficinas abiertas, diáfanas, —esas que un día califiqué como oficinas-trampa tomando prestado un tema de NYT— se ven ahora comprometidas. Vuelve el cubículo, señores, o al menos lo hace temporalmente.
La culpa la tiene el COVID-19. Tuiteé hace días el estudio de Erin Bromage, un biólogo que explicaba cómo se transmite el coronavirus (10.000 particulitas bastan para contagiarse, y con una tos expulsamos 3.000 gotas a unos 80 km/h). El documento es, como decía entonces, demoledor e inquietante. Ponía a la oficina como ejemplo de sitio al que no mola nada tener que volver ahora mismo porque el riesgo de contagio en espacios cerrados sin una buena ventilación es importante. El cubículo puede ayudar un poco, claro, pero creo que la política de teletrabajar debería ser reforzada hasta que esto esté mucho más controlado.
De repente todos están hablando de teletrabajo. El caso de Facebook en esta reapertura de ese debate es especialmente notable. Zuckerberg decía el pasado jueves que iba a impulsar el teletrabajo. Según sus estimaciones, aproximadamente el 50% de sus empleados estarán teletrabajando antes de que acabe la década. Igual es una de esas declaraciones para parecer cool y dar buena imagen a su empresa, pero lo cierto es que la idea -que no es nueva, pero que reafirmada por Zuck lo parece- ha generado mucho interés.
Con ella, por cierto, un detalle importante: el creador de Facebook decía que los sueldos de la gente dependerían del sitio desde donde trabajan: si curras en un sitio barato, cobrarás menos que si lo haces en un sitio caro. Curioso, dicho esto, que en Suiza los tribunales hayan determinado que la empresa debe contribuir a pagar el alquiler a los que teletrabajan cuando lo hacen desde casa.
¿Es eso justo? Ayer lo hablaba con un amigo que estaba muy poco de acuerdo con ese criterio. ¿Qué pasa, voy a cobrar menos por currar desde Soria cuando hago el mismo curro que el que va todos los días a la oficina en Madrid?
La pregunta tiene mucho sentido, sobre todo cuando efectivamente tu trabajo le genera a la empresa el mismo retorno que el de otro tipo en tu nivel de responsabilidad. Da igual que tú lo hagas mientras te comes unos torrenillos, y también da igual que lo hayas hecho por la noche porque por la mañana has estado esquiando o haciendo wakeboarding. Salvo que eso limite tu productividad y el retorno para la empresa (por ejemplo, horarios de atención al cliente), debería dar exactamente lo mismo. Si tú eres feliz y produces bien así, enhorabuena.
Aquí mi experiencia me hace pensar que quien teletrabaja no debe cobrar lo mismo que quien va todos los días a la oficina (si hace el mismo trabajo y genera el mismo retorno). Tengo claro que teletrabajar es, al menos para mí, como cobrar 30.000 euros más al año. La cantidad en realidad no importa: si a mí me ofrecieran un puesto ahora mismo el sueldo tendría que ser importante por el mero hecho de tener que acudir a una oficina. Estoy tan hecho al teletrabjo, amo tanto esta forma de currar, que abandonarla sería para mí una tragedia.
Lo comentaba con Antonio Ortiz, que planteaba la reflexión en su Causas y Azares y en Twitter, donde incluía algunos de los enlaces que he metido al hilo de este debate. Algunos hablan ya de que la oficina está muerta (muy típico de los periodistas querer matar algo en cuanto pueden, da muchos clics), pero yo no lo creo. Lo que sí creo es que esto es una oportunidad de oro para que la sociedad y el tejido empresarial se planteen otra forma de vivir. Una que permita a la gente pirarse a currar desde donde le plazca y como le plazca si el negocio lo permite. No lo hace siempre, pero desde luego en muchos casos (muchísimos) sí.
Las ventajas serían, creo yo, asombrosas. No solo es ya el hecho de la flexibilidad que plantea este modelo: es más barato para las empresas en cuanto a infraestructura (al menos eso parece), abre el abanico del talento (hay gente válida en todas partes que no quiere o no puede mudarse a la gran ciudad) puede que sea más barato en sueldos (si la gente efectivamente gana menos si vive en sitios más baratos), y hace que, si la gente es responsable (un gran condicional, cierto), todos puedan ser más felices. Ciudades descongestionadas, tráfico mucho más asumible, distribución de la población fuera de los grandes núcleos urbanos… Todo fantástico. Me gustaba la frase del post antes mencionado de Marker en Medium:
This may also put an end to our love affair with the almost 150-year-old concept of the skyscraper
Efectivamente, de repente la cultura del rascacielos ya no tendría (tanto) sentido. Lo dicho. Fantástico.
¿O no? Luego, claro, están los efectos negativos de los que también hablaba Antonio y que menciobaba Javier Lacort en un post también la semana pasada: muy bien teletrabajar, pero haces polvo a un montón de gente que dependía de forma indirecta de esas oficinas. Sobre todo restaurantes y cafeterías que viven gracias al menú del día.
Esa transformación, si finalmente acaba produciéndose, cambiará el tejido mismo de las ciudades grandes y pequeñas. Las primeras lo serán menos, y las segundas más. Y eso, creo yo, hará que incluso quienes pierdan con la desaparición parcial de la oficina (repito, si ocurre) puedan adaptarse para también vivir mejor montando el mismo restaurante con pedidos a domicilio, pero en la ciudad pequeña en la que por fin pueden mudarse.
Hay otros debates importantes derivados de esa letra pequeña del nuevo paradigma planteado por Facebook. Por ejemplo, el de cómo te ve la empresa y si eso de trabajar o teletrabajar crea divisiones: la primera división con los que van a la ofi, los elegidos, teóricamente con más opciones para promocionar, y la segunda división, con los que valoran calidad de vida y probablemente tengan difícil subir en el escalafón porque oye, si quieres vivir al lado de la playa igual es que la empresa no te importa tanto.
Ya sabéis que yo soy mucho de la cultura del trabajar para vivir. Respeto a todos los que disfrutan tanto de su trabajo que ponen en segundo plano todo lo demás (incluida familia y amigos), pero aquí no les envidio y me pregunto si seguirán pensando lo mismo cuando dejen de trabajar y ser útiles para sus empresas. Lo que leo por ahí me dice que no. Alguien lo expresó una vez de forma chula:
Jamás nadie ha dicho en su lecho de muerte ‘ojalá hubiera trabajado más’.
Igual quienes lo decían habían currado un porrón y hay gente que opina lo contrario, desde luego. En las webs de emprendores precisamente está esa frase vuelta del revés, pero claro, es una web de emprendedores.
David Bonilla comentaba en la Bonillista que lo de que una empresa se adapte al teletrabajo y al trabajo en remoto (que no es lo mismo) tiene mucha miga. Es probable que en la inmensa mayoría de casos nos encontremos con empresas híbridas que sigan teniendo oficinas, pero menos concurridas, y también una parte de la gente currando en remoto y teletrabajando. Bonilla lo expresaba de una forma curiosa: «estamos sobreviviendo, no trabajando en remoto«, aunque él se refería a que el COVID-19 está provocando que esta situación de teletrabajo sea forzada y además venga acompañada de aislamiento casi total.
Sea como fuere, yo creo que todo esto plantea un futuro súper interesante. Uno en el que quizás —solo quizás— por fin podamos acercarnos a un modelo mucho más distribuido que mucha gente seguramente pueda y quiera aprovechar. Que no necesariamente implica currar en casa: los espacios de coworking tienen su aquel en este caso, para los que los prefieran.
Yo, desde luego, me imagino perfectamente currando acompañado de unos torrenillos o unas croquetas de cabrales. Me imagino currando en un montón de sitios, en realidad. Pocos de ellos, eso sí, son oficinas.
La coyuntura ha querido que ahora viva a 3min a pie de donde trabajo. Tengo además vestuario, ducha y gimnasio a mi disposición incluidos. Encima, me sobran 2 motos y no me hace falta coche… PERO está claro que no podría teletrabajar aún y estar en una oficina. Zuckerberg se ahorraría mucha intendencia y mantenimiento mandando a casa al 50% del personal, verdad?
Buen debate este, Javi.
Pues eso es una bicoca. Así yo también curraba en una oficina 😉
A mi lo del teletrabajo ni me pilla ni lo va a hacer presumiblemente: la máquina más pequeña con la que trabajo mide unos 10m de largo. Eso sí, comentar que me parece que Zuck le echa mucho morro, un ingeniero le aporta el mismo valor a su empresa trabajando en la India o en Nueva York y no me parece justo que cobren en función de la carestía del lugar cuando puede haber una diferencia de 10x o incluso 100x. No es que no comprenda en cierto modo su punto de vista de que el paga los salarios en una de las ciudades más caras del planeta, pero de un extremo a otro debe haber algún punto medio, como un nivel salarial determinado y razonable y algún tipo de complemento para sitios muy caros, tipo Nueva York o Silicon Valley. De otra forma los cantos de sirena de «contrataremos el talento allí donde esté» se van a convertir en poquísimo tiempo en «contrataremos el talento allí donde esté MÁS BARATO».
Puede que eso acabe siendo cierto, pero mi sensación es que en general es buena idea y que abrirá más opciones para el talento. O al menos, que el talento tendrá más opciones y no estará obligado a pirarse de donde vive tan ricamente (si es que lo hace).
Pero sí, el peligro está ahí.
Pingback: Trabajar rápido, trabajar bien | Incognitosis