Tecnología

Black Mirror y el terror hecho suscripción

Aviso: esta entrada contiene algunos spóilers. Quizás prefiráis ver ese capítulo de ‘Black Mirror’ antes de leer este post. Por favor, vedlo.

—¡Es un anuncio! ¡Está hablando como si fuera un anuncio!

Eso es lo que exclamé con Sally al lado ayer por la noche. Estábamos viendo el primer episodio de la séptima temporada de ‘Black Mirror’ y me quedé absolutamente pasmado al ver ese momento álgido. Porque cuando has estado un par de años —con pausas y ritmo tranquilo— escribiendo un libro sobre suscripciones, que en una serie se reflejen tan bien todo lo que puede ir mal en ese segmento es sencillamente alucinante.

Y es justo lo que pasó ayer. Qué maravilla de episodio. Qué prodigio.

Me enteré casi de casualidad de que Netflix estrenaba la séptima temporada de ‘Black Mirror’, y la verdad es que no tenía una prisa especial por verla. La distópica serie que nos conquistó hace más de una década me pareció espectacular en sus primeras temporadas, pero luego pareció diluirse un poco. Precisamente por eso no esperaba gran cosa de ella, y también precisamente por eso ayer me encontré con un capítulo excelso, crudo, terrible y angustioso.

Que es justo como debe ser ‘Black Mirror’.

En ese primer episodio, llamado ‘Common People’, nos encontramos con una historia muy de ‘Black Mirror’. Una que coge una tendencia social relacionada con la tecnología (las suscripciones) y nos muestra cómo podría acabar torciéndose para crear un futuro terrorífico.

De primeras todo parece normal. Pareja simpática, muy enamorada, y que llega algo justita a fin de mes. De repente a ella le detectan un problema en el cerebro, pero no pasa nada: hay solución. Una startup ha desarrollado un sistema para corregir lo que funciona mal, replicarlo ya corregido en sus servidores en la nube, y poder curarte gracias a que esa parte de tu cerebro funciona en la nube.

«Eso debe costar un dineral», le dice el chico a la mujer que le está vendiendo la moto. «Pues no», responde la tipa. Y entonces le empieza a contar el truco. Sólo tienes que pagar una suscripción de 300 dólares al mes, le dice la comercial, que tiene labia pero que se nota que ahora necesita vender la moto. Quiere captar clientes porque la empresa está empezando y necesitan que el boca a boca haga que ganen más y más usuarios.

Rashida Jones, que ya lo hacía estupendamente en The Office —lo siento, Pam era mucha Pam—, está también fantástica en este episodio de ‘Black Mirror’.

El caso es que el chico acepta, claro. Quiero mucho a mi mujer, por Dios, si tengo que pagar una suscripción la pago. Al principio todo va bien, pero luego ambos empiezan a darse cuenta de que hay mucha letra pequeña chunga. La suscripción obliga a no salir de la ciudad —porque estamos empezando y la cobertura es la que es— y a que la chica duerma 12 horas al día para no saturar los servidores. Pero no os preocupéis, les dice la comercial —con una oficina ya algo más cuca— porque estamos preparando una ampliación del servicio para que podáis viajar por todo EEUU. Ellos sonríen y se piran de allí. No pueden viajar, pero oye, tampoco lo necesitan. Todo bien.

Pero la cosa empieza a torcerse. Se levantan por la mañana y él va a hacerse un café. Cuando le pregunta a ella si quiere uno, algo en ella hace clic, se pone muy derecha, muestra una sonrisa profidén y empieza a decirle a él que tal vez quiera probar el café X, con un tueste aromático y profundo. Él se vuelve algo extrañado y ella vuelve a una postura más relajada. «¿Qué café dices que tenemos que probar?», dice él.

Y entonces el que hago clic soy yo. Eso no lo dice ella porque quiere. Es un anuncio. Uno que le han metido en la cabeza y del que ella ni se entera. De repente ella ya no controla (tanto) su vida. Ya no es una persona, sino un chip conectado a la nube que parece una persona. Es como los Kindle de los que te borran libros sin que puedas hacer nada o los tractores John Deere que compras pero en realidad no son tuyos porque pueden convertirlos en un pisapapeles con un clic de un ratón. Pero mientras que en estos casos reales dejas de ser propietario de un lector de libros electrónicos o de un tractor, lo que refleja el episodio de Black Mirror es mucho más chungo. Ahí dejas de ser propietario de ti mismo.

Pobre hombre, de verdad.

El caso es que cuando la chica pronuncia esa frase alucino y digo eso que comento al principio, y me doy cuenta de qué va todo este episodio. Me gustaba el inicio del episodio con la idea terrorífica de la suscripción para salvarte la vida (hola, Apple y el pánico en cuatro actos). Ya de primeras me capturó la idea. Pero eso del anuncio ya fue el momento definitivo para mí. Y desde ahí, el despiporre.

Es alucinante.

Es como reírte de ti mismo, pero con una broma macabra. Que la chica se ponga a promocionar productos en modo zombie es terrorífico, sobre todo cuando esa estrategia es justo la que han adoptado todas las empresas que en algún momento se han apuntado a las suscripciones. Lo hemos visto en estos últimos meses en las plataformas de streaming, que se han vuelto peores que nunca al devolvernos a la tele de antes. Pero antes al menos no pagabas. Ahora encima pagas, aunque claro, por lo menos tienes un catálogo bastante majo y contenidos bajo demanda.

Pero da igual. Son anuncios. Tiene narices que Netflix no haya puesto pegas a este episodio, porque precisamente pone a todos servicios a caer de un burro. Y al mismo tiempo es brutal y espectacular que lo hayan dejado tal cual. Más un galón para ellos.

A partir de ese momento, como digo, despiporre y crítica absolutamente sangrante brutal a los servicios de suscripción. Lo que le pasa a esta pareja va degenerando de forma colosal y acaba llevándonos a una situación que es trágica y que precisamente es un retrato —exagerado, caricaturesco y horrible, pero retrato— de lo que estamos viviendo con las suscripciones.

Hija de la gran.

Porque como indico en mi libro, estamos asistiendo a la mierdificación de las suscripciones. El término no es mío, sino del periodista y escritor Cory Doctorow, que lo aplicó inicialmente a las redes sociales pero que yo me agencié para las suscripciones. La mierdificación es un proceso que explicó por ejemplo al aplicarlo a TikTok:

Así es como mueren las plataformas: primero, son buenas con sus usuarios; luego, abusan de sus usuarios para mejorar las cosas para sus clientes empresariales; finalmente, abusan de esos clientes empresariales para recuperar todo el valor para sí mismas. Entonces, mueren.

Lo estamos viendo por todos lados, y desde luego lo estamos viendo con las plataformas de streaming. Netflix fue maravillosa hasta que dejó de serlo. Fuera cuentas compartidas, subimos precio, metemos anuncios… ¿Qué vendrá después? Algo se les ocurrirá, como a todos, con tal de seguir exprimiendo a los usuarios. Y lo triste es que aunque todos la criticamos, la empresa va como un tiro. Antes del caos de los aranceles estaban en máximos históricos, así que parece que hacernos la puñeta a los usuarios y mierdificarse le está dando buenos resultados.

Y ese es el mensaje de ese prodigioso episodio de Black Mirror. Ellos lo convierten en una peli de terror, un cuento exagerado, pero es que una vez más ocurre con Black Mirror que eso que pasa en la ficción no está tan lejos de pasar en la realidad.

Ya ya, no avisa pero si lo llevas te puede salvar la vida. Como mensaje promocional es impecable.

De hecho a mí este episodio me recuerda especialmente a Apple. La empresa lleva tiempo entrando en el segmento de la salud. De momento lo hacen de una forma nada invasiva y muy proactiva por parte del usuario, pero el mensaje de Apple en todas las keynotes es el mismo cuando hablan del Apple Watch y sus opciones:

Llevarlo te puede salvar la vida.

Es así. Igual te has perdido en el desierto o esquiando y no tienes cobertura, así que las llamadas vía satélite te pueden salvar la vida. Eso es cierto, pero claro, lo que te están vendiendo es lo mismo que las compañías de seguros. Que por supuesto son las inventoras de las suscripciones al miedo. Las vampiras de los porsis. Me voy a hacer un seguro del coche porsi me doy una castaña, uno de la casa por si tengo una humedad y voy a contratar un seguro para el iPhone por si se me cae y se me rompe la pantalla. Y lo malo de las suscripciones es que una vez te atrapan, se mierdifican y a veces no puedes hacer nada.

Y entonces te dicen que si quieres irte de viaje puedes pagar la suscripción Plus. Y si ahora quieres no tener publicidad puedes pagar otro extra para pasar al plan Platinum. Y si de repente quieres ser usuario del plan Lux podrás aprender kung-fu en 10 segundos o sentirte flotando de felicidad sin necesidad de drogas, solo con un pequeño comando informático que reciba el chip de tu cabeza.

Y entonces ya no serás tú. Serás una suscripción con patas.

Qué chungo.

***

Y ahora un poco de autobombo. Si os gusta el tema de las suscripciones, atentos: he escrito un libro sobre ellas.

Se llama ‘Suscriptocracia: cómo las suscripciones lo han conquistado todo‘ y está de rebajas: un 30% menos de precio:

Yo, eso sí, soy igual de entretenido que ‘Black Mirror’, pero nada angustioso, os lo prometo. Ahí lo tenéis si os apetece darle una oportunidad. ¡Gracias!

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4 comentarios en “Black Mirror y el terror hecho suscripción

  1. Betadineh dice:

    Está muy bien el enfoque que le das de las suscripciones, pero yo creo que hay que sumar en este caso es una crítica a la sanidad privada americana, si no tienes para pagar estás muerto o vives una miserable vida, y sumarle también la degradación humana en internet, en este caso para pagar.

    De todos modos lo que me demuestra es que es un gran capítulo como los de las primeras temporadas con muchos mensajes.

    Saludos

  2. Miguel Angel dice:

    Acabo de ver el capítulo y acto seguido he leído tu artículo.
    Subyacen muchas lecturas de lo visto: las suscripciones a todo y para todo, con sus regalos iniciales que se convierten en veneno, las empresas que te sangran hasta que ya no pueden sacarte más, la sanidad norteamericana, con sus miserias… Pero esperaba un aspecto que, a medida que pasaba el capítulo y la situación de la pareja se volvía más insostenible, creía que aparecería, pero igual Netflix no lo permitió: la piratería de la suscripción. Creía que el marido acudiria a algún tipo de artimaña para dañarse las limitaciones y acceder al plan lux: algo tipo parche software o compartir la suscripción con otros usuarios por tiempo.
    Lo dicho, un Capitulazo… Ojalá los restantes sean igual de buenos