Acabo de terminar de ver el último episodio de la primera temporada de True Detective, y la verdad es que me he quedado bastante frío. Como ocurrió con Breaking Bad, no hacía más que oír buenas críticas de una serie que tiene, eso sí, unos cuantos puntos fantásticos. Cuidado, spoilers.

Por ejemplo, sus títulos de crédito, que analizan de forma magistral en Art of the Title (qué blog más curioso y bien hecho) y que son una pequeña obra de arte. La caracterización de los personajes es también impresionante, así como la fotografía y las puestas en escena. Todo cuidado al detalle, incluyendo a los propios protagonistas y sus aspectos pasado -brutal como les rejuvenecen- y presente -los años no perdonan, habrán dicho los maquilladores-.

Incluso la historia está curiosa, aunque a mi me recuerde mucho a Seven en algunos apartados. Me gusta el desarrollo y cómo el final de todo se acaba desarrollando en la época actual, atando los cabos que no quedaron atados en aquella primera gran parte de la historia.

Pero es que me falla lo principal: el ritmo, lentísimo, y el guión, demasiado místico para mi gusto. Los dos protas –lo hacen bien, desde luego–  logran convencer en sus papeles, pero sus diálogos –sobre todo por el papel de McConaughey, vaya personaje, aunque lo borde– me resultan farragosos, secos, y sobre todo, raros. Igual es que no me gustan las historias curradas de desarrollo personal y todo eso (la evolución del personaje de Breaking Bad es brutal, sí, pero ni con eso logré pasar de la tercera temporada). Igual es soy más bien simplito y me van cosas más de palomitas y de no pensar, no sé. Lo que sí sé es que True Detective me ha dejado frío. Pero ya se sabe. Para gustos, los colores.