De verdad que no iba a pedírmela. Y entonces van los chicos de Microsoft y EA y me hacen la puñeta. El FIFA es, de largo, el juego al que más he jugado en toda mi vida. En los últimos tiempos el ritmo ha bajado mucho, pero cuando puedo (sólo a horas intempestivas) conecto el proyector y la consola, cargo el FIFA 13 (y antes 12, 11, 10…) y juego 5, 6, ó 10 partidos seguidos en Xbox Live en el modo temporada, según me dé (o según me den los rivales, mejor dicho). Luego pasa lo que pasa, que me levanto con un sueño de tres pares.

No soy un crack, pero me defiendo y ando bailando entre la cuarta y la tercera división (a segunda llegué solo una vez y me fundían que daba gusto). Es un rato extrañamente especial y revelador. A los 40 sigo disfrutando de los videojuegos casi tanto como cuando tenía 20 y jugaba en el Amiga 1200. Mola.

Los sucesivos anuncios sobre la Xbox One no me habían convencido aún para decidirme a comprarla. Hay muchas incógnitas sobre su futuro, pero también hay muchas características llamativas. La mayor de todas, el uso de la arquitectura x86 que teóricamente hará que los desarrollos de juegos (y aplicaciones) para Windows y la Xbox One acaben convergiendo. En Redmond no dan muchas pistas –apuntan a ello de forma sucinta— pero a eso se une otro tema relevante: el papel como reproductor de contenidos multimedia y como PVR. Eso último parece por ahora reservado a Estados Unidos, pero teóricamente debería llegar a nuestro país.

En lo demás, la cosa no es tan sorprendente. Kinect es más potente, pero veremos si eso se traduce en algo relevante o se queda en anécdota –como sucede con Kinect en la Xbox 360– y la capacidad gráfica o de proceso es simplemente evolucionaria. Diría que casi decepcionante: han pasado 8 años desde el lanzamiento de la Xbox 360 y los gráficos que se logran en esta última son brutales.

Pero la Xbox One tiene papeletas, como por ejemplo el catálogo de juegos que acaban de anunciar para el lanzamiento, muy muy potente. Y, en mi caso, la inclusión de FIFA 14 en la pre-reserva, algo que puede que haga flaquear mis defensas. Tal y como están las cosas probablemente no me permita un capricho de este calibre (500 euros no son moco de pavo), pero quién sabe. Intentaré portarme muy, muy bien, y a lo mejor sus majestades se dignan y me la traen por Navidad. La última vez no me hicieron ni caso –cierto que no fue culpa suya– así que veremos. Igual inicio una campaña de crowdfunding en Incognitosis para que me financiéis el vicio. ¿Quién se apunta? 🙂