Incognitosis

Igual tu vida es una mierda

Leía estos días una columna de Enrique Alpañés —mi particular descubrimiento de gente que escribe bien de los últimos meses— titulada «La ciudad de los flipados«. Es un texto fantástico que hace sonreír. Pero de forma chulis. No de la otra, un poco barata, con trucos como los que suelo utilizar yo. Ya sabéis, por ejemplo decir eso de que hoy me he levantado haciendo 100 flexiones con legañas y luego tachando lo que no procede. No. Insisto. La columna te hace sonreír de otra manera.

El caso es que esa columna me llevó a otra, y en ella se hablaba de una novela que yo no conocía pero que ya de primeras me llamó la atención. Se llama ‘El descontento’ y la escribe Beatriz Serrano, que también trabaja en El País. En la entrevista que concedió a su propio medio tras publicar el libro se destacaba cómo la novela había tenido un éxito notable y estaba siendo traducida a varios idiomas.

¿Qué hice poco después? Pues buscarla en eBook Pozuelo, mi biblioteca digital, para ver si estaba y echar un primer vistazo. Estaba, así que pedí el préstamo, me descargué la versión Adobe Digital Editions y la pasé a mi lector Kobo Libra H2O. Y luego vino lo bueno, claro. Leerla. En mi rinconcito favorito de casa, donde de rato en rato acompañé con unas pipas y una fanta de naranja. La felicidad era esto.

De primeras la verdad es que la novela me tiró para atrás. O más bien, me tiró para atrás su protagonista, Marisa, una chica que trabaja para una agencia de prensa —me toca de cerca, los periodistas llamamos a las agencias «el lado oscuro»— y que es una hater de manual. No es que odie su trabajo y a sus compañeros, no. Lo odia todo. Su vida, al menos tal y como la pinta, es básicamente una mierda.

Yo me estaba deprimiendo un poco con la historia. Normalmente una persona así me causaría un rechazo total, pero según iba leyendo la verdad es que Marisa me fue ganando un poco para su causa. Sobre todo porque soltaba algunas verdades y realidades del mundo empresarial. No solo el de las agencias, sino el de muchos otros trabajos: reuniones interminables con gente a la que le encanta escuchar el sonido de su voz, competiciones entre machos alfa, juegos de tronos, peloteos y ese uso constante de palabras en inglés —títulos de LinkedIn incluidos— para molar más en tu día a día. Ella no se sentía ella, contaba en la novela: representaba un papel.

El caso es que a medida que transcurría la novela y me deprimía más y más con la novela de Beatriz Serrano, también reconocía que probablemente esa es la realidad cotidiana de mucha gente. De gente real, claro.

Gente que por lo que sea está más o menos como Marisa, con trabajos que no soporta. Gente que se toma un orfidal para que todo le resbale en la jornada. Gente que como ella quizás han logrado pasar de nivel, «hackear» su curro y al menos coneguir aparentar que hace mucho cuando en realidad no hace nada. Gente que cuenta los minutos para salir del curro y volver a sus casas —quizás en trayectos de mierda en el metro o en coche— y gente que se pasa ocho horas (o más) al día intentando no trabajar, viendo vídeos de YouTube (con la Excel en segundo plano, Alt-Tab, Alt-Tab) y que no se note. Y luego yendo a casa y teniendo como highlight momentazo del dia tomarse un vinito mientras ves más vídeos de YouTube. Y con suerte el finde quedar con el vecino y echar un casquete si apetece.

Yo me leía la historia y poco a poco me daba cuenta de que en realidad es posible, insisto, que mucha gente esté así. Con una vida bastante mierda. Conozco a gente —ocupadísima y exitosísima, oiga— que al menos cumple con la primera parte: la del trabajo. Es normal. El trabajo, por mucho que dignifique, también es un tostón. Ya he dicho en muchas ocasiones que yo me considero un tipo con mucha, mucha potra. Amo mi trabajo. Me encanta. Y me pagan por ello, lo cual me encanta aún más. Hay días mejores y días peores, claro, y no todo es #FelicidadMáxima, como pone alguna gente al lado de sus fotos en Instagram —muchas Marisas lo hacen, por ejemplo—, pero insisto: me considero un absoluto privilegiado.

Y quizás parte de hacerlo consiste en reconocer que hay mucha gente que no tiene esa suerte. Muchísima. Gente que tiene trabajos de mierda, o ni siquiera eso: gente que tiene buenos trabajos que en realidad hacen porque tienen que hacer algo aunque los trabajos en sí sean una mierda. De eso los vendemotos saben mucho, en inglés y en español, por ejemplo, aunque en este caso diría que al menos parecen felices de hacerlos. De vender motos, digo. Motorbikes. Igual ellos se toman un orfidal por la mañana y así pueden soportar la jornada. Igual su momentazo es ver un vídeo de YouTube con un vinito, no sé. Para todos ellos, y para Marisa el consejo fácil es el de «estás a tiempo, cambia de vida». Pero luego están las circunstancias de la vida: a menudo no somos nosotros, sino también los que (y lo que) nos rodean. Mejor me ahorro el momento coach gurú vendemotos.

Solo quería compartir esta pseudocrítica literaria. Buen libro, que va de menos a más, que hace una buena crítica de nuestros trabajos, nuestra vida y nuestra sociedad —especialmente duro un momento al final de la historia con un homenaje cruel y absurdo— y que acabó logrando hacer que Marisa la hater —lo siento, pero esa palabra no tiene parangón en nuestro rico idioma— me cayera al menos un poquito mejor. El texto es corto (170 páginas), va de menos a más —casi hay margen para secuela, diría— y se lee rápido, sobre todo si tú también tienes un rinconcito estupendo y unas pipas y una fanta naranja, o lo que te apetezca. Así que si quieres deprimirte a gusto y sonreír un poco, te lo recomiendo. Espero que tu vida, por cierto, no sea una mierda.

PD: En cuanto acabé el libro lo compré en formato e-book. Está a 8,54 euros tanto en la tienda Kobo (la que yo usé) como en Amazon.

Imagen | Joy Stamp

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