Mi pitufito. Mi bonito. El chipirón de mamá.
Hace seis años te reté a una pequeña carrera en la piscina y me guardé aquel chapuzón en mi corazoncito. Y el otro día, en la playa, fuiste tú el que me desafiaste a una carrera hasta la orilla. Que estaba lejitos, caray. Calenté un poco, por si las moscas, y mamá dio la salida. Y por supuesto, también me guardé esa carrera en mi corazón.
Caray, pitufo. Me costó ganarte. Cómo corres ya.
Que es justo lo que tiene que pasar. Que tú cada vez corras más, y yo menos. No queda ya mucho para que me ganes y me dejes atrás, y aquí viene un pequeño recuerdo de tu abuelo, al que nunca conociste. Cuando tenía tu edad, empezaba ya a darle medio bien al tenis. Al menos, para nuestra edad, porque el abuelo, que jugaba mucho, nos daba un buen repaso a tu tío Nacho y a mí cada vez que jugaba con nosotros. No se dejó ganar jamás ni un triste punto, pero poco a poco no hizo falta. Con el tiempo fuimos ganándole puntos, luego algún juego, y luego, por fin, algún set. Recuerdo perfectamente que para mí ganarle aquel primer set fue como ganarle un set a Djokovic. Tu abuelo, mi padre, era para mí un ser invencible, así que me sentí súper orgulloso de ganarle aquel set. Y creo recordar (o quiero recordar) que él sonrió cuando le gané y me vio tan contento por hacerlo. Probablemente lo hizo con aquella sonrisa de medio lado tan suya. Orgulloso de que por fin ocurriera. Y sabiendo que a partir de entonces iba a tener muy difícil ganarme uno a mí. Como así fue.
Y contigo pasará lo mismo. Me acabarás ganando una carrera, o al pádel —porque ya le vas dando muy bien—, y lo harás de forma merecida, porque yo desde luego no me dejaré jamás ganar un punto, un juego y mucho menos un set. Y cuando me lo ganes, que pasará más pronto que tarde, sonreiré y probablemente te daré un besote y un abracito de los nuestros —de esos que os doy en las clases de pádel cuando hacéis algún peloteo estupendo Lucía y tú—. Y me sentiré súper orgulloso.
Que es como me siento (nos sentimos, mamá también) cada día de ti. Porque sigues siendo especial y alucinante a todas horas. Nos alucina cómo sigues cantando tanto y tanto —aunque a veces tengamos que decirte que pares un poco, guapito de cara—y cómo triunfas en tus pequeñas actuaciones. Nos maravilla cómo disfrutas de tus amigos y de esos días en los que te lo pasas tan bien y dices cosas como «¡Está siendo el mejor verano de mi vida, papá!». Me encanta verte crear esos alucinantes diseños o escribir tus libros de acción, y me muero de risa feliz cuando te veo hacer tus peleas ficticias con esos enemigos invisibles a los que eliminas con tus golpes letales o tu arco especial. Me sigue entusiasmando ver películas y series contigo y con Lucía y me deja asombrado cómo empezáis a canturrear canciones que yo no he oído nunca como si las hubiérais escuchado cien mil veces mientras espero que también recordéis nuestra música. Porque aunque protestemos, nos encanta que lo primero que digáis al entrar en el coche sea «pon música, mamá/papá» o que tardéis una eternidad en salir del coche o que os entre la risa tonta mientras jugáis durante los viajes, aunque a veces nos acabéis poniendo un poquitín nerviosos.
Pero lo que realmente nos maravilla a mamá y a mí es, como siempre, lo especial que es la relación que tenéis Lucía y tú. Nunca jamás he visto a dos hermanos que se lleven tan bien y se quieran tanto, y espero que sea así siempre porque los dos sois especiales. No es solo que os lo digamos nosotros: nos lo dicen otros padres, así que imagina (imaginad los dos) lo orgullosos que estamos de vosotros.
Este año además hemos redescubierto que eres un futuro crack de las ventas. Hay que ver qué soltura y qué grasioso eres vendiendo papeletas, pitufo. Otro de tus pequeños talentos, que además puede venirte muy bien si no acabas siendo estrella del pop, del diseño, de la literatura o del pádel. Y hasta que lo consigas y mientras lo consigues, seguiremos disfrutando de ti y de tu hermana, incluyendo esos viajes estupendos («Thirsty?«) que hemos hecho por el mundo entero.
Qué más puedo decirte, mi pitufito. Que eres lo más bonito del mundo y que te quiero 3.000 quilotes infinitos.
Felicidades por tus 12 años.
Qué bonito. Felicidades familia!
Muchas gracias 🙂
Cuando yo tenía…
4 años: Mi papá puede hacer de todo.
5 años: Mi papá sabe un montón.
6 años: Mi papá es más inteligente que el tuyo.
8 años: Mi papá no sabe exactamente todo.
10 años: En la época en que mi papá creció, las cosas seguramente eran distintas.
12 años: Oh, bueno, claro,mi padre no sabe nada de eso. Es demasiado viejo para recordar su infancia.
14 años: No le hagas caso a mi viejo. ¡Es tan anticuado!
21 años: ¿Él? Por favor, está fuera de onda, sin recuperación posible.
25 años: Papá sabe un poco de eso, pero no puede ser de otra manera, puesto que ya tiene sus años.
30 años: No voy a hacer nada hasta no hablar con papá.
40 años: Me pregunto cómo habría manejado esto papá. Era inteligente y tenía un mundo de experiencia.
50 años: Daría cualquier cosa por que papá estuviera aquí. para poder hablar esto con él. Lástima que no valoré lo inteligente que era. Podría haber aprendido mucho de él.
Ann Landers
Exacto.
Venía a felicitar y también a decir que el mío tiene ahora 14 y está que no hay quien lo aguante. XD
Un saludo.
Ays. Veremos cómo está la cosa en un par de años.
Me acabo de dar cuenta de que tu hermano y tú os llamáis como mi hermano y yo: Javi y Nacho. Me encantan estos textos personales de celebración y me parecen un magnífico regalo a futuro. Son preciosos. Cuando tenga hijos espero poder regalarles la misma clase de texto, seguramente te robe la idea en cuanto me acuerde.
Qué bueno Nacho, gracias por el mensaje y la felicitación. Sí, creo que son un recuerdo chulo para ellos, así que si te animas en el futuro fantástico, copia sin piedad.