Mi preciosísima hija:
Mi pitufi-tufi. Mi piti-piti. Qué mayor te estás haciendo. Se nota en muchas cosas, y desde luego se nota en la vuelta al cole: se acabó ir juntos, porque ahora quieres ir a tu bola con una amiguita de la urba. Ays. Y luego llego con Javi, que todavía quiere ir conmigo, y te da un poquito de vergüenza que te vaya a dar un beso y desearte buen día. Y a mí se me rompe un poquito el corazón porque sé que eso es ley de vida, y sé que me lo romperás aún más en el futuro, cuando dejes de contarme cosas o de darme besitos porque oye, eso acabará pasando. Luego volverás a dármelos -espero-, pero ya serán otros besos que no tendrán nada que ver con estos que se nos van acabando.
Bum.
Yo sé que esto tenía que pasar, pero eso no impide que no me dé mucha penita. Y entonces te recuerdo más pequeñita, correteando con aquel paraguas del que no te despegabas por la casa. O yendo juntos a la guardería, Javi en el carrito y tú detrás en el patín ese que se acoplaba. Y los dos jugando al escondite a la vuelta en un pequeño portal al que tú ibas sabiendo que yo estaba allí, pero esperando igualmente que te diese un susto. Te recuerdo a los seis y a los nueve, y pasan fugaces todos esos momentos prodigiosos que nos has dado. Y también veo en cómo te haces mayor y siento lo orgullosos que vamos a estar de ti. No ya de lo orgullosos que estamos, no. De lo que estaremos, porque eres tan preciosa, tan buena, tan noble, tan generosa, tan honesta… No podíamos pedir nada mejor, mi vida.
Bum.
Y luego recuerdo lo que ha ido pasando estos dos últimos años desde mi última carta. Esa pandemia que afortunadamente hemos pasado sin contratiempos y en la que te veo saliendo a la terraza a las ocho y cantando aquello del «tsunami, eh, eh» o con tus compis en videoconferencia o claro, con ese iPad que te ha crecido en los dedos y que usas más de lo que deberías. Pero claro, me imagino con tus años y con un cacharro así y tengo claro que yo también querría estar todo el rato pegado a la pantalla, jugando al Roblox, viendo vídeos, haciendo pequeños montajes con el iMovie -qué artista eres, mi pitufi-, o pasando el rato con ese agujero negro que es TikTok en el que con tu edad yo probablemente también me hubiera sentido absolutamente atrapado. Pero ya sabes lo que te dije el otro día, mi piti-piti. Sé lista. Haz otras cosas. Lee libros. Juega con juguetes que no necesiten electricidad. Dibuja. Haz un poquito de deporte, perezosilla, que es más importante para tu futuro y para tu salud de lo que puedas imaginar. Y también deberías aburrirte un poquito de vez en cuando, mi pitufi. No pasa nada por tener algún ratito de esos. Es, diría, hasta saludable.
Bum.
Y veo cómo eres de cariñosa, y de disfrutona, y de payasita. Como dice mamá, vas a ser una sanjuanerita de tomo y lomo. Cómo te lo pasas, y cómo te lo vas a pasar, pero en plan sanote. Qué buena amiga de tus amigas eres, qué leal y qué sentida. Y cómo sigues pidiendo perdón cuando debes y cuando merece la pena hacerlo. Qué importante es eso, mi pitufi.
Bum.
Y mientras pienso todo eso y escribo todo esto, vienes a darme las buenas noches. Cierro el portátil para que no veas lo que estoy escribiendo, y entonces te digo medio en broma, «bueno, pues ya nos queda un año de besitos. Ya sabes, a los 12 dejas de darme besitos y de contarme cosas». Y entonces tú me miras mientras me peinas el flequillo, como haces a veces -cómo me gusta que me peines el flequillo- y me dices «voy a seguir dándote besitos y voy a seguir contándote cosas». Y yo respiro aliviado, y te doy el meñique, y te pregunto: «¿Promis?» Y tú me dices: «promis».
Bum.
Y me das un besito, y me miras de esa forma que es imposible escribir con palabras pero que cualquier padre que quiera tanto a su hija como te quiero yo puede entender. Y termino esta carta sonriendo y con una lagrimita escapándose. Una de felicidad, mi pitufi. Y aunque me gustaría congelarte así, como me hubiera gustado congelarte con 4, 5, 6, cualquiera de tus años anteriores, me doy cuenta de una cosa. Me doy cuenta de que cada año nos regalas nuevas cosas, y que verte crecer como lo haces, verte convertirte en una mujercita, es un milagro.
Bum.
Te adoro, mi piti-piti.
Bum.
Jo, Javi. Me has echo llorar. Mi hija también con 11 años y le hago hacerme promesas que no va a cumplir, como que no tenga novio hasta los 20 años.
Da mucha pena verlas hacerse mayor, y todos los días una app de fotos nos recuerda lo linda, adorable y pequeña que era.
Llevo unos días con la tensión más alta de lo normal, y estas cosas te hacen pensar que quieres seguir viviendo solo para verla crecer sana y feliz.
Gracias por compartir este texto. Siempre.
Muchas gracias a ti por el comentario José. Lo del novio en mi caso es hasta los 25 🙂
Te entiendo perfectamente, así que ánimo con ello y a disfrutarlo todo lo que podamos. Abrazo.
Preciosa carta, Javi. Por cierto, la foto es Menorca, no?
Lo es, sí.
Estoy exactamente en tu misma situación. Cuando se haga Sanjuanera de verdad, que sepas que tiene un grupo de chiquillas que ahora tienen 11 años por Soria a las que seguro que les apetece conocer a una jovencita que vive en un mini-resort burgués. Disfrútala todo lo que puedas, como hacemos todos. Hemos tenido la suerte de poder disfrutarla durante estos ya 11 años, y esperemos que podamos hacerlo muchos años más, de una u otra manera.
Como dijo Saramago, son sólo un préstamo que nos da la vida para aprender a amar a alguien más que a nosotros mismos.
Abrazo!
No conocía esa frase de Saramago, qué buena David. Y te tomo la palabra con la panda de Sanjuaneritas 😉
¡Abrazo!
Un año más nos encontramos por aquí en los aniversarios de nuestros respectivos miniyos.
Hoy uno de los míos cumple 7, y aunque aún quiere jugar conmigo y soy su héroe, sé que en el caso del mayor eso se terminará en pocos años. Y aunque está por llegar, es algo que sabes que está en el horizonte y no gusta, porque te gustaría seguir siendo su héroe para siempre, y acompañarles para siempre, pero sabes que eso no es posible, y que habrá un momento más pronto que tarde que ya no querrán tu ayuda y luego otro en que ya no la necesitarán, y luego vendrá otro en que ya no pueda acompañarles, y otro en el que volverán a verme como un héroe o sabio, pero que quizá ya no estemos para entonces. La bendición de los hijos. La maldición de ser padres con fecha de caducidad.
Así que mientras esos momentos llegan, conviene aprovechar bien todos los instantes que nuestros hijos nos regalan y guardarlos como tesoros por si un día hace falta tirar de ellos. Y si un día les faltamos, que ellos puedan recordarnos a través de esas pequeñas gotas que queden en su recuerdo y que se emocionen igual que nosotros nos emocionamos al leer o al escribir estas palabras.
Muchas felicidades a Lucía
Di que sí, Alejandro, di que sí. Comparto todo lo que dices, qué bonito también.
Abrazo y felicidades para tu hijo también.
Muy bonito, felicidades al papi también y que sigas disfrutando cada año con sus diferencias y descubrimientos que también te van a hacer crecer un poco, como a ellos.
Gracias Opi.
Yo que he tenido la suerte de conocer a tu familia (fugazmente, por desgracia) puedo confirmar que sois todos rebonicos y Lucía es un bombón, casi como la mía. 😉
Y se por experiencia cómo cambian las cosas con los peques, pero estoy seguro que te seguirá dando alegrías (y algún disgusto) a los 15, a los 20 y mucho más allá. Mis felicitaciones para ella y enhorabuena por esa familia estupenda que habéis creado y que seguro disfrutaréis ahora y en el futuro.
A ver si quedamos! 🙂
Gracias Trufeitor 😉 A disfrutar de los peques toca (y a sufrirlos alguna que otra vez también, claro). Abrazo!
ains, qué bonito
😉