Tecnología

La revolución de los MOOCs tendrá que esperar

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Tener canijos hace que muchos nos planteemos muy seriamente cómo están las cosas en el panorama educativo. Más allá del debate sobre si habría que racionalizar los deberes en nuestro sistema educativo -yo voté por esa propuesta- algunos no tenemos demasiada confianza en cómo marchan las cosas en este terreno. Por eso echo el ojo cuando puedo a temas que relacionan educación y tecnología y tengo claro que la segunda es tan solo una herramienta más que puede apoyar a la primera. 

De las tendencias actuales dos son las que más me llaman la atención. La primera, el homeschooling, esa educación casera que parece ser cada vez más interesante para muchos padres y tutores. La segunda, relacionada directamente con ella, es la de los MOOCs, los cursos masivos online que planteaban una revolución educativa que pronto quedó en agua de borrajas. 

No voy a hacer un resumen del origen de estas alternativas y de cómo están a estas alturas. En The Kernel tienen un artículo fantástico que precisamente hace un repaso a ese auge y caída de los MOOCs en el que agrupan hechos y realidades de este fenómeno del que se suele repetir el mismo discurso. 

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Parte de ese discurso se centra en la de la tasa de abandonos que existen en estos cursos online. Las cifras bailan: algunos estudios indican que solo el 15% de los que empiezan un curso lo completan, pero hay estudios muy referenciados como el de  la Universidad de Pennsilvania (PDF) en el que se cifraba esa tasa de éxito en un 4% de media. En esos estudios tan negativos no se tenía demasiado en cuenta el hecho de que la gente que se apunta a los MOOCs lo hace por diversos motivos y con diversas expectativas. En el MIT Technology Review hacían un buen repaso de este tema hace un año y precisamente dejaban claro algo importante: 

Most who sign up for a class aren’t serious students; they’re window shoppers who face no cost barrier to trying a lecture or two

Efectivamente, mucha de la gente que se apunta a los MOOCs lo hace para probar, sin que haya una intención definida de completar el curso. Acceder a todos esos recursos y contenidos de forma gratuita hace que para muchos no haya un incentivo importante. Uno no paga, así que retirarse no tiene consecuencias. En cierta manera pasa lo mismo que con los gimnasios: como pago, me obligo a ir, pero es que en esos casos ni siquiera ese incentivo sirve: la realidad es que ni siquiera sabiendo que algo nos puede hacer bien lo hacemos. Siempre se pueden encontrar excusas.

Sin embargo en ese mismo artículo llegaban a una conclusión interesante:  

For all the hype, MOOCs are really just content—the latest iteration of the textbook. And just like a book on a library shelf, they can be useful to a curious passerby thumbing through a few pages—or they can be the centerpiece to a well-taught course. On their own, MOOCs are hardly more likely than textbooks to re-create a quality college education in all its dimensions.

Efectivamente: los MOOCs deberían ser solo eso: un tipo más de contenido, una alternativa al libro de texto tradicional. Da igual que no hayan cuajado, que esa «democratización de la educación» sea una falacia, que muchos MOOCs hayan pasado de ser promesa para mejorar nuestra educación que promesa para mejorar nuestra carrera profesional (lo explican muy bien en el artículo citado anteriormente de The Kernel) o que las historias de personas en situaciones desfavorecidas que lograban convertirse en los nuevos Will Hunting no sean la regla sino la excepción. Todo ello no hace más que confirmar que los MOOCs simplemente tienen que evolucionar tanto en su propósito como en su función. 

De hecho, señalaban en el MIT Technology Review, estos cursos son una poderosa herramienta para educadores. No solo para que los propios profesores y educadores se reciclen -que también- sino para que saquen conclusiones de los participantes en sus estudios. Todos esos datos recolectados entre los participantes, decían en el MIT, «deberían ofrecer datos de interés sobre las mejores formas de presentar, secuenciar y enseñar temas específicos«, pero además de eso también había una infrautilización de tecnología en esa tecnología.

Teniendo en cuenta que cada persona tiene distintas aptitudes y recursos, ¿por qué no aprovechar la magia de la inteligencia artificial y el aprendizaje automático para que los MOOCs se adapten a cada alumno? Ese es otro de los retos que deben afrontar estas plataformas, que en lugar de vendernos esa moto de la democratización de la educación deberían centrarse en ser tan solo eso: una buena alternativa que pueda complementar -y no necesariamente sustituir- a la educación tradicional. 

Esa revolución tendrá que esperar, pero me da a mi que acabará llegando en mayor o menor medida. Veremos.

Imagen | Ryan Tyler Smith en Flickr


El nuevo banner, que quizás debería retocar aún más. ¿Qué opináis?

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2 comentarios en “La revolución de los MOOCs tendrá que esperar

  1. albert dice:

    Llevo años como profesor y pienso que la educación entra dentro de los aspectos de la vida donde las relaciones personales son fundamentales.
    Se puede amar una asignatura per se dice que un mal profesor te la puede hacer odiar (y lo contrario). Es fundamental, una buena relación alumno-profesor. La tecnologia ayuda, pero es muy secundaria.

    En estos cursos on-line, no hay apenas relación humana.

  2. Daniel dice:

    Muy interesante artículo.

    Como dice Albert, en la docencia las relaciones personales son fundamentales. Los MOOCs tiene muchísimas cosas buenas y una asignatura pendiente: la tutorización online del alumnado.

    Creo que es ahí donde falla el sistema, justo donde mayor esfuerzo humano se debe hacer para formar al alumno. La tutorización no entra en el esquema MOOC, es demasiado caro; requeriría de casi tantos docentes como la enseñanza presencial y con formación específica en el medio.

Comentarios cerrados.