Hace meses que vengo leyendo todo tipo de comentarios sobre Kickstarter, esa plataforma social que se dedica exclusivamente a que la gente dé a conocer sus ideas para tratar de hacerlas realidad. El mecanismo es muy sencillo: alguien propone un proyecto, probablemente en fase absolutamente preliminar -hay quien ofrece un pequeño prototipo, o algún avance de lo que pretenden lograr- y la gente lo apoya… pagando. Los que lo apoyan («backers») invierten cierta cantidad de dinero: cuanto más dinero pagan, más derechos tendrán cuando el proyecto se haga realidad.
Así, para un proyecto como el de la producción de un documental -ejemplo, «High Tech, Low Life«- quien pague 5 dólares tendrá derecho a que se retwitee su nombre como un backer en nombre de la empresa. Si pagáis 50 dólares tendréis el DVD del documental y la descarga digital, además de otros beneficios. Y si os arriesgáis y pagáis 5.000 dólares seréis co-productores -con mención destacada claro- de ese documental. Yo estuve a punto de convertirme en backer del proyecto LandingZone -un dock para el MacBook Air que tenía muy buena pinta- pero finalmente me eché para atrás, y quizás con acierto: 5 meses después no se sabe nada de dónde están los docks, que consiguieron la inversión necesaria -de sobra, de hecho- en un tiempo récord. Y esa es una de las pegas de KickStarter.
Porque uno cree invertir en proyectos con futuro, pero puede que no lleguen a nada. Incluso si se consigue la inversión buscada -y hay casos en los que las cifras han sido increíbles como los de los curiosos relojes Pebble, que recaudaron 60 veces más de lo que se pedía- puede que los inversores se queden sin producto y con cara de tontos. Porque en Kickstarter la moneda de cambio -aparte de los dólares, claro- es la confianza. La confianza en un sistema meritocrático en el que un buen proyecto con gente detrás que parezca dar ciertas garantías (por su experiencia precia) debería ofrecer un resultado tangible y de calidad. En Penny Arcade ofrecían recientemente una reflexión sobre la cara oscura de Kickstarter -muchos desarrolladores de videojuegos están vendiendo humo a través del servicio- y me dejaban con tres conclusiones claras. La primera, que Kickstarter es una plataforma fantástica que demuestra la grandeza de Internet . La segunda, que gracias a Kickstarter tus ideas pueden tener futuro.
Y la tercera, que el sentido común sigue siendo crucial para aprovechar esta libertad tan impresionante que nos brinda la red de redes.
Hola,
Pues es una lástima, sobretodo después de ver el vídeo. La verdad es que yo alguna vez había mirado alguno de los proyectos y me habían parecido interesantes pero también pensaba en «quien me da las garantías necesarias para enviar el dinero» …
En fin, cosas de Internet. Espero que haya alguno que llegue a buen puerto y los inversores estén recibiendo sus productos, ganancias, etc.
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