Una noticia que acabo de editarle a un compi en The Inq acaba de recordarme que hay muchos genios que la historia deja pasar demasiado fácilmente. Alan Turing es uno ellos, y para ser considerado como uno de los padres de la informática, pocos medios hacen mención de un hombre que fue clave para el descifrado de los códigos criptográficos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial y que más tarde contribuiría de forma crítica al nacimiento de la informática como ciencia.

Ahora se le ha reconocido en parte esa labor con una estatua a tamaño real de Stephen Kettle, un escultor que ha reunido unas 500.000 piezas de pizarra para esculpir la imagen del genial inventor británico. Parece que no es la primera escultura de Kettle con este original diseño, porque un poco de búsqueda ha dado con un resultado similar.

Sea como fuere, cualquiera que lea un poco de la historia de este genio – la Wikipedia tiene un artículo genial sobre él, pero más entretenida resulta la lectura de éste de Wired – podrá darse cuenta de que es realmente lamentable lo que algo tan ridículo como la orientación sexual de una persona puede influir tanto en su impronta en la historia. Turing era homosexual, y eso provocó la tragedia que acabaría con su vida – de una forma aún sin aclarar – a posteriori, además de relegarle a un injusto papel segundario en la historia de la informática. En aquel 7 de junio de 1954 sólo tenía 41 años, lo que significa que hubiera llegado más que probablemente al nacimiento de la microinformática, y probablemente hubiera realizado una aportación muy importante en este sentido.

En esos artículos – puede que lea más – he podido enterarme de que Turing era también un atleta destacable: corrió una maratón en 2 horas, 46 minutos y 3 segundos, tan sólo 11 minutos más que el ganador de la prueba en las olimpiadas de 1948. Parece mentira lo que uno aprende escribiendo un blog. Apenas intuía estas cosas cuando estudiaba la máquina de Turing en Informática Teórica en la UPM hace unos años. Uf.