Hace tiempo un tipo muy simpático me contó exultante algo que ciertamente en aquel momento fue gracioso. «Fui ayer a la reunión de antiguos alumnos del cole», me dijo. «Vaya tela cómo estaban de cascaos mis compañeros», continuó.
Yo, sonriendo, le dije, «¿Ah, sí?». A lo cual, exultante y riéndose, me dijo: «Sí». Y luego, casi reflexivo, añadió: «Gané».
Respondí con una nueva pregunta lógica. «¿El qué?». Y ahí fue cuando me dijo «pues era el que mejor estaba. Aquello parecía un concurso para ver quién estaba mejor o peor, tanto las tías como los tíos. Y yo gané».
Me lo imagino perfectamente. No he ido a ninguna de esas reuniones —y eso que ganaría claramente, ojo—, pero sí tengo gente cerca que ha ido y cuenta lo mismo, o que no lo ha hecho en parte por eso: porque parecen concursos de maduritos en los que uno va pensando «espero no ser el que está más cascao».
Pero es que es lo que toca. Estar un poco cascao. Es justo una de las cosas que refleja la película ‘La sustancia’, que justo vi hace unos días con mi mujer. Había leído una entrevista de Demi Moore en El País hace unas semanas, y hoy me salió escribir este post tras leer otra de The New York Times en la que cual el vídeo de portada, por cierto, es corto y fantástico. Sale ella madura (casi 62 años), estupenda y con botox de más mirando a cámara como diciendo «qué c*** miras.
La película me pareció exageradamente desagradable. No soy nada fan del body-horror, pero cuando vi el tráiler y sobre todo cuando leí la entrevista me quedó claro que quería verla. Pero si no la habéis visto, aviso. Es desagradable hasta el extremo. Y la cosa va de menos a más. A mí el final de hecho me sobra: el mensaje ya estaba claro media hora antes de terminar, y la peli, la verdad, vale la pena salvo por ese dantesco despliegue visual.
Aun así, mi forma de entender la película resulta que no es la que plantea Moore. Cuando la vi yo creí que el mensaje y la moraleja estaba clara: a la sociedad no le gusta la gente mayor. Es un sector demográfico incómodo. Uno con el que gasta más que gana. Mucha chapa y pintura, mucho paso por el taller, y muchos cuidados que la gente joven —que acabará exactamente igual— no necesita. Pero Demi Moore comentaba que la peli iba de otra cosa:
«No es sobre lo que se nos está haciendo [a la gente mayor], sino lo que nos hacemos nosotros mismos. Es la violencia que tenemos contra nosotros mismos. Es la falta de amor y autoaceptación».
Y obviamente tiene razón, aunque la película puede verse desde ambas perspectivas porque la una es consecuencia de la otra. Que la sociedad no te acepte —ya no nos vales para hacer pelis porque ya no estás tan cañona como en ‘Striptease’, por ejemplo— hace que inevitablemente la autoestima baje, y eso hace que te quieras un poquito (o un muchito) menos. Y luego llegan depresiones y soledades y aislamientos y muchas historias muy tristes que no parece que vayan a solucionarse a corto plazo. O quizás sí.
Veo cómo está mi madre —que siempre fue la madre más guapa del cole y que sigue siéndolo—, por ejemplo. Está muy bien para su edad, creo yo, pero aun así tiene sus averías. Unas de las que se da perfecta cuenta, lo cual no le mola nada. Y eso me hace asistir en directo al futuro que nos espera a todos y que, como dice ella con otras palabras, es una caca. Que tampoco quiero ponerme deprimente, pero es que es así y la película lo refleja muy bien.
Y por eso, queridos lectores, intento repetirme cada día eso que dije cuando me cayeron mis 50 castañas.
Enjoy.
Y en esas estamos, intentándolo. No sé. Igual este año sí voy a la reunión de antiguos alumnos del cole.
Seguro que gano.