Incognitosis

Harry y la IA

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Harry se bajó del robocoche y miró una vez más la residencia. Aquel edificio llevaba tiempo siendo el hogar de quien un día pudo cambiar el mundo. O más bien, de quien lo hizo, pero mucho menos de lo que muchos hubieran esperado.

Harry emitió un suspiro y se encaminó a la entrada. Y al hacerlo, miró hacia atrás y observó el robocoche, que por supuesto no había salido de aquella empresa que en cierta época brilló casi como ninguna otra. Otra oportunidad perdida, Sr. Cook.

Una vez dentro, se dirigió a la cafetería. Allí estaba el Sr. Cook, tan dicharachero como siempre. Como todos, en realidad. A esas alturas la inteligencia artificial había logrado sintetizar medicamentos que hacían que la vejez ya no fuese una condena. O al menos, no como lo era antes. Las personas mayores tenían achaques, desde luego, pero disfrutaban de una calidad de vida envidiable. Y Tim Cook estaba aprovechando aquello.

—¡Harry! ¡Qué alegría verte —dijo el Sr. Cook. Con el tiempo esas visitas los habían convertido en amigos, más que en entrevistado y entrevistador. Aún así, Harry seguía manteniendo el trato de Vd. y, por supuesto, poniéndolo en algún que otro brete de cuando en cuando.

—Lo mismo digo, Sr. Cook. Le veo en forma.

—Bueno, no me puedo quejar. Hoy he jugado al pádel y todo.

—Uy, yo al pádel le destrozo, Sr. Cook —bromeó Harry, que seguía siendo campeón de su barrio.

—Jajaja no empecemos, Harry. Dime, ¿qué querías que te contara hoy?

—Bueno, Sr. Cook, hoy tenemos tema simpático. Apple Intelligence.

Varias cabezas se giraron alrededor. La IA era algo muy serio en aquella época y especialmente en aquel sitio: aquellos primeros modelos de IA generativa, casi juguetes, darían paso a algo mucho más gordo y que cambió el mundo para siempre. Pero todo tenía un principio, y todos sabían que el Sr. Cook había tratado de aprovechar aquel momento.

—Por supuesto, por supuesto —masculló el Sr. Cook, que entornó los ojos brevemente mientras se ponía en situación. Pues tú dirás.

—Bueno, para empezar, lo obvio. Ustedes llegaron tarde.

—Como tantas veces, Harry.

—Como tantas veces, sí.

—Eso no nos importaba demasiado. Lo importante era llegar mejor que los demás. Tener algo que realmente marcara la diferencia.

—Pues desde luego aquel lanzamiento no era mejor que lo que habíamos visto. De hecho una vez más parecían copiar todo lo que los demás habían ofrecido desde hacía meses. Resumir textos, reescribirlos, responder automáticamente a correos y mensajes…

—Correcto. Para nosotros lo importante era dar el primer paso.

—Ya, pero incluso con las imágenes ese paso parecía demasiado cutre. Su generador solo podía generar dibujitos con estilos de cómic o caricaturas. Nada de imágenes fotorrealistas. Y mejor no hablemos de los Genmoji. Vaya nombrecito.

—Jajajaj Harry, sabes perfectamente por qué hicimos un generador de imágenes de juguete.

—Deepfakes.

—Eso es. Nadie iba a poder meter un Donald Trump generado con Apple Intelligence como portada de un artículo en un diario o compartirlo en redes sociales: enseguida estaba claro que lo máximo que iban a poder hacer es ponerlo en modo Pixar. Así nos evitábamos muchos problemas.

—Ya, pero el interés de esa solución como herramienta creativa se cayó por los suelos.

—No nos importaba, insisto. Que los demás se metiesen en camisas de once varas. Nosotros íbamos por otro lado. Como casi siempre.

—Lo cierto es que aquello fue llamativo. Recuerdo cómo Google había metido la pata hasta el fondo con aquellas imágenes de soldados alemanes de la segunda guerra mundial. Qué desastre.

—Y yo recuerdo lo que nos reímos con aquello en el Apple Park. Bueno, al menos un poco, ya se sabe. Que un competidor metiese así el cuezo era fantástico. No lo digo en plan malvado: nos hacía darnos cuenta de lo importante que era no fallar en ciertas cosas. Ya se sabe: una vez maté a un gato y me llamaron matagatos. Pues Google mató un gato aquella vez.

—Y nadie se fió de su IA.

—No durante un tiempo. Y parece mentira, con la cantidad de recursos que tenían. Pero claro, ellos necesitaban mover ficha, porque las búsquedas estaban en juego y Microsoft y OpenAI se estaban poniendo muy pesadas.

—Pero ustedes iban a otro ritmo.

—Ya lo creo.

Harry miró al Sr. Cook durante un instante. Allí estaba el tipo, tan delgadito como siempre pero con esa eterna mirada viva. Aquel hombre había sido una y otra vez criticado por no ser el heredero de Jobs que todos hubieran querido. No era un visionario. Era un estratega. Un mago de los números. El mejor exponente de cómo se puede exprimir algo para sacarle el máximo beneficio.

El Sr. Cook notó que Harry había entrado en trance. Lo interrumpió.

—Harry, que te me piras.

—Uy, lo siento Sr. Cook. Pensaba en lo distinto que fue usted a Steve Jobs.

El Sr. Cook bajó la mirada. Se había enfrentado a ese comentario/crítica muchas veces.

—Cuando me cedió el testigo, supe que jamás podría estar a su altura. Al menos, no en la parte creativa y arriesgada. Y él sabía que yo lo sabía. Y aún así me lo cedió porque creyó que era lo mejor que podía hacer en ese momento para asegurar el futuro de su empresa. No fue la época más brillante de Apple a nivel de producto, pero logré algo que él, como siempre ya había previsto.

—Hacer Apple tan grande que fuera imposible que desapareciera.

—Algo así. Steve probablemente se hubiera difuminado con proyectos locos e ideas erráticas. Yo corté aquello por lo sano. Las pocas apuestas locas que hice me salieron mal. El coche, por ejemplo. Aquello dolió.

—Ya lo imagino. Pero no le fue mal con la inteligencia artificial, ¿verdad? —Dijo Harry, tratando de levantarle el ánimo. El Sr. Cook estaba teniendo un pequeño bajón.

—No, es cierto. Con la IA acerté.

—Y eso que no lo parecía.

—Bueno, había que mirar más allá. Aquel lanzamiento fue modesto, desde luego. Todos esperaban por ejemplo que firmáramos un súper acuerdo con OpenAI y ChatGPT con GPT-4o se convirtiera en el nuevo Siri. Pero de eso nada, monada —el Sr. Cook le guiñó un ojo a Harry.

—Ya veo por donde va. En realidad aquel acuerdo fue casi una broma. Pero ayudó a comprenderlo todo. Yo lo vi enseguida.

—¿El qué, Harry? —el Sr. Cook sabía perfectamente lo que iba a decir, pero sonrió y esperó a que lo dijera.

—Que una vez más, ustedes solo querían una cosa: control absoluto.

El Sr. Cook sonrió.

—Ajá. No pares, sigue, sigue.

—Vamos a ver. Apple Intelligence funcionaba en tres segmentos. En el primero, su pequeño modelo local y propietario de 3B de parámetros funcionaba directamente en el dispositivo. Con él, tareas simples: resúmenes, potenciar Siri con peticiones más complejas («ponme el podcast que me envió ayer Sara»), esas cosas. Todo basado en los chips M1 y superiores y en los A17 Pro. Todo quedaba en casa.

El Sr. Cook estaba atento y asentía.

—En el segundo entraba en acción su Private Cloud Compute, su infraestructura en la nube con servidores basados en chips de Apple, preparado para ejecutar tareas y peticiones más complejas que el modelo compacto local no podía resolver. Una vez más, todo quedaba en casa.

—?Y en el tercero? Preguntó el Sr. Cook, socarrón.

—En el tercero ustedes permitían que los usuarios también aprovecharan modelos de terceras partes. Eso les permitía aprender de ellos —qué hacían bien, qué no— sin arriesgarse y copiar aquello que funcionaba o simplemente ver por dónde podían ir los tiros. Apple era para OpenAI o Google en IA lo que ya era en el ámbito de los buscadores. El usuario podía elegir qué buscador poner en Safari antes, y también podría elegir si quería usar ChatGPT o Gemini o cualquier otro en sus sistemas operativos después.

—Bueno, pero eso igual no era tan buena idea, ¿no?

—Parece que me está examinando, Sr. Cook —contestó Harry—. Pues esa también me la sé. Era buena idea por lo que he dicho —aprender y dejar que otros metieran la pata— y por el hecho de que eso les permitía usar su propio hardware una vez más y no de NVIDIA, que por entonces era clave para quienes querían ofrecer esos servicios. Recuerdo el gran análisis que hizo un tipo llamado John Hwang en aquel momento. Una vez más, querían ir ustedes a su bola y evitar así dependencias como la que tuvieron de Intel durante década y media.

—Muy bien, Harry. Sobresaliente. Y a todo ello le puedes sumar otro efecto deseable e inevitable: acabaríamos con la competencia. Con tantas funciones nativas y gratuitas, la gente no necesitaría suscribirse al Midjourney, el ChatGPT Plus o el Copilot Pro de turno. Nosotros hacíamos más o menos lo mismo gratis y de forma integral en nuestro ecosistema.

—Así, hablando clarito.

—Es que es verdad —dijo tajante el Sr. Cook—. Aquí estoy muy de acuerdo con Peter Thiel. Ya sabes: la competitividad es para perdedores. No podía decirlo en abierto, por supuesto, pero ahora ya sí. Estábamos ahí para ganar la partida o al menos para repartirnos buena parte del pastel. Los pequeños jugadores, esos que habían tenido ilusión y habían comenzado a mostrar lo que era posible, estaban condenados.

—Como siempre.

—Como siempre, Harry. Yo no hice el mercado. Solo me aproveché de él.

—Viene usted fuerte, Sr. Cook. Pero hay otro tema. También estaba, cómo no, la privacidad.

—Hombre, éramos los únicos que realmente la protegíamos.

—No empecemos con mandangas, Sr. Cook, que ya son muchos años. Ustedes no la protegían. Simplemente no necesitaban recolectar tantos datos.

—Bueno, pero una cosa lleva a la otra. Y como nuestro modelo de negocio era otro, podíamos seguir reforzando esa parte. Otros no podían, así que era nuestra baza definitiva para ganar la partida. Y el mercado nos dio la razón. Y además, nuestra arquitectura era realmente fuerte en ese sentido: nadie igualó la forma en que protegíamos la privacidad en aquel momento.

—Debo reconocer que se lo curraron, Sr. Cook. Mire usted a Microsoft, que apenas semanas antes había metido también la pata con la presentación de Recall. Aquello molaba un montón, pero se vieron sacudidos por sus deficiencias en privacidad.

—También nos echamos unas buenas risas con aquello. Y también nos sirvió para estar aún más alerta. Recall, lo reconozco, tenía una pinta fantástica, y la base de funcionamiento era prácticamente la misma que la de nuestro modelo.

—Recolectar datos y registrarlos en el índice semántico.

—Así es. La idea no era nuevo, pero por fin podía ser utilizado de esta forma. Solo había que tener cuidado para evitar que esos datos no acabasen en malas manos, y Microsoft se tropezó. Nosotros no.

Harry volvió a mirar al Sr. Cook con atención. Aquel tipo era muy listo, en el sentido estricto de la palabra. Pero claro, por eso había llegado hasta donde había llegado. Prosiguió.

—Lo que la gente no entendió es lo de que solo el iPhone 15 Pro y el Max fueran capaces de ejecutar las funciones de Apple Intelligence. Yo también me hubiera enfadado si hubiera tenido un iPhone.

—¿¡Cóoomo!? ¿No tenías un iPhone? —bromeó el Sr. Cook.

—Ya me conoce, Sr. Cook. Por entonces no me convencía, aunque alguno que otro me hiciera ojitos. Yo era más de los Pixel.

—Traidor —sonrió el Sr. Cook—. Pero sí, tienes razón. No hubo mucha gente que lo entendiera, pero sí gente que se dio cuenta de lo que fue aquello.

—Una excusa para vender más iPhone en el futuro, por supuesto.

—Claro, Harry, claro. A estas alturas no tengo que explicarte muchas cosas. Yo estaba ahí para hacer ganar dinero a Apple, y esa era una forma obvia de hacerlo. La IA nos permitía lograr algo que era muy difícil con los iPhone. Lograba que se quedaran obsoletos.

—Qué morro tiene Vd., Sr. Cook. Y lo admite así, a las bravas.

—Para bravas las que me he comido hoy. Qué ricas.

—Oiga, Sr. Cook, que hablo en serio.

—Ya, ya, Harry. Pero es que tampoco me voy a poner en plan hipócrita a estas alturas. Había que vender más, y la IA era la excusa perfecta para hacerlo. Por eso pusimos ese requisito, y por eso mismo hacíamos que los MacBook tuvieran 8 GB de RAM de partida. Forzábamos a la gente a pedir el modelo de 16 GB, y así nos ganábamos una pasta.

—Sr. Cook, voy a publicar todo esto.

—A mi plin. Yo duermo en Pikolin. El modelo Hyper Confort, para ser más exactos —bromeó el Sr. Cook.

—Bueno, bien está que lo admita después de tantos años. Pero oiga, ¿y Siri? —preguntó Harry.

—¿Qué pasa con ella?

—Pues que parecía que pintaba bien, pero también que se quedaba corta. Tantos años con ese desarrollo, y dejaron que Google les pasase por encima.

—No íbamos a dejar que volviera a pasar, pero queríamos empezar despacio. Lo importante era evitar meter mucho la pata. Los LLM de entonces fallaban más que una escopeta de feria, y nosotros no solo queríamos ser la IA privada. Queríamo ser la IA que no alucinaba.

—Y la que permitía hacer cosas hablando.

—Efectivamente, Harry. Por entonces ya se hablaba de los agentes de IA. Sistemas que no eran pasivos, que no solo te contestaban a cosas, sino que hacían cosas por ti. Siri, no me basta con que me digas que hay un bar con unos torrenillos fantásticos en Madrid. Quiero que reserves un Uber para ir allí esta noche.

—Y Siri lo hacía.

—Y los torrenillos estaban de cargarse.

—Por Dios, Sr. Cook.

—Es que lo estaban, Harry. Es que lo estaban.

Fin.

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