Ha habido muchas cosas terribles derivadas de la pandemia de COVID-19, pero lo cierto es que también ha servido para provocar una disrupción que de otro modo hubiera tardado mucho más en llegar (o no hubiera llegado).
Se trata de la disrupción del (bendito) teletrabajo. Llegó por imposición, pero parece que acabará quedándose con nosotros en muchos sectores. Lo comentaba hace un año cuando hablaba de que deberíamos matar (un poco) la oficina, una conversación que crecía tras la decisión de empresas como Facebook de imponer ese modelo y dejar así que los trabajadores pudieran realizar su tarea en remoto o en su casa de forma indefinida y sin apenas desventajas.
Yo soy absolutamente optimista con ese futuro. Más incluso que con el de los robots que nos harán trabajar menos y vivir mejor, como comentaba en un (entonces) inesperado comienzo de la serie sobre optimismo desaforado. Esa percepción optimista se reforzó ayer al leer un interesante hilo en Twitter de un tipo llamado Chris Herd, que por su trabajo había hablado con mucha gente de este tema y contaba cuáles eran sus (muchas) conclusiones al respecto.
El hilo no tiene desperdicio así que os recomiendo que le echéis un vistazo. Diría que Chris es aún más optimista que yo, quizás porque en su esfera yanqui el avance del teletrabajo está bastante más asumida que en España, país en el que calentar el asiento ha sido un deporte nacional toda la vida. Encontrarse con una visión así es refrescante y esperanzador, y aunque sigue y seguirá habiendo gente que sea más del otro palo (calientasillas forever), Chris destacaba cómo esto del teletrabajo va a traer beneficios por doquier.
Para empezar, lo que yo decía en el post del año pasado. El éxodo gradual parece inevitable: las ciudades grandes irán a menos, y las ciudades (y pueblos) pequeñas, a más. Como decía Herd, esos núcleos deben prepararse para ello con mejores escuelas, por ejemplo.
También está el tema del trabajo asíncrono: adiós al horario mundialmente aceptado de 9 a 18. Diría más: puede que los horarios acaben desapareciendo porque como apunta este tipo más adelante en su hilo, el KPI (Key Performance Indicator) de tu trabajo no será el tiempo que pasas en él, sino lo que produces. Es algo que yo llevo defendiendo toda la vida (quizás seguramente porque me considero un tipo bastante productivo) y que él apuntalaba con un «las decisiones sobre promociones profesionales se tomarán en base a capacidades, no en base a con quién te tomas las cañas tras el trabajo». Qué bonito sería eso. Y qué chungo, al menos por estos lares.
Los beneficios siguen: renacimiento de los hobbies, de cultivar aficiones que te permitan seguir aprendiendo cosas nuevas toda la vida porque te interesan, no porque te obligan a ello. Esa flexibilidad de horarios se suma a otro de las ventajas absolutas del teletrabajo: evitar que te pases horas en un coche, metro o autobús para llegar a tu puesto de trabajo. Más tiempo para ti, tu familia y tus amigos. Maravilloso.
A todo ello se suman ventajas para las propias empresas —plantillas más motivadas, menos gastos en infraestructuras, búsqueda de talento sin limitaciones, a nivel global (que beneficiará a todos los empleados)— y a efectos colaterales que seguramente aún no intuyamos. Es difícil para mí no ver que ese es el futuro a corto plazo.
Evidentemente no para todos, claro. Hay trabajos que se pueden hacer en casa o en la playa y otros que no y que exigen que estés físicamente en ciertos sitios en ciertos momentos. En Microsoft suavizaban el optimismo y hablaban estos días de un modelo de trabajo híbrido para el futuro: uno en el que los empleados puedan teletrabajar (desde casa) o trabajar en remoto de forma habitual.
El análisis de Microsoft era curioso porque ponía también los puntos sobre las íes en esta revolución en la que no todo es tan maravilloso. Nos reunimos más que nunca (aunque sea virtualmente), chateamos más que nunca, enviamos más correos que Perry Mason y trabajamos en más documentos ofimáticos porque hay que terminar un montón de cosas y oye, tenemos más tiempo para hacerlo ahora que no tenemos que ir a la ofi.
Ese es uno de los viejos peligros de teletrabajar: si estás en casa, no hay cambio de contexto. No existe ese viaje en metro o en coche y esa llegada al hogar que te permita decir «Ale, se terminó por hoy». Lo tienes que decir tú, y para eso tienes que ser honesto contigo mismo y con tus empleadores. Es durillo que se te caiga el boli cuando estás en casa («Venga, voy a terminar esto que ya no me queda nada y lo dejo níquel»), y desde luego ahí hay un aprendizaje para toda esa nueva generación de teletrabajadores que deben aprender eso. Lo de que se les caiga el boli.
Hay más desventajas claras: menos contacto cara a cara es un problema para generar nuevas ideas e iniciativas. No soy amigo de reuniones tradicionales, pero interactuar con tus compañeros y con contactos profesionales siempre enciende bombillitas de cuando en cuando. Desde luego, enciende más que si no te relacionas. El chat y las videoconferencias ayudan, pero no son tan efectivas en este sentido, así que supongo que aquí perderemos un poco de generación de ideas a no ser que aparezca algún canal que permita hacerlo de forma más cercana a lo que sucede con esas reuniones físicas.
Y sin embargo, soy absoluta y totalmente optimisma con esa disrupción. Yo llevo teletrabajando desde 2008 y no me veo yendo a una oficina a diario en un futuro cercano, pero lo que no veo tampoco es que mucha gente vuelva a ir regularmente a esa oficina a la que solía ir. Y eso, creedme, mola. Demuestra que hay muchos vicios, rutinas y creencias erróneas a la hora de trabajar (al menos, bajo mi perspectiva), y que existe un futuro mucho mejor en el que los que todos vivamos (un poquito) mejor. Tanto para los que trabajamos para vivir, como incluso para los que viven para trabajar.
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Yo lo veo bien. Como todo, tiene sus pros y sus contras, igual que el formato de trabajo basado en mega oficinas de empleados en el pasado siglo XX. El cómo le venga a la generación que se coma esta transición ya es otro cantar…
Eso es. No creo que haya una transición completa ni mucho menos, pero desde luego sí importante.
La diferencia está en que esas reuniones presenciales con los compañeros, jefazos y demás pueden tenerse de manera periódica en unas instalaciones más reducidas (por departamentos, por ejemplo) y cuando se viene sólo para ese fin y no a calentar la silla, las bombillas se encienden normalmente como si fuera el centro de Tokio.
Dios te oiga.
Yo, después de gozar durante unos meses de la posibilidad de trabajar tres días en casa y dos días en la oficina cada semana, se me hace cuesta arriba el tener que volver los cinco días a la oficina. Para mí es el equilibrio perfecto: obtenía las ventajas del trabajo a distancia y las ventajas del contacto social (reducido) con los compañeros; admás, parte de las tareas he de hacerlas sí o sí en la oficina (consulta de documentación microfilmada y no digitalizada).
Cada persona es diferente en este aspecto. Hay quien necesita ir cinco días a la semana a la oficina para desconectar de la rutina familiar. El mundo ideal, para mí, sería que mi empresa me dotara de los medios para trabajar desde casa (que ya lo ha hecho) y que, a la vez, me permitiera elegir cada día entre el trabajo presencial y el trabajo a distancia.
Efectivamente si las empresas dan flexibilidad la cosa se pondrá muy interesante, porque como dices cada persona es distinta (también) en esas preferencias.
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