Hoy mi post va dedicado a esos queridos jóvenes y no tan jóvenes que me leéis y estáis pensando en tener niños, pero sobre todo va dedicado a todos los que ya los tenéis. Estamos en el mismo equipo, chicos. O como dirían en Yanquilandia, I feel you, bro.

Para todos, estéis en un grupo u otro, quería hablaros hoy de un fenómeno social que por lo que sé no ha sido bautizado aún. Llamémosle, por ejemplo, efecto Pérez. Tu tele, esa que te encantaba ver tirado en el salón, deja de serlo cuando tienes niños. El salón de tu casa se convierte en una habitación de juegos más para ellos y de repente te ves arrinconado como mucho en tu dormitorio o, si tienes suerte, en alguna otra habitación en la que puedas disfrutar y trabajar a partes iguales.

Los niños se van a apoderar de la tele del salón. Eso es así. Lo harán sin piedad y sin que puedas hacer mucho por evitarlo. Te dejarán ver con ellos algunas cosas en plan familia, pero olvídate del Eurosport o las pelis con dos rombos y series para adultos de Netflix porque en esa tele solo se verán Clan, Boing y las pelis y series de Disney+. ¿Que tienes la consola en el salón? Ya no será tu consola. Fue bonito mientras duró.

El efecto Wilkinson tiene además asociado el fenómeno López. Que no es ni más ni menos que de repente la tele pasará a funcionar a volúmenes que ni siquiera imaginabas que tenía. Los niños parecen querer prepararse para los fiestorros en los garitos del futuro, porque ponen la tele a todo trapo. Como si no hubiera ni mañana, ni vecinos.

Yo llevo sufriendo el fenómeno López mucho tiempo, y soy de esas personas a las que el ruido de alrededor (si no es el que ellos eligen) les molesta a lo bestia para concentrarse y hacer lo que quiera que estén haciendo. ¿Qué ocurre a menudo? Que cuando estoy haciendo algo con el ordenador en el despachito de mi piso en el miniresort burgués acabo oyendo más la tele del salón que la música que estoy poniendo a un volumen discreto. Eso lleva al tradicional grito que seguro que quienes estéis en mi equipo habréis pronunciado alguna que otra vez:

—¡Niños, bajad la teleeee!

que normalmente es ignorado porque 1) no lo oyen o 2) pasan de oírlo. Lo cual lleva a gritar más, a calentarnos más y a que al final acabemos teniendo que ir al salón. Y si tienes que levantarte, malo. Lo normal es que les caiga una bulla (o les quites la tele, o cualquier otra medida disciplinaria) porque oye, te han hecho levantarte.

Necesito una aplicación que me permita bajar remotamente el volumen de la tele que están viendo mis hijos… en teles no conectadas. Maldición.

— Javier Pastor (@javipas) April 2, 2019

En abril de 2019 comentaba el tema en Twitter brevemente, y Pakillo77 contestaba enlazando a un producto de Amazon que ahora mismo está desaparecido. En aquel momento recuerdo que investigué un poco y no estaba seguro de que funcionara, pero hace unos días vi buscando entre los Incognichollos un producto que igual me resolvía el problema.

Se trata del Broadlink RM Mini3, un pequeño control remoto universal que permitía controlar varios dispositivos por Bluetooth o infrarrojos de forma centralizada a través del móvil. Como estaba rebajado a 17,99 euros (cuesta 29,99 normalmente) me lancé a por él y me llegó esta semana. No había podido probarlo hasta hoy, y por si no queréis leer más, la conclusión es esta:

Es el mejor cacharro que he comprado en 2020.

No llevo ni 10 minutos usándolo, ojo, pero ya lo tengo claro como el agua. El pequeño cilindrín se conecta por ejemplo a un puerto USB de la tele para alimentarse. Puedes conectarlo con un adaptador USB para tenerlo siempre disponible, pero en mi caso de momento esto está pensado para controlar la tele a distancia desde el despachito. Total, que lo conectas y lo configuras en unos cinco minutos. Te bajas la aplicación de Broadlink para el móvil, creas una cuenta (o asocias una de Google, por ej), y primero configuras el Broadlink para que coja la WiFi del sitio donde vaya a funcionar.

Luego viene lo bueno: añadir dispositivos. Yo pensé que como va por infrarrojos iba a tener que estar con el mando de la tele pulsando botones uno por uno, pero no: al añadir dispositivo te pregunta por el tipo de dispositivo (appliance) a añadir y luego te pide el fabricante. Yo solo tuve que seleccionar TV y poner poner LG y automáticamente me indicó que probara una de las cuatro posibles configuraciones que por lo visto funcionan con las teles de LG. La primera que probé funcionó, lo que hizo que tras aceptar esa configuración me apareciese el control básico de la tele en el móvil que, eso sí, tiene que estar conectado a la misma red WiFi que el Broadlink, y esa red tiene que ser 802.11n (2,4 GHz) porque no pirula con redes 802.11ac (5 GHz).

Una vez configurada la tele, tocaba probar. Los niños, que han visto cómo lo he ido configurando todo, me han preguntado dos cosas. Primero, qué era eso que estaba conectando a la tele. Segundo, y claro indicativo de cómo el efecto Pérez se ramifica, me preguntaron si podían usarlo ellos. Por que claro, está en su salón y cerca de su tele. Manda narices.

Yo les decía solo que era un aparatito para mí y para Sally. Tras terminar la configuración la convoqué a nuestro salón a la habitación grande de juegos de los niños y mientras ellos estaban viendo ese infierno de peli llamado ‘Into the woods’ —qué canciones, por favor, qué insufrible— les reuní alrededor de la tele.

—Mira Sally, mirad niños. Se acabaron los gritos de que bajéis el volumen. Con este aparato mágico puedo controlar el volumen desde el despacho para que dejéis de darnos la tabarra. Yo tengo el poder absoluto. ¡YO!

Tras lo cual realicé una pequeña demostración que dejó flipada a Sally («Harry, me voy a instalar eso ahora mismo en mi móvil») y que dejó también boquiabiertos a los niños. Unos instantes después, ya con nosotros en el despacho de nuevo, en toda la casa se ha oído una risa diabólica, muy de Halloween, ya que estamos en tan señalada fecha yanqui (y cada vez más española). Esta es la cara que se me ha quedado:

—¡¡MUAHAHAHA!!

Bendita tecnología. De verdad. 🙂