Esta historia está basada en hechos reales.
—¿Seguro que es aquí? —preguntó Harry extrañado.
—Pues claro, Harry. Ya sabes que domino la calle Serrano al máximo. Estoy en mi salsa. Es por esta entrada de El Corte Inglés — afirmó Sally con seguridad, dejando atrás a Harry.
Lo cierto es que no pegaba mucho que un restaurante de moda estuviera en la planta alta de un centro comercial casposillo como ECI. Y tampoco pegaba mucho que un restaurante con ese rollo urbano-hipster se situase en esa zona. Si en el miniresort burgués el ratio de winners (y sobre todo, de aspirante a winner) por metro cuadrado era alto, aquí la cota era asombrosa.
Harry, que provenía del humilde Wisconsin, se sentía normalmente incómodo enfrentándose a tanta pose, tanta felicidad made in Yves Saint Laurent y tanto vendemotos trajeado.
—¿Qué haces ahí atontado? —preguntó Sally, inquieta.
—Perdona Sally. Estaba maravillado una vez más ante este ambiente. Me recuerda mucho a aquella noche en Winnerlandia.
—Pues claro —dijo Sally encantada—. Pues yo estoy encantada—confirmó—. En mi salsa, ya sabes. Venga, andando que es gerundio.
—Como desees.
—No empecemos.
Allí estaban, cogiendo el ascensor hasta una séptima planta en la que aparecería por fin el soñado deseado esperado curioso StreetXo. Pero… ¿cómo era posible que Harry & Sally, la Whopper-couple, se atreviese a aparecer en un restaurante de postín como este?
La razón no fue la comida como tal, sino la compañía. Y en concreto la de sus vecinos y amigos del miniresort burgués, Audrey y Travis. Esta pareja de Seattle hablaba un español perfecto con la peculiaridad de tener un marcado acento gallego —gallego de Santiago, ademais— que nadie sabía de donde procedía. Travis, ex-jugador profesional de la NBA, cumplía años ese día, y a Audrey se le había ocurrido llevarle al sitio de moda.
Sally, que hablaba un montón con Audrey, pensó que sería divertido que fueran los cuatro, así que se lo propuso tras consultarlo con Harry, que como la propia Sally tenía sus dudas:
—Por mí genial —dijo Harry tras conocer la idea sorpresa—, pero es un poco plan acoplator, Sally. Igual quieren estar de arrumacos galeguiños, caray.
—Bueno, a ver qué dice Audrey. Seguro que le encanta la idea.
Efectivamente, a Audrey le encantó la idea. Tanto que ni siquiera se le ocurrió decírselo a Travis. Ni tampoco les comentó nada a Harry y Sally sobre que Travis no sabía nada. Vamos, que entre unos y otros la ignorancia, una vez más, era la madre de todas las ciencias.
Al día siguiente los parcialmente ignorantes Harry y Sally cogieron un Cabify para llegar a tiempo a la comida. Una vez dentro, Sally le mandó un WhatsApp a Audrey, que había ido algo antes para coger buen sitio en la cola. En StreetXo no se podía reservar, así que si no te presentabas a una hora decente lo llevabas crudo.
—Audrey, ya vamos para allá.
Cinco segundos después, la respuesta.
—Pues envolveos de regalo, que sois sorpresa. No se lo he dicho a Travis.
—TE MATO —contestó Sally.
Harry se llevó las manos a la cabeza.
—¿Travis no sabe nada? Esto se pone interesante —dijo con un sudor frío recorriéndole sus perfectos pectorales la espalda.
La llegada
Y efectivamente, se ponía interesante. Quince minutos después aparecían en Serrano 52 en su lujoso Cabify, del que se fueron sin sacar la cartera. Era lo bueno de servicios de este tipo: precio cerrado, pago vía tarjeta de crédito o Paypal, cero estrés ante posibles atascos o ante las ganas de recorridos turísticos de los taxistas.
En esas estaba Harry, pensando en pros y contras del servicio —Sally estaba en otra guerra— cuando como veníamos diciendo se encontraron ante la entrada de El Corte Inglés y cogieron el ascensor a esa séptima planta que, eso sí, les permitió disfrutar de una buena vista de las azoteas madrileñas mientras subían.
La primera impresión del local fue más bien decepcionante. Una cola de unas 40 personas aguardaba a que el personal del restaurante fuera dándoles paso, y aquello tenía pinta de ser hasta pequeño. Audrey les recibió tronchándose de risa.
—¡Qué bien! ¡Llegásteis! —anunció con ese perfecto e inconfundible acento cantarín de Wisconsin Santiago de Compostela.
—¡Yo te mato! —gritó Sally—. ¿Cómo se te ocurre no decirle nada a Travis? ¡Nos va a matar cuando nos vea!
—¡Pero qué dices! Tú no conoces a Travis, le va a encantar la sorpresa. Acaba de llegar hace un minuto, pero ha ido al baño. Poneos delante y mirad al frente, ¡a ver si se da cuenta!
Los tres reían, pero la risa de Harry y Sally era más bien nerviosa. «¡En menuda nos has metido!», le iban diciendo sin mirar atrás. «¡Te matamos!». Al poco aparecía Travis, que tras un instante de sorpresa y confusión se puso a dar abrazos y besos por doquier.
—¡Felicidadeeeees! —gritaron Harry y Sally al unísono.
—¡Eyy! ¡Qué sorpresa! ¡Cómo mola que hayáis venido! —dijo Travis con lágrimas en los ojos emocionado.
—¿Has visto? —contestó Harry —. ¡Oye, qué bien lo has encajado! Ya le echarás la bulla luego a Audrey, ¿a que sí?
—¡Pero qué dices! ¡Estoy encantado! Ale, vamos a disfrutar del StreetXo este, a ver qué se cuentan.
Harry y Sally respiraron tranquilos. No habría muertes ese día, finalmente. A comer, pues.
La vida a 2X
Allí estaban nuestros protagonistas, comentando la jugada alegremente mientras esperaban cola. Empezaba la experiencia StreetXo, y lo hacía con un primer aviso de por dónde podían ir los tiros. En la cola tenías que estar de pie, como en cualquier cola, pero eso sí, si te apetecía podías pedir uno de los cócteles de la carta para amenizar la espera.
Aguantaron sin ese primer cóctel, y tras unos 15 minutos de espera adicional (a los que se sumaban los 20 de Audrey) por fin accedieron al local, al que un camarero iba dando la opción de elegir entre terraza (más tranquila) o barra, donde podrías ver a los cocineros preparar todo en vivo y en directo. Travis lo tenía claro: vamos a ver cómo cuecen y enriquecen estos masterchef.
El local era, como se intuía desde fuera, pequeño. Chillón y pequeño, de hecho. Una especie de mezcla entre garito nocturno, tienda de ropa fashion y restaurante aún más fashion, Musicote de fondo (chunda-chunda light, el CD de éxitos de Zara y Springfield también triunfa en el garito de David Muñoz), y además a un volumen que dejaba hablar pero que rayaba en lo incómodo. No hables demasiado, no pienses demasiado.
Calla, come, bebe, paga y vete. Y hazlo rápido.
Ese podría ser el balance de aquella jornada gastronómica en la que todo pasaba como en el anuncio de Micromachines. A toda velocidad, con prisas. Nada más sentarse, Travis, Audrey, Harry y Sally fueron atacados frontalamente por Katie, que debía llevar el cotarro tanto por sus pinturris post-apocalípticas —ser alguien en StreetXo debe implicar no tener un aspecto convencional— como por su actitud. Decidida y directa. Katie sabía lo que tenía que hacer en cada momento, y caló a nuestros cuatro protagonistas nada más verles.
—Hola chicos, cócteles para todos, ¿no? —dijo Katie a ritmo de musicote y a velocidad 2X. Su propia forma de hablar hacía que uno tratase de contestar igual de rápido y con la misma decisión. Misión imposible.
—Eeehhhhmmm… yo quería una cerveza fresquita antes, que vengo seco, Katie —contestó tímidamente Travis.
—Qué cerveza ni qué niño muerto. Cócteles.
—Oye Katie, a ver. Cerveza primero, y luego pónnos los cócteles que te apetezca. —A Travis se le notaban los galones gallegos. Katie llegó a pestañear. Un segundo después de contemplar sus opciones, prosiguió.
—Cerveza pues, y luego cócteles. ¿Os fiáis de mí?
—Claro Katie. Debutamos.
A Katie le salieron chiribitas en los ojos, pero no precisamente de emoción. Eran más bien chiribitas con forma de euro. «Os vais a enterar, majetes». Escenario mil veces repetido. Clientes bajo control.
—Ah, ¿es vuestra primera vez? Estupendo, estupendo. Bueno, os traemos los cócteles, y mientras id mirando la carta.
—No sabemos muy bien qué pedir Katie, ¿qué nos recomiendas?
—Bueno, si os fiáis de mi, creo que con seis platos para compartir tendréis suficiente. Si luego queréis más podéis ir pidiendo.
La conversación, que probablemente habréis tardado 20 segundos en leer como mucho, tuvo lugar en unos dos segundos. O esa era la sensación que tenían nuestros protagonistas, que se veían inmersos en ese formato de vida a muchas revoluciones que no era demasiado habitual en el mini-resort burgués.
—Venga, nos fiamos —añadió Travis, que miró a todos en señal de aprobación. Probablemente todos pensaron lo mismo. Que David Muñoz nos coja confesaos.
Mientras llegaban los cócteles Travis y Harry se pusieron a hablar de sus cosas y Audrey y Sally de las suyas, que eran muchas más. Eso dio tiempo también a disfrutar del espectáculo, porque lo era.
Una docena de cocineros se agolpaban en una zona de preparación que podría definirse con un oxímoron en toda regla: un caos ordenado. Comandas que iban y venían a grito pelado, actividad frenética, concentración y, sobre todo, prisas. Prisas que lo dominaban todo.
—Buenochicosqueostraigoloscóctelesporaquíoslosvoyponiendo —anunció sin respirar un camarero con una bandeja.
El despliegue de cócteles fue singular, porque mientras iba indicando los nombres —sin pausas entre las palabras, en StreetXo está mal visto que te enteres de lo que te están diciendo— iba asignando los cócteles de forma totalmente aleatoria. Que era probablemente la mejor forma de repartirlos, porque daba igual el que te tomases: todos eran igual de raros. ¿Ricos? Los dos que Harry probó, no especialmente, pero su compañeros de festín parecían satisfechos.
Quizás porque el de Harry era especial. Era un cóctel con menene. La presentación ya era curiosa: una copa de cerveza con algo que parecía una cerveza pero que no era una cerveza (el fin último de la cocina de diseño es engañar a la vista y, si puedes, al resto de sentidos) y que estaba acompañada de un palitroque. En la base, la cabeza de una quisquilla. En el palitroque, ensartada, el resto de la pobre quisquilla, que además estaba bañada en una especie de salsa barbacoa que, por supuesto, no era salsa barbacoa. Harry se quedó estupefacto mirando aquello, sin saber muy bien qué hacer. Sus compañeros de mesa barra estaban igual de estupefactos, pero sonreían porque a ellos no les había tocado ese reto en forma de puzzle gastronómico. Afortunadamente el camarero le acabó rescatando de la situación:
— Estecóctel[cuyonombrenorecuerdo]setomachupandoprimerola cabezadelaquisquilla,remojandoelcuerpoconunavueltecitaenelcóctelcomiéndoteloyluegoabeberquesondosdíasmajo.
—¿Perdón?—respondió Harry confuso.
—¿Se lo vuelvo a explicar, caballero? —dijo el camareo, aparentemente satisfecho de haber logrado no haberse hecho entender.
—No no, ya me apaño. Era para comprobar si aquí mis amigos lo habían pillado.
Dicho y hecho. Harry chupó la cabeza de la quisquilla, revolvió el cóctel con el palitroque con su cuerpo, se comió esa parte y luego le dio un trago a su cóctel. Travis, Audrey y Sally le miraban expectantes.
—Pues no sé qué deciros. A mí esto me parece una guarrada.
Lo era. Mojar una gamba en un cóctel era una soberana guarrada, o al menos eso le habían enseñado a Harry durante toda su niñez. Pero ahí estaba David Muñoz para desafiar las reglas y para demostrar que una gamba se podía se debía mojar en un cóctel, fuera cual fuera la razón para hacerlo. Que no era, amigos lectores, la de que la gamba supiese mejor o peor al hacerlo. Sabía a lo que tenía que saber. A gamba mojada. Harry, no obstante, aceptó impertérrito su destino: donde fueres, haz lo que vieres. El cóctel, dulzón y fuerte, no era el mejor acompañante para una comida, pensó Harry, pero pegaba a tope con el musicote que seguía sonando. Oye, pues a lo mejor este es el rollete, pensó. Seamos uno con StreetXo.
Así fue cómo Audrey, Sally, Travis y Harry comenzaron a asistir al despliegue de platos: En total siete, a cual más raro y curioso, que es lo que venden aquí y en cualquier restaurante de este palo, pensó Harry. Aburrirte no te vas a aburrir: como ocurre con el arte moderno, te puede gustar o no, pero lo que es seguro es que no te va a dejar indiferente.
Y los platos no lo hacían, como tampoco la presentación, que iba variando pero que a menudo se limitaba a una cartulina plástica (los famosos «lienzos») sobre la que aparecían esas creaciones en perfecta distribución: en todas ellas, cuatro unidades, con las cuales luego podía haber pasos opcionales: rebañar el hoisin de fresas, envolver el «saam» de panceta en la lechuga, usar cuchara, palillos o manos al tuntún, y un sinfín de reglas no escritas que los camareros recitaban —siempre sin respirar, que es de mala educación— tras anunciar el nombre del plato, que de hecho era más largo que el que ponía en la carta.
De hecho incluso hablando sin respirar como hacían los camareros los nombres de los platos eran tan largos que 1) sería imposible recordar cualquiera de ellos y 2) sería imposible saber qué esperar de cada uno. El engaño a los sentidos empezaba por el oído, seguía por la vista y luego pasaba a tacto y olfato para acabar en el gusto. Podría gustarte más o menos lo que comías, pero ya no sabrías si era por una cosa, por otra o por todas en su conjunto. Luego llegaba el engaño máximo, claro. El engaño a tu bolsillo. O no, claro, según uno sea fan o no de un tipo de cocina en la que no solo no entiendes ni sabes lo que te comes, sino que no tienes tiempo para disfrutarlo y, además, no tienes tiempo para pensar si te ha gustado o no. En StreetXo, pensó Harry, tenían una estrategia fantástica para librarse de los clientes y aprovechar cada turno de una forma ultraeficiente. Lo dicho: calla, come, bebe, paga y vete. Y hazlo rápido.
El menú, destripado sin misericordia
Nota del autor: aunque la primera idea era la de hacer la crítica del menú adoptando el típico diálogo de Harry y Sally, no me encontraba con fuerzas a estas alturas del post (y de la noche, son las 2:04 AM ahora mismo) para seguir esa línea. Aquí vuelvo al más puro estilo crítico de Le Cocó: inmisericorde e inflexible con la tontuna gastronómica que nos rodea:
Tanta pasta dejes como prisa te provoque StreetXo
Todo lo que he contado y lo que digo aquí, que conste, es una opinión súper personal. Y fuerte, como mis opiniones… y como los platos del StreetXo. Aquí es donde toca decir verdades como puños sobre otro de esos restaurantes que no entiendo y que una vez más me confirman que no estoy hecho para estos sitios. Sobre todo cuando uno ve la cuenta para cuatro personas:
Acabé aturdido por el espectáculo de esos siete platos que al final lograron saciar mi apetito, pero quedé sobre todo aturdido por una experiencia en la que me sentí un poco conejillo de Indias. Es como si formaras parte de un experimento de David Muñoz en el que éste se ríe (o quizás no) de los clientes presentándoles platos que pecan de varios defectos. En primer lugar, de nombres absurdos que vuelven a jugar al despiste. En segundo, de combinaciones de ingredientes que parecen hasta forzadas, aunque espero que no lo sean y que el tipo haya cocinado y probado muchas cosas asquerosas hasta dar con cosas pasables. En tercero, de que al final te encuentras con platos con dos características en común: todos tienen un sabor fuerte y todos son súper sabrosos. Lo cual, insisto una vez más, no significa que estuvieran todos buenos o malos.
El problema no es ese, sino que toda la experiencia está dominada por las prisas. Unas prisas que no son buenas consejeras y que hacen que una vez más el invento parezca un pufo. Uno en el que la expectación ante la fama de un local y el postureo vuelven a traicionar el objetivo final, que no es otro que disfrutar de la comida. Yo disfruté, pero no por la comida (normalita en general, lamentable si tenemos en cuenta la relación calidad+cantidad/precio), sino por la compañía, que es como siempre lo que importa. Lo demás, incluido el menú, es totalmente secundario. Como si al final te reúnes alrededor de unas pipas y unas cervezas. Ese plan para mí es difícilmente igualable, pero entiendo que debo ser la excepción cuando la gente sigue ensalzando cosas como StreetXo. Creo que jamás repetiría una comida aquí, o al menos lo tendría muy al fondo de una lista de sitios que sin tanto efectismo te plantean una experiencia distinta en la que comes aceptablemente platos sin truco, con precios sin truco y con otra cosa vital:
Sin prisas.
Por dios, qué sensación de nos quieren echar de allí cuanto antes. La cola para entrar. El musicote de garito nocturno ‘light’ que hace algo incómodo hablar. Los camareros que hablan como robots sin respiración. Las prisas por servirte. Las prisas para que te lo comas todo rápido. Las prisas por retirarte el plato y ponerte el siguiente. Las prisas por pagar. Las prisas porque te levantes del sitio para dejar que los pobres que esperan la cola tengan su oportunidad de experimentar esto… Demasiadas prisas por todos lados. Qué estrés. Como si no tuviéramos suficiente con el ritmo de vida normal, y nos meten prisa hasta para comer mientras pagas más de 50 euros por barba que personalmente hubiera invertido de otra forma muy distinta de haberlo sabido.
Lamentable, StreetXo. Lamentable.
Cuando vuelvas por mi ciudad quedamos y vas a saber lo que ye comer 😉
Un abrazo Javi.
😛 Ya he probado algunas cositas de allí como sabes y eso sí que ye comer 😀 Cualquier día nos vemos allí!
He disfrutado mucho leyendo tu «experiencia», sobre todo a partir de la descripción del menú y de tus conclusiones (la primera parte no me ha gustado tanto), y estoy completamente de acuerdo con lo que dices. Bueno, con una excepción, que yo jamás iría a un sitio como ese.
En mi ciudad «disfrutamos» de un restaurante de postín como ese. Bueno como ese no: no creo que sea tan incómodo como parece ese, ni tenga ese ruido ambiente, ni te metan prisas, ni te hagan gastarte de forma obligatoria 50€ en cócteles que no has pedido, pero si tienen la misma tontuna en la comida pero probablemente al doble de precio.
Y digo probablemente, por que jamás he ido ni iré. Como tu dices hay otras formas de invertir el dinero.
En fin….
Ciertamente, las hay. Lo de que hay que probarlo todo en esta vida al menos una vez consuela bastante poco, además :/
Enorme el post. Me ha encantado.
A mi lo que más me sobra de todo esto, precio al margen, son las prisas. Nada me pone mas nervioso que la sensación de sentarme a comer y que ya me estén sacando la cuenta.
Que fotazas, por cierto !!!!
Gracias Vicent 🙂 Efectivamente, lo de las prisas es muy molesto en mi opinión, aunque supongo que habrá gente que hasta lo agradezca por su ritmo de vida. Los que seguro que lo agradecen son quienes hacen caja allí. Buen sistema para rentabilizar al máximo los turnos.
No he pisado todavía StreetXo y, visto lo visto, no creo que lo pise, jajaja. Pero lo que sí es cierto es que me lo temía. Llámame clásico, pero Dabiz y demás tropa siempre me han parecido humo y ruido. En fin, ¡sablazo épico! 😉
¡Clásico!
Ya sabes que esto es una visión muy personal. Está claro que hay gente a la que sí le convence ese concepto, pero no es mi caso. Como dices, al final lo que me llevé fue un buen sablazo. Argh!
No creo que hubiese ido, pero ya tengo claro que no haré un esfuerzo por ir.
Para comer bien, en cantidad y de postín, como Lima en Perú no he comido en ningún sitio.
En cuanto a tu estilo como escritor mejora cada vez. Me estás recordando a Fuckowsky y su libro Memoria de un Ingeniero: http://www.alfredodehoces.com/fuckowski-on-line
Uy, he leído un poco y promete, muy de mi palo parece como dices. Igual acabo comprándolo, gracias por el enlace!
O_O pensé que lo conocías, es de Málaga y ganó un concurso literario con ese libro recopilatorio. Lo hizo tirando de SEO y seguidores de su blog, algo que podrías replicar en tu arranque literario. Es muy, muy de tu palo y refleja una época pasada pero que sigue vigente. En su blog sigue habiendo varias historias disponibles entre los que recomiendo:
http://www.alfredodehoces.com/post/96249723685/proyecto-bicicleta
http://www.alfredodehoces.com/post/96249724750/teddybear-consulting
http://www.alfredodehoces.com/post/96249725980/workflow-de-una-tormenta-de-mierda
y uno de mis favoritos:
http://www.alfredodehoces.com/post/96249727230/el-blues-del-minuto
No, pero vamos, voy a cotillearle a tope, como decía tiene muy buena pinta y puede estar curioso ese modelo para replicarlo, sí 😀 Gracias Manuti!
Y la Delgada línea marrón al completo: http://www.alfredodehoces.com/post/96249728600/la-delgada-l%C3%ADnea-marr%C3%B3n
No me gustan nada estas nuevas moderneces del postureo culinario. Empezando por el moniato que se hace llamar Dabiz.
Ni aunque me saliera gratis iría. Lo siento. Es una oponion mas.
Hombre, gratis, aunque fuera por probar… 🙂
¡Qué lejos quedan aquellos tiempos en los que Dabizzzzz promocionaba «Estricho» como un sitio donde se podía comer por 30 €!
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