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Harry & Sally en Winnerlandia

·

(Basado en hechos reales)

—¿Qué hace toda esa gente ahí? —preguntó Sally

—Ni idea —respondió Harry—. Qué raro, todos de trajecito en la entrada. ¿No habían dicho que el dress code era business casual?

—Ay, Harry, qué bien pronuncias esas palabrejas.

—Sí, si pronunciarlas las pronuncio guay, pero no sé si vamos con el dress code este de las narices adecuado.

Así era. Todo un mundo de incógnitas se arremolinaban en torno a nuestra pareja favorita, que acudía con lo que ellos creían era el dress code (de las narices) adecuado al evento al que habían sido invitados.

Capítulo 1. La invitación

Todo había comenzado una fría mañana de enero. Harry recibía un mensaje de correo electrónico que pintaba a tostonazo. Alguien de una súper empresa de la Champios League le invitaba a la inauguración del nuevo Customer Experience Center. Un martes por la tarde. Y no cualquier martes por la tarde: el del próximo 14 de febrero. Harry no necesitó mirar más, y descartó el mensaje.

Dos semanas después, no obstante, el remitente volvió a la carga. «Perdona Harry, has podido ver el mensaje? Necesitaría confirmación«. Harry, extrañado por la insistencia —los responsables de comunicación aceptan con (lógica y) brutal elegancia ser ignorados por los medios— le echó otro vistazo a la invitación.

—Uy espera, si hay imágenes y no las he mostrado. A ver… —comentó Harry

—¿Lo cualo?

—Nada, un correo que me ha llegado, espera que…

Harry se quedó patidifuso. Ante él estaba no una invitación a un Customer Experience Center. Estaba LA invitación a un Customer Experience Center. La empresa, una de las que estaba forrándose gracias al Cloud Computing y al Business Intelligence, tenía el detalle de invitarle a un cóctel cena «en el que contaremos con las actuaciones privadas de Mikel Erentxun y M-Clan«. A él y un acompañante.

—¿¡¿¡Cómo que quéeee?!!?!? —exclamó Harry.

—¿Qué te pasa? —preguntó Sally extrañada. Harry difícilmente exclamaba por correos. Si acaso en el Battlefield, pero en correos, como que no.

—Pues que nos invitan a mí y a un/a acompañante a un concierto privado de M-Clan. Así, por las buenas.

—Venga ya —Sally, a la que normalmente era difícil arrancar del teclado cuando estaba en el trabajo, dio un respingo —. Eso es mentira, Harry. No juegues con mis sentimientos. Te he dicho mil veces que si alguna vez te dejo será por Carlos Tarque.

—Mira y llora.

Harry le enseñó el mensaje. Sally actuó como Harry esperaba. Espasmos y convulsiones llevaron a una serie de tics nerviosos y una involuntaria producción masiva de lágrimas de emoción. Bueno, más o menos. El caso es que Sally no salía de su asombro, pero su frase fue la que Harry —que la conocía como si se hubiese casado con ella— esperaba.

—Confirma ahora mismo, Harry. YA —dijo Sally con su voz, y con una palabra final que dejaba claro que hablaba en mayúsculas.

—Pero Sally, un martes… niños… día de los enamorados…

—Yo ese día no tengo hijos ni tengo enamorados. Yo ese día tengo concierto con mi Carlos.

—Ya sabes que yo lo que sea por hacerte feliz. Pero que conste: si se me presentan Blake Lively o Kate Beckinsale no respondo —Harry tenía que intentarlo, era ahora o nunca.

—Que sí que sí. Tú confirma —respondió Sally, a la que ya no le importaba nada en el mundo.

Así fue como Harry confirmó su asistencia y comenzó el esperado debate inmediato con las vecinas del mini resort burgués en el que vivían. «Chicas, esto de business casual ¿qué creéis que significa exactamente?» Preguntaba Sally, que probablemente pensaba en ir algo más sugerente de lo que dictaba el dress code (de las narices) para conquistar a su ídolo. Aquello fue la comidilla del grupo durante un rato (los grupos de WhatsApp formados por chicas no necesitan mucho para tener material para comentar), y la cosa quedó más o menos clara. Tenían unos preciosos días para hacerse a la idea, encalomar a sus (queridísimos en otras circunstancias) niños y prepararse para el eventazo.

Capítulo 2. El eventazo

Llegó el día D y la hora H. La jornada había sido entretenida un infierno a nivel profesional, y la pobre Sally apenas había podido atender al preparatorio previo que Harry había hecho durante la sesión matinal.

—Que por nosotros no quede. Hay que aprenderse la letra de las nuevas canciones de ‘Delta’, el nuevo disco de nuestros chicos. Voy a ponerlas una y otra vez en Spotify, Sally.

—Fantástico, Harry. No sé qué me estás diciendo pero todo sí.

—Que voy a poner el nuevo disco… que esta mañana ha aparecido Blake Lively en la puerta del cole cuando he llevado a los niños y me ha dicho que si había tomate. Le he dicho que sí.

—Genial Harry. Lo que tú digas. Venga.

Harry sonrió confiado pensando que todo sumaba y le dio a la lista de reproducción. Vamos con ‘Grupos americanos’, se dijo. Gran tema para abrir un disco que les gustaba mucho. Quizás no tanto como los antiguos, pero la verdad es que ese nuevo trabajo estaba «growing on them«, como dirían sus compatriotas yanquis. Cada vez molaba más.

Terminó la jornada laboral y salieron de casa tras alguna que otra tensioncilla insignificante. Todas eran insignificantes entre Harry y Sally, y más en el día de los enamorados. En la Wikipedia debería haber salido su foto en el artículo de ese día. Fijo. El caso es que una vez encasquetaron a los niños se dirigieron a su destino en el norte de Madrid.

Nada más entrar en el complejo se dieron cuenta de que aquello apestaba a dinerito. Algo raro pasaba cuando al llegar con el coche vieron delante de la puerta una tropa de chicos trajeados y una madame que parecía dictar órdenes. Eran los primeros —Sally había sido inflexible en eso, no fuera que se perdiese un detalle de su ídolo— así que el parking del edificio estaba vacío. Al ver tantos sitios libres pasaron de la tropa trajeada y dejaron el coche en uno de los sitios disponibles.

Fue el primer detalle gorki de la noche. Resulta que la tropa trajeada era el ejército de aparcacoches del evento.

Afortunadamente aquello no pasó a más. Accedieron al edificio ignorando a la madame. Había que parecer guays, así que Harry y Sally pusieron en práctica sus mejores miradas por encima del hombro y repasos de arriba a abajo al personal. No les salían muy bien ni una cosa ni la otra: estaba claro que eran pequeños gorkis en ese mundo de fantasía de empresas y gente cuya mayor preocupación probablemente sería si el Moët & Chandon se bebería a morro o en vaso. Más sobre esto más adelante.

El caso es que Harry y Sally sortearon la citada tropa de aparcacoches y pasaron por la puerta giratoria. Tras ella unas simpáticas azafatas sostenían en las manos las listas de invitados.

—Soy Harry, conocido en el mundo entero.

—Por supuesto —respondió la azafata, rebuscando en la lista con una amable sonrisa permanente —. Sí, aquí está, bienvenidos, pueden pasar por allí.

Aquel control mínimo les dio acceso al esperado Customer Experience Center, ese emplazamiento en el que las salas de conferencias se mezclaban con amplios halls y pasillos en los que pantallas de 20 x 2 metros mostraban un gigantesco despliegue visual. Gracias, cómo no, a la presencia de 5 o 6 proyectores que trabajaban sincronizados. Harry no pudo evitar fijarse en el detalle friqui, y al mismo tiempo, en hacer una rápida estimación de lo que podía haber costado aquella instalación. Rápidamente sacó la cifra aproximada: unos 3,3 quintillones de dólares.

—Esto les debe haber costado unos 3,3 quintillones de dólares —comentó Harry con seguridad, proclamando en voz alta lo que su mente técnica y analítica había deducido.

—Por dios, Harry, no seas gorki. Hablar de dinero en este lugar seguro que es lo menos in del mundo —comentó Sally, nerviosa.

—Tienes razón. Bueno, pues debe haber costado un pastizal.

—Y dale.

—Bueno, vamos a dar un paseo por aquí. Disfrútalo, Sally. Así vive la otra parte del mundo.

—Oye oye, que nosotros somos unos privilegiados en nuestro mini resort burgués… —se interrumpió— fíjate qué pasada. Qué ideal todo, qué gente tan in. Tan business casual, Harry.

Así era. La gente no solo iba business casual que te cagas, sino que probablemente para ellos cualquier negocio fuera casual. A medida que iban llegando se iba notando un poco de qué palo iba la gente. Había más winners por metro cuadrado que en su mini resort burgués. De lejos.

Esto era Winnerlandia.

—Esto parece Winnerlandia, Sally. Fíjate qué porte, todos con sonrisas profident, encantados de haberse conocidos a sí mismos.

—Oye, que seguro que son majísimos todos. Y seguro que están forradísimos. El bolso que lleva esa chica probablemente cueste lo que nuestro coche.

—¿No decías que hablar de dinero no era apropiado?

—No seas tonto Harry. Las chicas podemos hablar de lo que nos dé la gana. Es más, lo hacemos. Si no mira mi Instagram.

Sally, por supuesto, estaba gozando con ese pequeño tour por los mundos de yupi. Gente (que parecía y se sentía) más chulis que los demás de repente estaban a su alcance. Así que eso era lo que se sentía rodeada de triunfitos, se dijo Sally. Soy una pequeña y feliz gorki, pero oye, me lo estoy pasando pipa.

El breve recorrido —tampoco hay que exagerar, el CEC molaba pero no era tan grande, medio campo de fútbol como muchísimo— les llevó a la zona del cóctel cena que prometían las invitaciones. Allí comenzaban a apostarse los invitados con sus looks business casual, pidiendo algo de beber a los cuatro barman que había tras una barra atestada de refrescos, zumos y botellas de vino.

Harry se plegó al «donde fueres...» y adoptó una actitud de seguridad —casual, claro— para pedir un par de vinos tintos. Sally esperaba fichando mientras tanto a toda fémina que pasaba cerca de ella para analizar el resto de looks business casuals. Tendría que informar a sus vecinas, que habían seguido el evento con expectación y que querían saber cómo era lo del business casual en Winnerlandia.

—Toma Sally, un tinto winner.

—Ays, Harry, qué nerviosa estoy. Esto es anti-gorki.

—Pues espera a que llegue Carlos.

—¿Le has visto? ¿LE HAS VISTO? —Sally de repente entró en colapso.

—Que no mujer. Además, primero toca Mikel Erentxun. Le tengo un poco perdida la pista, me temo.

En estas apareció uno de los anfitriones de la fiesta. Chris, un tipo mayorcito ya pero que desde el primer momento demostró estar en su salsa. Sonrisa Profiden Premium Plus y una rápida y calurosa presentación que dejaban claro que este tipo era un winner que sabía cómo hacerse winners (no tanto como él) a los demás.

—¡Holaaa! ¿Qué tal estáis? Soy Chris, el jefe winner —Harry sabía que había dicho algo, pero su cargo le sonó a eso.

—Hola Chris, ¿qué tal? Soy Harry, trabajo en X. —Chris le saludó con un fuerte apretón de manos winner y se presentó raudo y veloz con Sally, con dos informales besos winner en la mejilla.

—Ah, ¿eres de prensa? —su sonrisa cambió imperceptiblemente —. Hay otro chico por aquí también de tu ramo. Bueno, ¿qué os parece esto? Una pasada ¿a que sí? ¡Bueno, os dejo, disfrutad!

Ese minuto sería la única interacción winner que tendrían con gente winner aquella noche. El resto de los winners estaban a su bola winner, y Harry y Sally compredieron enseguida que como buenos y pequeños gorkis lo que tenían que hacer era abstraerse y aprovechar la ocasión.

Era su segundo momento gorki.

—Hay qué ver qué pedazo de winner —dijo Harry, al que siempre le impactaba la seguridad de esa clase de gente.

—Un crack —Sally parecía menos impactada—. Venga, disfrutemos, querido esposo. Vamos a hacer gasto.

—Ahí le has dado esposa mía. Que empiece el cóctel cena.

Dicho y hecho. Harry y Sally se olvidaron de la gente winner y se dedicaron a la comida y a la bebida winner. Los canapés iban y venían gracias a los camareros que se paseaban por allí con bandejas de forma continua.

—El jamón muy rico, Harry, pero el de casa está mejor.

—Ya lo creo. Pero oye, al jamón no se le dice que no. Ven acá pacá —susurró Harry en voz baja mientras atacaba la bandeja del jamón de nuevo, eso sí, con un gesto muy casual.

Sally, mientras tanto, iba catando otros manjares con nombres absurdos. Muy Le Cocó, ya sabéis. En realidad ni siquiera eran manjares, se dijo Harry. Era comida rica que simplemente habían preparado en plan chorra. Hamburguesas japonesas con nosequé, foie con pétalos de manzana crujiente al nosequé, arroz negro con ali-oli y nosequé, milhojas con tartar de buey a la salsa del nosequé, nubes de nosequé con curry o nosequé de nosequé con crema de perdiz. O algo así. Harry y Sally eran incapaces de retener los nombres, y hacían bien: su trabajo era zamparse los canapés, no aprenderse sus nombrecitos. Tras dar buena cuenta de varias unidades y de tomar un par de tintos cada uno se sintieron plenos y con fuerza.

—Oye, pues muy bien el cóctel cena, Sally. Ni siquiera tengo ganas de tomar un Whopper, qué cosas. Eso sí, la hamburguesa japonesa esa tampoco era para tanto.

—A mí el arroz negro me ha matado. Menos mal que luego le he dado al tartar de buey. Ahora ya mejor una cervecita, que como me tome otro vino no respondo.

—¿Cómo que no respondes?

—Que no respondo si Carlos Tarque me mira, digo.

—Oye, que si hay tema, hay tema. Ya sabes, hoy por ti, mañana por Blake —Harry quería seguir sumando opciones.

—¿Lo cualo?

—Nada, cosas mías Sally. Que te tomes otro vinito si te apete, anda.

—Nah, voy a por una Mahou. Por cierto, qué curioso que sea todo tan de winners y la cerveza sea Mahou.

—Bueno, quizás querían darle un toque casual también a ese aspecto de la fiesta, ya sabes —apuntó Harry con seguridad.

—Pues tienes razón. Lo que vales, Harry.

—Dímelo a mí. O mejor díselo a estos winners, a ver si alguno me ficha y me hago winner también.

El cóctel cena continuaba, pero Harry y Sally pasaron a la zona del concierto, donde el equipo de los músicos había preparado un escenario modesto pero resultón. Harry y Sally siguieron hablando de temas vitales y nada casual hasta que por allí apareció un camarero con unas botellitas raras.

—¿Qué es eso? —le preguntó Sally

—Mmm… pues no lo sé. No son tercios de cerveza, eso seguro.

El camarero pasó por su lado y Harry & Sally se quedaron estupefactos al ver que en la bandeja el camarero llevaba mini botellas de Moët & Chandon. No de Mahou, no. De Moët & Chandon. Cada una de ellas tenía colocado un disco de aluminio antigoteo en la boca de la botella, algo que Harry & Sally no acababan de entender en ese formato.

—Anda salero. Trae acá pacá —dijo Harry en voz baja, volviendo a hacer un gesto de lo más casual —. Perdona —dijo dirigiéndose al camarero— ¿Tienes una copa?

—¿Una copa? —preguntó el camarero extrañado mirando el disco de aluminio colocado en la boca de la botella. Se recompuso enseguida —. Ahora mismo se la traigo, caballero.

Así fue. En unos dos milisegundos el camarero apareció con una copa de champán. Harry se sirvió de la botellita y probó aquello.

—Pues no está mal. Fresquito y tal. Y eso que no me gusta el champán, pero es que no he podido evitarlo.

—Eres un winner en potencia, esposo mío —bromeó Sally.

I know. Lo que pasa es que yo a esto lo llamaría «botijo de Moët & Chandon» sin querer, y claro, los winners se me echarían encima.

—Bueno, acabarías acostumbrándote. Sigo sin entender por qué tienen el disco de aluminio antigoteo.

—Yo tamp… —Sally le interrumpió.

—Anda la osa. Mira. A tus 8. —Sally había detectado a una chica winner con su look business casual y bebiendo también un Moët & Chandon de forma especialmente casual. A morro, vamos.

—Toma ya. Por eso se extrañaba el camarero. Qué cosas.

Tercer momento gorki de la noche.

Harry & Sally se miraron y sonrieron sin decirse nada. Eran felices en su gorkinismo. O como se diga. Harry le dio un nuevo trago a su copita de Moët & Chandon con cierto nerviosismo, pero pronto se le pasó. Empezaban los conciertos.

Capítulo III. Los conciertos

No es que fueran fan acérrimos, pero tanto a Harry como a Sally les gustaba Duncan Dhu. Ambos le tenían perdida la pista a Mikel Erentxun musicalmente, aunque Sally, que sabía más de los famosos que la NSA, sí había leído cosas de él.

—Bueno, pues a ver qué toca Mikel Erentxun —dijo Harry.

—Me lo imaginaba más grandote, más hombretón. Parece medio frágil —comentó Sally —. Qué timidín.

Así era. El cantante se colocó la guitarra y ese invento para la armónica —»mi padre usaba uno igual«, se apresuró Sally a decir—, y le hizo una señal al batería, un chico de aspecto igualmente frágil y tímido que parecía su hermano pequeño. No lo era.

Así fue como Mikel Erentxun comenzó a cantar «Vasos de roma y ginebra», un tema simpático y pegadizo que conservaba aquel sonido inconfundible y que sobre todo dejaba buen feeling. Como el resto de los temas que tocó, 6 o 7, entre los que empezaron a surgir los viejos éxitos. Cayeron ‘Esos ojos negros’, ‘Cien gaviotas’ y ‘A un minuto de ti’, y otro tema desconocido para Harry & Sally pero igualmente simpático titulado ‘Mañana’.

La cosa fue de menos a más, y el frágil Erentxun, que daba las gracias sinceramente tras los (timidísimos) aplausos en cada canción, afrontaba la siguiente con algo más de seguridad. Como Harry y Sally, que se crecieron con la música. Esto era lo suyo.

—Vaya con los winners. Menudos sangre horchata —dijo Sally.

—Pues sí. Ni que estuvieran escuchando música de un CD en un bar. Coñe, que estáis escuchando a una pequeña leyenda. Qué gente, de verdad.

—Bah, a mi plin. El concierto mola.

Así era. El concierto molaba. Mucho más de lo que hubiera pensado Sally, que estaba aquí para tirarse al cuello de escuchar a Carlos Tarque y a Ricardo Ruipérez. Mikel Erentxun y su compañero se ganaron al público (bueno, todo lo que se podían ganar a unos cuantos winners sangre horchata), y tras dar las gracias se despidieron tímida y frágilmente. Al poco rato, eso sí, Mikel Erentxun aparecería por allí para hacerse fotos con los asistentes.

—Ahora mismo me haces una foto con Mikel Erentxun, Harry.

—Pues claro, Sally, dale.

Aquel primer concierto dio lugar a un breve descanso en el que winners y gorkis pudieron trapiñar un poco más. Había mini tartas de manzana y pequeñas trufas tamaño conguito. Harry, que se sabía débil, logró controlarse a pesar de todo. Sólo tomó cuatro de ellas y se pidió un refresco para reponer fuerzas. Sally mientras tanto se mordía las uñas en la zona del cóctel.

—Venga, vamos a la zona del concierto, Harry. Quiero estar cerquita de mi Carlos.

—No seas groupie, Sally, que ya tienes una edad. Ahora vamos, mujer.

—Que te lo has creído. Aquí te quedas, majo —dijo Sally mientras salía a toda pastilla hacia la zona del escenario.

—Jopelines. Venga, allá vamos —se dijo Harry, encaminando sus pasos tras su señora esposa. Era eso o quedarse solo entre winners.

Sally ya había cogido una posición privilegiada, y mientras volvían a solucionar los problemas del mundo con su conversación iban fichando un poco más al personal y también tenían ocasión de cotillear detalles del escenario. Por ejemplo, el de la chuleta con lista de canciones que tenían programadas en M-Clan para ese mini concierto privado:

Solo dos de los temas eran del nuevo álbum (‘La esperanza’ y ‘Concierto Salvaje’), pero todos eran fantásticos. Todos menos uno, se dijo Harry, que había ido con Sally a unos 2.000 conciertos de M-Clan y siempre había tenido que escuchar ‘Llamando a la Tierra’.

—No nos libramos de ‘Llamando a la Tierra’, Sally.

—No sé por qué le tienes tanta manía. Gracias a esa canción se hicieron famosos.

—Lo que tú quieras, pero me parece un truño. En fin, una de nueve, podré soportarlo.

—A mí es que me da igual lo que cante Carlos. Está él, y punto —dijo Sally guiñando un ojo.

—Qué tontis eres, Sally.

Tras una pequeña muestra de afecto muy casual —no sea que los winners les miraran aún peor de lo que ya estaban mirándoles— Harry & Sally siguieron haciéndose fuertes en su posición privilegiada. Diez minutos después empezaba, por fin, el concierto.

—Dios mío Harry. Ahí está. Mi Carlos.

Harry sabía que en ese momento no había nada que hacer. Sally había entrado en éxtasis, rollo Santa Teresa, así que lo que quedaba era disfrutar de la música de M-Clan y de la voz de Carlos Tarque, que seguía teniendo un chorro de voz privilegiado.

—Este tío hace lo que quiere con su voz. Qué máquina —comentó Harry, como en otros conciertos del pasado.

—A saber si hace lo que quiere con otras cosas —bromeó Sally.

—Oye Sally, que me voy con esa pija winner morena con el bolso de flecos —comentó Harry siguiéndole el juego.

—Tonterías —Sally no podía ocupar mucho más tiempo en su maridete. Se había transportado a Tarquelandia.

El concierto fue, como esperaban, fantástico. No fue el mejor que habían escuchado de M-Clan, sobre todo porque una vez más Harry volvió a quejarse de algo de lo que se quejaba en cada concierto de Carlos Tarque.

—Pero vamos a ver, ¿por qué no canta las canciones exactamente como suenan en el disco? ¿Porque tiene que hacer variaciones y lucirse?

—Pues porque después de haber cantado un millón de veces la misma canción o la canta de otro modo o le da un telele —comentó Sally.

—Vale, pero que la cante distinto en otro concierto. Se me ocurre una idea genial: que cobre un plus si quiere que la gente escuche los temas tal cual, sin variaciones. Seguro que mucha gente pagaría por evitar lucimientos personales para escuchar un directo igual al del disco.

—Tonterías —Sally zanjaba una vez más la cuestión. Volvía a Tarquelandia.

—Pues estoy seguro de que la idea triunfaría —dijo Harry mirando alrededor por si alguien le había escuchado y coincidía. Los winners, por supuesto, ni le habían escuchado. Y de hacerlo probablemente no coincidían. O no les importaría coincidir con gorki-man. —Bah, que le den. Yo voy a cantarlas como el disco.

Así se sucedieron las canciones, que poco a poco, como en el caso de Mikel Erentxun, fueron llevando el concierto de menos a más. Tras una breve aparición de tres winners locas (debían haber tomado algún que otro Moët & Chandon de más) la gente se comportó quizás demasiado bien, algo que se notó que Carlos Tarque no llevaba del todo bien. Ricardo Ruipérez parecía estar algo más a gusto, pero eso no impidió para que un inquieto Carlos Tarque tuviera algún momento inspirado.

—¿Qué tal lo estáis pasando? ¿Bebiendo mucho? —comentó el cantante entre canción y canción.

—¡Síiii! —respondieron los winners con timidez

—¿Y trabajáis mañana?

—¡Síiii!

—Pues vais a a tener una resaca interesante —concluyó Carlos Tarque antes de continuar con la siguiente canción. Para entonces Sally ya estaba llorando de emoción.

—Cómo habla. Qué expresiones. Qué voz. Qué todo.

—Contrólate, Sally. Que te me vas.

—Me voy, me voy —bromeó Sally.

Hubo un momento entrañable más en el concierto. Más que entrañable fue revelador, se dijo Harry.

—Bueno, ahora vamos a tocar un tema del nuevo disco… —comenzó a decir Carlos Tarque.

—Que se llama ‘Delta’ —continuó—, así que ya sabéis, a comprarlo por ahí.

—¡En Spotify! —comentó desde atrás una de las winners del grupo de Winnerlandia.

—No, en Spotify no que reporta poca pasta —dijo contundentemente Carlos Tarque —. Id a una tienda, a la Fnac por ejemplo, y comprad el disco allí, chicos.

Dato confirmado: Spotify no les debe dar un duro a los artistas. Eso da igual, pensó Harry, porque era con estas cosas con las que los músicos ganaban dinero. A saber lo que habían cobrado por una actuación privada como esa ante apenas 200 personas. Probablemente unos 8,6 quintillones de dólares, pensó Harry. Así que Carlos Tarque tampoco debía estar tan incómodo: cobrar un dineral por tres cuartos de hora de concierto no era moco de pavo. No tenía tampoco que estar especialmente cercano o rompedor. Su trabajo era cantar, así que podía hacerlo, coger la pasta e irse.

Que es lo que hizo. Tras hacer un falso bis con ‘Llévame a dormir’, el clásico tema para despedir sus conciertos, los chicos de M-Clan se despidieron. A Harry & Sally les indignó un detalle muy especial. Sobre todo a Sally, claro, que se apresuró a comentarlo.

—Qué fuerte, Harry. No ha mirado ni una vez hacia mí. Mi Carlos me ha ignorado.

—Qué cerdo. A mí tampoco me ha mirado —bromeó Harry.

—Y éramos de largo los que más hemos cantado. Me daba un poco de palo, no sé si has visto a los winners mirándonos.

—Pues no, pero me importa un pimiento. Yo he sido feliz como una perdiz dando gritos a un metro en plan groupies. Salvo por lo de que no canten como en el disco.

—Qué manía. Venga, vamos a ver si podemos sacarnos una foto con ellos.

Lo intentaron sin éxito. Sally se apostó en una posición estratégica en la que teóricamente Carlos Tarque no podría esquivarla, pero es que el cantante ni apareció por allí. O había una salida secreta del CEC —bastante probable— o los chicos de M-Clan simplemente se estaban tomando una Mahou (Harry no les veía mucho de Moët & Chandon) o dos tras el concierto.

—Oye Sally, vámonos ya anda. Ya hemos triunfado. Hemos hecho gasto, hemos estado con los winners, hemos vibrado con la música… noche completita.

—Pero yo quiero mi foto con mi Carlos… —Sally lamentó.

—No te preocupes, yo te he sacado alguna durante el concierto.

—No es lo mismo. Quería hacerme una junto a él. Tengo hasta discurso preparado y todo.

—¿Qué le ibas a decir?

—Pues que le amo desesperadamente y que nos fuguemos, por supuesto —bromeó Sally. O quizás no.

—Razón de más para que nos larguemos. Venga, que estos han hecho mutis por el foro. A casa, que es tarde y es martes.

—Anda salero. Es verdad, es martes. Madre mía, mañana me esperan un montón de CSSs.

—Y a mí nuevas obras de prosa tecnológica. Ale, a casita.

—¿Vas a escribir sobre esto, Harry? —preguntó curiosa Sally.

—Todo es posible, Sally. Todo es posible.

Este post ha sido escrito íntegramente mientras escuchaba canciones de Mikel Erentxun y de M-Clan. En Spotify, eso sí. Eso por no cantarlas como en el disco, Carlitos.

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18 thoughts on “Harry & Sally en Winnerlandia

  1. Daniel C. says:

    Curioso… En mi caso yo lo veo al revés. Me decepciona mucho ir a un concierto para escuchar un calco de lo que ya puedo oír yo en mi casa. Lo que me mola son los artistas que alargan, retuercen y revisan las canciones para el concierto. Así me quedo con la impresión de escuchar algo único y especial.
    Pero bueno, también puede ir con los distintos estilos de música.
    Y como ya te han dicho y te seguirán diciendo, molan mucho estas historias de Sally y Harry.
    ¡Abrazos!

  2. mk360 says:

    Vaya, que me he reído estruendosamente con lo del decantador, como que yo también he pasado por una circunstancia similar xD.
    La música, supongo como bien dice otro usuario, depende de los estilos. Uffff, que frustrante habría sido escuchar todos los conciertos de «Pink Floyd» de los 70s igual, o imaginarlo, de Grateful dead… claro, hay cosas como «depeche mode» tiene que sonar igual jeje. Total, para uno como músico esos cambios son en gran parte lo que hacen interesante un concierto, y de ahí que algunos tengamos nuestros favoritos de PF, nuestro favorito de Stevie Ray Vaughan (aquí también es que la impro hace el cambio) tomas favoritas de Miles Davis… pero claro, siempre es el estilo el que marca.
    Notable el post.

    • Pues vaqueros es un poco arriesgado, parece. Yo diría que traje, pero sin corbata, o eso me pareció por lo poco que me fijé. Las chicas iban más bien de noche, clásicas, nada demasiado arriesgado salvo una que se equivocó y vestía de diosa griega. Importante lo de «vestía». De diosa no tenía nada 😛 (Sally confirma).

  3. Trufeitor says:

    Pues yo soy de tu cuerda, tolero cierta libertad en los conciertos pero las versiones demasiado custom me chirrían. Para eso creo que Queen eran geniales le daban el punto justo a los conciertos, que he visto varios, en la tele, por desgracia.
    Yo sí voy a un concierto es porque el disco me ha gustado, si se inventan muchas cosas es como si me tocan Mozart a ritmo de Bach.

  4. ¡Qué puntazo de historia!

    ¡Pero cómo me gustan estas entradas! ¡Enhorabuena!

    Esta parte es una auténtica genialidad:

    que esta mañana ha aparecido Blake Lively en la puerta del cole cuando he llevado a los niños y me ha dicho que si había tomate. Le he dicho que sí.

    Genialidad.

  5. Juanky says:

    Javi, espero que encuentres pronto una buena idea que te anime a escribir esa novela que poco a poco vas fraguando. Es evidente que disfrutas escribiendo historias con este tono, y nosotros, tus lectores, disfrutamos leyéndolas, así que… 😉 Me lo he pasado en grande leyendo esta nueva historia de Harry y Sally. Afortunadamente, tengo acceso directo a Harry, como sabes, así que ya hablaré con él para que me cuente más detalles acerca de esa noche 😉 Sigue así, amigo…

    • Gracias amigo! Sí a ver si sale algo de aquí, aunque no sé si será con este tono o algo más serio. En unos años igual estamos los dos sonriendo con nuestros respectivos bestsellers 😛 O no, pero que nos quiten lo bailar.

      Un abrazo Juanky!!

  6. Overcorp says:

    Como siempre felicidades, me encantan las historias de Harry y Sally, de Mikel si conocía algo, obvio más de la etapa de Duncan Du, pero del otro grupo ni idea, habrá que buscarlos en Youtube.

    Saludos

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