Llevo años asistiendo a RetroMadrid, ese evento que se nutre de la nostalgia y que se ha convertido para mi en una cita obligada tanto por ese viaje al pasado como por ser excusa perfecta para encontrarme con amiguetes con los que hacer ese viaje juntos. Este fin de semana se celebraba una nueva edición en Matadero de Madrid (que yo recuerde, la tercera en esta ubicación), y ayer nos citamos algo antes de las 11 por allí para, teóricamente, pasar un gran rato.
Lo cierto es que al principio ese gran rato se convirtió en una agonía. En parte por nuestra culpa, ya que ninguno prestamos atención a la web oficial y al aviso de que había que comprar entradas de forma anticipada o en las taquillas que habían montado en la Cineteca. Todos pensamos que el proceso sería como el del año anterior (las entradas se compraban justo antes de pasar al recinto de la exposición), y tras esperar una cola de unos 40 minutos (y eso que llegamos medio pronto) nos dimos cuenta de que no teníamos esas entradas. Para comprarlas, de repente, otra cola. Una en la que tras media hora nos enteramos casi de casualidad de que no iban a vender más entradas de momento ya que el aforo estaba completo. Esta segunda cola era de unos 200 metros (la de entrada al evento era aún mayor), y nadie de la organización fue capaz de avisar en ninguna de ambas localizaciones qué estaba pasando.
El resultado, por supuesto, el descontento general (hay una buena prueba en vídeo aquí). Más tarde nos enteraríamos de que el ayuntamiento había limitado el aforo de las 1.500 personas a las 420 finales unos días antes, y que la falta de medios y de cierto sentido común –ningún aviso sobre el tema por ningún lado, ni en la web, ni en ningúna parte del recorrido de las colas, por ejemplo– había provocado ese caos. Gente que ya había comprado su entrada y tenía que validarla (¿para qué?) se quedó sin entrar (o sin hacerlo hasta mucho después), pero lo más grave es que hubo gente que venía desde muy lejos específicamente a RetroMadrid y se encontró con que tras pagarse viaje y alojamiento no pudo entrar al evento, o, de nuevo, no podría hacerlo hasta mucho más tarde.
Nosotros tuvimos suerte y finalmente con carambola y, eso sí, echándole cara, logramos entrar en RetroMadrid. Y una vez dentro, todo fantástico, como siempre. Tanto expositores como visitantes charlaban animadamente, y se repetía esa continua sucesión de sonrisas que suelen provocar estos viajes temporales al pasado. Toqueteé algún que otro bartop –pillar uno siempre está en mente, pero nunca me decido–, se me volvieron a volver los pelos de punta al ver esos Amiga 1200 (y por supuesto, el resto de máquinas y consolas de 8 bits) en pleno funcionamiento, y sobre todo, pasé un fantástico rato con los amigos.
Pero al final, sensación agridulce. Cierto que RetroMadrid la organiza un grupo de gente que lo hace por amor al arte, pero tras ver las colas del año pasado y de éste, quizás deberían plantearse el salto a un evento más profesional. La entrada de este año costaba cuatro euros. Estoy convencido de que doblar ese precio, con la cantidad de gente que va –y que pagarían ese precio, es un evento totalmente vocacional–, daría para montar algo con las mismas buenas intenciones, pero que no provocaría tantos malos ratos innecesarios.
Amén hermano! 🙂
Totalmente de acuerdo en todo. Solo esperemos que si esto se hace más grande y se traslada también haya algo más de «chicha» con la que rellenar el nuevo espacio. Yo solo eché de menos algo: alguna mención especial, charla o algo dedicado al 25 aniversario de la Gameboy. Por lo demás, y salvo la organización, todo excelente.
Ah! Y gracias por todo! 😉
Un abrazote!!!!!
Cierto que eso hubiera estado bien, es curioso que nadie de los que estaban en los puestos de consolitas lo tuviera en cuenta… Qué buen rato pasamos majo. El año que viene más!
Abrazos!