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Abu Dabi

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A la llegada a la moderna T4 de nuestro aeropuerto de Madrid Barajas, bofetada de realidad. Un tipo gordo, calvo y con claro hartazgo por su jornada laboral gritaba «¡Por aquí Unión Europea, el resto por aquí!», en frente del control de pasaportes. En perfecto español. Of course.

Así acababa el viaje a una ciudad que casi parece de cartón piedra, pero en la que curiosamente la poca gente con la que interactué –todos del sector servicio, salvo por una mujer musulmana a la que pedí permiso para sacarle una foto (sin éxito)– hablaba o al menos chapurreaba inglés. Y lo de cartón piedra es en realidad una metáfora, porque allí parecen tener de todo, y sobre todo, dinero. Y ese dinero tiene un efecto curioso, ya que no cuadra mucho que un país musulmán que conserva toda la herencia de su religión, por ejemplo, esté tomando tantas ideas de un mundo occidental y capitalista al que –que yo sepa– normalmente se ha criticado tanto.

No es que haya podido visitar demasiadas cosas, desde luego, pero sí que pude practicar lo de quedarme con la boca abierta ante el derroche de la Mezquita de Sheikh Zayed. La imagen –tomada con un fantástico Nokia Lumia 1020– solo es una pequeña muestra de ese gusto por la exageración que exhibe la ciudad y el país. La alfombra más grande del mundo, con más de 5.000 metros cuadrados, está allí (yo la pisé con mis piececitos, por supuesto descalzos, y era igualmente impresionante), y hay otros muchos detalles que, de nuevo, apestan a dinero.

Como por ejemplo el skyline de la ciudad, claramente inspirado en el de Manhattan –aún no comparable, me temo– o el tour en el que vimos como los rascacielos compiten entre unos y otros por ser el más moderno. Lo comentaba la guía que nos acompañaba: Abu Dabi es un paraíso para los arquitectos. No importa lo que cueste, si tu diseño convence, está hecho. El parque de atracciones Ferrari World y su montaña rusa Formula Rossa (a-lu-ci-nan-te, aunque sea lo único que vale la pena de allí, como también cuenta muy bien Javier Lacort, que me acompañó en el viaje), o esa «sucursal» del Louvre que están montando en una parte «cultural» de la ciudad también demuestran que el único problema que no tienen en ese babel de culturas (el 85% de su población es extranjera) es la pasta.

Pero hasta eso cansa en una ciudad que impresiona por lo que es capaz de hacer el dinero en 40 años, pero que, simplemente, no parece tener alma. Veremos cómo se las apañan cuando se les acabe el petróleo (por cierto, litro de gasolina a 0,30 euros al cambio aproximadamente), pero a bote pronto parecen tenerlo complicado.

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4 comentarios en “Abu Dabi

  1. Jaime dice:

    ¿No cuentas que las mujeres en el aeropuerto (y seguramente en el resto de sitios públicos) tienen prohibido sentarse en un asiento o silla por muchas libres que haya y que tienen que sentarse en el suelo como los animales?.

Comentarios cerrados.