Quise aprovechar el verano para leer bastante, pero me salió fatal. Y me salió fatal por la sencilla razón de que elegí mal mis lecturas. Teóricamente parecían prometedoras, pero fracasé de principio a fin. Veamos:
- ‘La rebelión de Atlas’. Ya escribí mi particular crítica inmisericorde de este tostón infumable que debería tener quizás 200 páginas y tiene 1.200. Hay buenas ideas, pero demasiada paja y una prosa que a mí me pareció terrible. Lograr pasar de página era un triunfo, y eso siempre es mala señal. No pasé de la mitad.
- ‘Co-Intelligence’. Sigo a Ethan Mollick desde hace tiempo y creo que es un tipo muy válido y que tiene mucho criterio a la hora de hablar de la IA, así que este libro —uno de los teóricamente imprescindibles— me parecía perfecto para complementar un poco mi tarea diaria. Sin llegar a los extremos de la primera, me ha parecido que como en otros muchos casos el autor se enrolla y es repetitivo en bastantes ocasiones. No hay ideas especialmente llamativas, hay mucha especulación —la IA podría llegar a esto o a lo otro, pero no lo sabemos— aunque el enfoque y la idea final es razonable. Y si no os lo queréis leer, os la digo porque es el título del libro: considerar la IA como una co-inteligencia, un asistente que nos ayude, y aprovecharlo como tal. Sin más.
- ‘Moby Dick’. Llevo mucho tiempo con una lista de clásicos pendientes a la que quería hincarle el diente, y este de Herman Melville parecía impepinable. Dios mío, qué maldito infierno de novela. Descripciones interminables e insustanciales, lenguaje súper enrevesado, y un desarrollo lento como él solo. Fijaos cómo será de pesada que tras unos días leyendo e intentando avanzar solo llegué al punto en el que el protagonista por fin se embarca con su colega. El mítico capitán Ahab apenas sí había sido nombrado hasta ese momento, así que me quedé con la intriga. O no, porque la dejé para nunca volver. Con la peli me vale.
- ‘La asistenta’. Harto de leer tochos infumables o bastante rollos, me dije a mí mismo que quizás era el momento de darle una oportunidad al bestseller de moda. La novela de Freida McFadden se ha convertido en un súperventas —y el principio de un gran filón para ella—, así que quise probar con ella. Uf. Terrible. Me pareció una telenovela barata de Telecinco de las cuatro de la tarde. Entiendo que a mucha gente le guste —por eso gustan las telenovelas— pero yo acabé leyendo en diagonal simplemente por saber qué pasaba al final. Dicho lo cual, la trama tiene ese giro de guión intermedio que tiene su aquel. Pero lo demás… uf, insisto.

Y así llegamos a hace unos días, cuando harto de leer castañas pilongas me enteré de que mi admirado Pérez-Reverte lanzaba la esperada nueva entrega de las aventuras del capitán Alatriste, titulada ‘Misión en París’. Me leí todas las anteriores cuando las publicó hace mil años, y como suele gustarme todo lo que escribe, dudé cero a la hora de entrar a la tienda de Kobo y pillarme el eBook en cuanto la puso a la venta. ¿Y sabéis qué?
Que me encantó.
Es lo que yo llamaría sin lugar a dudas una novela totalmente propia de mi sección de literatura de palomitas. Libros que te trasladan a otro sitio y otro tiempo y lo hacen sin que te enteres porque las páginas van pasando y cuando has terminado dices «¡¿¡¿Yaaa!?!?».
Y eso es ‘Misión en París’. Una novela que recorre todos los caminos ya conocidos del resto de la saga y que justamente por eso es maravillosa. Sobre todo, para los que disfrutamos las anteriores. Pérez-Reverte no inventa nada, y ni siquiera sorprende. El capitán sigue tan ParaChuloYo como siempre, y lo mismo ocurre con el resto de personajes, que son más mayores y están más curtidos y a los que les pasan otras cosas con el mismo estilo de las anteriores. Pero por el camino te das una vueltecita por la historia —o más bien, por la visión de Pérez-Reverte de la historia— y lo pasas bien, que es de lo que se trata con una novela de aventuras.
No le pido mucho más a Pérez-Reverte, cuya visión del mundo ya está clara para los que le hemos leído. Estoy de acuerdo con él en muchas cosas y no tanto en otras, pero lo que es seguro es que me encanta cómo escribe. Tiene novelas estupendas —por lo entretenidas— pero sobre todo tiene columnas prodigiosas que alguna vez he compartido en X/Twitter.
Pero claro, nunca llueve a gusto de todos, y hace unos días leía una crítica del libro en El País en la que el autor decía cosas importantes y probablemente ciertas. Como que los personajes están estereotipadas, «son arquetipos»:
Alatriste, con su laconismo, es el héroe trágico de siempre; Íñigo, el escudero fiel que no ha evolucionado desde su juventud. Los demás son figuras de cartón: el personaje cordobés habla como un cordobés de manual, el francés como un gabacho. Personajes planos.
Probablemente lo son, sí, y quizás aquí habría margen de mejora, pero qué queréis que os diga: quizás hacerlos menos planos hubiera obligado a don Arturo a irse por los peligrosos vericuetos que plantea Moby Dick. Que seguro que ahí los personajes no son planos y el autor muestra esa dicotomía del otro capitán, Ahab, y su particular obsesión con la ballena. No sé.
A mí, sinceramente, no me importa demasiado que Alatriste sea plano. Me encanta que sea así, de hecho, porque una cosa es segura: no te decepciona. Y sus aventuras menos.
Bien por el eterno capitán Alatriste. Y bien por Vd., Sr. Pérez-Reverte.