Era un día de perros, pero hacía mucho que eso daba igual. La gente ya no se volvía tonta conduciendo cuando caían tres gotas, sobre todo porque la gente ya no conducía y los coches autónomos eran de todo menos tontos. De hecho a Harry le apetecía caminar un poco bajo la lluvia, así que le dijo a su robotaxi que le dejara a 5 minutos de la residencia.
De camino hacia allí comenzó a observar a la gente con la que se cruzaba. Todos llevaban gafas e iban hablando animadamente con ellas. Era algo que siempre le había llamado la atención, pero que con el tiempo acabó viendo como algo normal.
Precisamente de eso iba el día. Harry entró por la puerta de la residencia en la que ya era casi un viejo conocido. La recepcionista robótica le saludó de forma amable pero breve: hasta los robots tenían mucho que hacer. El ambiente, como siempre, era animado allí. Las residencias de ancianos ya no eran sitios deprimentes con personas casi abandonadas a su suerte. Ahora eran casi como un crucero, y las personas que estaban allí —gracias a los avances médicos y farmacéuticos— disfrutaban de una calidad de vida envidiable.
De repente, una cara muy familiar.
—¡Harry! ¿Qué haces por aquí, habíamos quedado? —preguntó el legendario Tim Cook con su gracejo.
—¡Sr. Cook! ¡Me alegro de verle! No, me temo que no he quedado con usted. Esta vez vengo a ver al Sr. Pichai.
—Ajá. O sea, que vais a hablar de IA, ¿verdad?
—Efectivamente. Ya sabe, ustedes llegaron tarde y mal.
—Uf. Y eso casi acaba con nosotros. Tanta sonrisita y luego nada.
—Sí. Bueno, algún tropezón gordo tenían que tener, Sr. Cook. Y seguro que hay oportunidad de hablar de ello en el futuro.
—Dalo por hecho Harry. Saluda a Sundar de mi parte. Dile que esta noche tenemos partido de tenis pendiente y que le voy a destrozar.
Harry le miró asombrado.
—Caray, Sr. Cook, les veo bien, pero igual se hacen daño.
—No seas tonto, Harry. No jugamos al tenis físico. Jugamos a Astra Tennis, claro. Ya sabes, con las gafitas y el implante cerebral. Da igual tu físico, lo que importa es tu técnica mental.
—Ah, fiu Sr. Cook, me había preocupado. Yo es que sigo dándole al tenis de toda la vida.
—Eres un romántico, Harry. Y haces bien. Mientras puedas, aguanta. Esto tiene su encanto, pero no es lo mismo.
—Gracias Sr. Cook. ¡Nos vemos!
—Hasta otro día, Harry —respondió el Sr. Cook sonriendo.
Harry siguió su camino hacia uno de los jardines interiores de la residencia. Allí estaba Sundar Pichai, tan delgado como siempre, pero con el pelo totalmente cano. Estaba sentado en un banco, hablando con sus gafas y riéndose. «Otra leyenda de nuestro tiempo», pensó Harry.
—Buenos días, Sr. Pichai —dijo al llegar donde estaba sentado.
—¡Harry! Buenos días, ¿cómo estás? —respondió, tan sonriente o más que el Sr. Cook.
—Muy bien, gracias, ¿cómo está usted? Hoy vengo a preguntarle cosas sobre un día muy especial —dijo Harry tocándose las gafas ligeramente.
—Ajá. Las gafas. Ya sabes que me encanta hablar de las gafas. Adelante, pregunta.
—Bueno, seguro que lo recuerda bien. Aquel día de mayo de 2025 no muchos imaginaban todo lo que iban a lanzar ustedes. Fue una verdadera avalancha de novedades de IA.
—Sí. Lo recuerdo bien. Veníamos de un par de años difíciles. Tú mismo me criticaste una y otra vez por nuestras erráticas propuestas iniciales.
—A ver, Sr. Pichai, es que era para criticarle. La reacción inicial de Google fue un desastre. Demasiadas meteduras de pata, primero con Bard, luego con Imagen, aquello de la pizza con pegamento. Era un poco desastre.
—Cierto, cierto. Pero enderezamos el camino. Para empezar, Gemini 2.5 Pro era un modelo ya muy majo. A ver, una castaña comparado con los actuales modelos simbólicos, pero para aquel momento, muy decente. Sobre todo para programar, como se vio con Jules.
—Sí. Su propia IA agéntica de programación. Ahí le hicieron la puñeta a Cursor y un poco a OpenAI.
—Jajaj —rió el Sr. Pichai—. Sí. De eso se trataba también. Son negocios: si tienes que hacerle la puñeta a un rival, se la haces. Y Jules estaba realmente bien. De nuevo, algoverde teniendo en cuenta que ahora ya ningún humano programa, pero bastante majo.
—Estaba muy bien, sí. Me gustó también aquello de Google Beam, algo efectista, eso sí, Sr. Pichai.
—¿Efectista? ¿Por qué?
—Porque aquellas máquinas de HP eran un armatoste. Total, luego se logró lo mismo desde las gafas.
—Bueno sí, pero por entonces aún no se podía resolver ese problema. Todo llegaría, pero fue un buen paso hacia delante. Era como todo. Como lo de la traducción en tiempo real en Google Meet que presentamos también entonces.
—Tiene usted buena memoria, Sr. Pichai.
—Gracias, Harry, pero ya sabes. Las pastillitas modernas ayudan también mucho en ese sentido.
—Sí —respondió Harry sonriendo—. Y poco después el Sr. Hassabis nos habló de los avances con Project Astra. Ese fue un momento especial también. El chico que arreglaba su bici.
—Esa demo fue especialmente importante. Las películas de ciencia ficción de entonces mostraban constantemente a los humanos hablando con las máquinas que resolvían los problemas. Project Astra por fin hacía eso: hablabas con ella como si fuera otra persona, y sus prestaciones permitían resolver problemas reales. El mensaje era súper potente.
—Ya no hacía falta tocar el móvil. Bastaba hablar con él.
—Eso es. La interacción por voz que durante décadas se nos había resistido era al fin una realidad. Eso, unido a la capacidad agéntica de los modelos de IA, permitía abrir una nueva frontera. La del «máquina, haz esto por mí». Y lo hacía.
—Fue asombroso, lo admito. Lo de la traducción también lo mostraron en las gafas, aunque ya llegaremos a ellas. Era un pasito más hacia esa promesa de hacía años. La de no tener que aprender idiomas nunca más.
—Eso es. ¿Tus hijos saben idiomas, Harry?
—Sí, aprendieron inglés de pequeños. Nunca han llegado a usarlo demasiado, la verdad.
—Normal. Está bien saber idiomas, no digo que no, pero la utilidad práctica es reducida. Es como sumar o restar. Hace mucho que salvo para cosas muy básicas nadie lo hace. Me recuerda aquella viejo cuento de Asimov. ¿Cuál era?
—’La sensación de poder‘. Sí. La historia de aquel hombre que en un futuro lejano logró saber multiplicar sin necesidad de las máquinas. Asimov, una vez más, adelantándose a todo y todos. Ese hombre debía tener una máquina del tiempo.
—Jajajaj. Pues a lo mejor sí. Ya solo nos queda inventar eso. Pero lo dicho: está bien saber idiomas, matemáticas, programar. Son disciplinas básicas, pero el problema es que no las vas a usar jamás porque esos problemas ya están resueltos. Es como cuando la calculadora permitió que no tuviésemos que andar sumando con papel y boli.
Harry se quedó pensativo un instante. Aquello que decía el Sr. Pichai era totalmente cierto. Los seres humanos eran vagos por naturaleza, así que siempre que podían delegaban en otros cualquier cosa que tuvieran que hacer. Y cuando pudieron hacerlo en máquinas, la cosa fue ya exagerada. Peligrosa, hasta cierto punto —¿qué hacer cuando no tienes nada que hacer?¿Disfrutar y ya?— pero útil. Y el resultado estaba a la vista: aquella era la época más pacífica y productiva de la historia.
—¿Harry? ¿Hola? —dijo el Sr. Pichai llamando la atención de Harry.
—Uh, perdón —Harry salió de su pequeño trance—Cierto, cierto. Es una gran observación. Pero sigamos. Hubo más anuncios, menos destacables. Project Mariner —pedirle a una IA que completase una tarea y la realizase— avanzaba, sin duda, pero los agentes aún tenían mucho recorrido por aquel entonces.
—Claro, Harry. Estábamos empezando.
—Correcto. Y entonces empezó lo gordo —Harry vio al Sr. Pichai sonreir expectante—. Para empezar, AI Mode.
—Ah, por supuesto. La antesala de nuestro buscador por IA. Bueno, eso no es del todo cierto. Teníamos las AI Overviews, pero el AI Mode iba mucho más allá. Era, en efecto, el principio de la nueva Google. El viejo buscador comenzó a pasar a un segundo plano.
—Sí. Precisamente eso quería comentarle. Tardaron quizás algo más de la cuenta, parecía que no iban a lograrlo. Los primeros intentos con aquel buscador experimental fueron de hecho bastante pobres. Era extraño ver cómo Microsoft convertía a Bing en un buscador con IA mediante Copilot y sobre todo cómo primero Perplexity y luego ChatGPT se convertían en peligrosas alternativas.
—A ver, Harry. Microsoft hizo ese movimiento tan «audaz» porque no tenía nada que perder. Su cuota en buscadores era una ridiculez. Para nosotros la cosa era mucho más sensible. El daño reputacional si dábamos respuestas malas o incorrectas era terrible (como se vio con la famosa pizza), y tuvimos que ir con pie de plomo. Pero en ese momento todo confluía: Gemini 2.5 era a un modelo muy fiable, y ya habíamos averiguado la mejor forma de integrar el buscador con IA como parte del buscador tradicional. Como dijo Liz Reid, «este es el futuro de Google Search. Un buscador que va más allá de la información, hacia la inteligencia».
—Sí, y además aprendieron bien la lección. El buscador ya no devolvía enlaces, devolvía respuestas. Que es lo que antes había hecho Perplexity. Ellos comenzaron a tener un problema serio desde entonces.
—Sí. Ellos y otros muchos. Google era demasiado grande y no podía mover ficha tan rápido. Las startups pequeñas siempre han sido muy ágiles, pero si alguien como nosotros acaba moviendo ficha, lo tienen crudo.
—Caray Sr. Pichai, eso es un poco duro.
—Es la realidad, Harry. A nosotros también nos ganaron batallas empresas pequeñas. Aprendimos la lección, como las demás. Si alguien pequeño empieza a ser una amenaza real, replicas su producto o lo compras. Punto pelota.
Así era, pensó Harry. En las últimas décadas apenas había habido nuevas grandes empresas tecnológicas. El panorama era básicamente el mismo que en las tres primeras décadas del milenio, y no tenía pinta de que la cosa cambiara. Además, con la intervención de la IA en la gobernanza de las empresas e incluso de los países el panorama de los monopolios había cambiado. Los había, sí, pero eran monopolios benévolos. Quién lo hubiera pensado. Harry prosiguió.
—Y luego recuerdo que lanzaron algunos fuegos artificiales. Como lo de Project Mariner en AI Mode —poder hacer búsquedas agénticas, que el buscador resolviese tareas complejas— o aquello de las compras.
—A la gente le gustaban esas demos. Recuerdo la de la ropa. Era muy pintona. Eso de poder probarte ropa sin probártela y encargarle a tu móvil o tu navegador que te la comprase era interesante, pero sobre todo un caso de uso convincente. Es así como la gente entiende que la tecnología puede ser útil. Eran tan solo ejemplos: lo importante era lograr que la gente tuviera clara la foto.
—¿Qué foto?
—Que la IA lo estaba cambiando todo. No solo para los friquis. Para todo el mundo.
—Cierto. Recuerdo que en aquel momento la gente pasaba un poco del tema. Les preguntabas si habían usado IA y la mayoría decían que no.
—Claro. Pero si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma. Y eso es lo que hicimos. Nosotros éramos la montaña.
—Y luego estaban las mejoras en los modelos de IA generativa de imagen y vídeo. Eran una pasada para aquel momento. Y una vez más, una pequeña amenaza para los creadores. Como Flow.
—O no. Como el resto de herramientas, esto abría las puertas a nuestra parte creativa. Gente que no tenía medios para llevar sus ideas a la realidad de repente tenía forma de hacer exactamente eso. Es lo que antes habían logrado los blogs y luego plataformas como YouTube o TikTok.
—Maravillosas por un lado, terribles por otro.
—Claro Harry. Pero por favor, aquí espero que no seas ingenuo: las herramientas pueden ser buenas y malas. Al final son lo que la gente hace de ellas.
«Este tío tiene las cosas muy claras», pensó Harry. Eso siempre fue cierto, pero la gente era muy dada a criticar las herramientas que usaba cuando precisamente eran ellos los responsables de cómo las usaban. Harry respiró hondo y prosiguió.
—Y luego, Sr. Pichai, las gafas. Por supuesto.
—Ah, desde luego. Android XR fue uno de esos lanzamientos extraños. No teníamos demasiado claro hacia dónde iba a ir aquello. Ya nos habíamos pegado varios castañazos en este ámbito.
—Desde luego. Primero con Google Glass. Aquello prometía, aunque por entonces usted no estaba al frente, Sr. Pichai.
—No. Estaba Larry. Él confiaba mucho en aquello, pero Sergey estaba absolutamente enamorado de Google Glass. Recuerdo perfectamente el evento de presentación con los paracaidistas y los ciclistas de montaña. El despliegue fue fantástico, pero el producto no estaba fino.
—¿Por qué?
—Bueno, para empezar no teníamos IA en aquel momento, así que las gafas eran básicamente cámaras con algunas funciones de navegación búsqueda y, claro está, llamadas y mensajes. No estaban mal, ojo, pero planteaban compromisos. El móvil seguía siendo mejor. Y sobre todo había otro problema: las Google Glass te hacían parecer un flipado. Al principio parecías parte de una élite. Luego lo que parecías era un poco estúpido. Un giligafas (glasshole), como dijeron entonces.
—Jajaj —rió Harry—. Sí, supongo que tiene razón. Por eso el nuevo formato, totalmente tradicional, como antes había tenido el acierto de aplicar Meta.
—Así es. Meta nos adelantó en eso, pero recuperamos esa desventaja muy rápido, y Gemini y Android XR eran componentes fantásticos. Y Android —porque las gafas eran un «plugin» del móvil— más aún. Era una batalla que prácticamente estábamos obligados a ganar: era demasiado difícil equivocarse.
—Así es. Me hablaba de otro tropiezo. Supongo que se refiere al de la realidad virtual.
—Exacto. Sé que escribiste sobre Cardboard y sobre su evolución «comercial», DayDream. El problema es que aquello no acababa de cuajar. Y ya sabes que en Google hay poca tolerancia al fallo. Si algo no es rentable, lo fulminamos. La propuesta tenía encanto, no lo dudo, pero era un producto de nicho, y además poco rentable. Fuera.
—Pero la cosa cambió con Android XR.
—Desde luego. La demo con las gafas conectadas en aquel momento fue un poco limitada y algo efectista, como tú apuntabas, pero hizo algo importante.
—Mostrar el futuro.
—Exacto. Aquello no era como Google Glass. No era peor que el móvil. Era mejor. Mejoraba la experiencia. Y era solo el principio de una nueva era. Era la peor versión de las gafas que jamás tuvimos, y la peor versión de Android XR. Todo en forma de prototipo, súper verde. Y aún así, funcionaba sorprendentemente bien. Podías hablar con Gemini directamente desde las gafas, pedir información, resolver tareas y problemas sobre lo que estabas viendo, y recibir además información visual —limitada, pero válida—.
—Y así, sacar menos el móvil del bolsillo. Básicamente lo tenías en tus gafas.
—Para muchas cosas sí, desde luego. El móvil seguía siendo importante, pero las gafas… las gafas lo llevaron a otra dimensión. Y no solo estaban las gafas conectadas, sino las gafas de realidad virtual de Project Moohan. Aquello comenzó a cambiarlo todo de verdad.
—Cierto. Su particular respuesta a las Vision Pro. Hablé con el Sr. Cook de ellas hace tiempo.
—Pobre —dijo sonriendo el Sr. Pichai—.
—No sea usted malo, Sr. Pichai. Por cierto, me ha dicho que esta noche tienen partido de Astra Tenis y que le va a destrozar.
—Que se lo ha creído. Es un flojeras, le voy a dar pra el pelo.
—Jajaja. Que se diviertan, Sr. Pichai. Yo me voy ya. Gracias como siempre. Ha sido una charla excepcional. Volveremos a vernos.
—Gracias a ti, Harry.
Y entonces, el Sr, Pichai hizo algo especial. Se quitó las gafas y me ofreció su mano para darle un apretón. Yo también me las quité y me di cuenta de que aquel apretón era especial.
Más humano.