Ostras con ‘Adolescence’. Menudo dramón de Netflix. La recomendaba Javier Lacort en X hace poco, y Sally y yo nos lanzamos a verla esa misma noche. No me ha gustado tanto como a él (le daba un 10, yo soy más bien de un 8), pero lo cierto es que la serie es curiosa.
Muy dura, eso sí.
El tema es además muy actual. Habla precisamente de la adolescencia, pero con una historia extrema en la que un niño es acusado de un asesinato. No os estoy destripando nada: ese es el punto de partida. A partir de ahí se van desgranando historias y visiones variadas, pero con un mensaje crudísimo y pesimista sobre la juventud.
Igual le he quitado esos dos puntos porque estoy mucho más metido que Lacort en esa realidad. Mis niños —que siempre lo serán para mí— tienen ahora mismo 12 y 14 años, y desde hace cuatro o cinco siempre que me cruzo con padres de adolescentes les he preguntado lo mismo: «¿qué consejos me darías para esa etapa?». Aquí hay de todo, pero uno suele primar sobre los demás: tener paciencia. Mucha. Luego están otros como el de elegir las batallas que quieres (intentar) ganar, u otros más prácticos como el de seguir manteniendo alguna rutina del tipo de «la pizza de los martes» para tener al menos ese ratito en común y poder hablar de cómo va todo.
Pero lo que está claro es que la adolescencia es una etapa complicada. En casa somos un poco del clan Rottenmeier, pero claro, nunca sabes si tu forma de hacer las cosas será la buena. Yo, que como os dije soy el que mejor hace la tortilla de patata de mi barrio, soy también el mejor padre. Fijo. Y como pasa con las tortillas, seguro que todos los padres de mi barrio se creen mejores que los demás.
No es verdad, por supuesto. Yo soy el mejor. Pero aquí todos hacemos lo mismo: vivir y dejar vivir, porque lo hacemos lo mejor que podemos aunque los demás lo hagan claramente mal todo o casi todo. Ese suele ser un tema absolutamente tabú: nunca le dices a un padre o madre que (según tu experta opinión) la está cagando. Lo que no es tabú es decirlo a sus espaldas, claro. En Españita somos muy de eso. Doctorados en Opinionología.
Pero me estoy desviando, que esto no va de padres, sino de jóvenes que quizás acaben siéndolo. Y yo no sé cómo pasarán mis enanos por esa etapa, pero desde luego espero que que sea tan complicada como la pintan en la serie. No lo digo por lo que le pasa al chico protagonista —absolutamente devastador para la familia—, sino por el ambiente en el que se mueve. Familias de clase media que intentan salir adelante y cuyos chavales son absolutamente insoportables. En nuestro círculo hay un poco de todo, y aunque la broma eterna es que el mundo se va a pique con estos jóvenes que estamos criando, me da la sensación de que ese es un discurso eterno. Lo decía la generación de mis padres de nosotros, y lo decía la generación de mis abuelos de la de nuestros padres. Diría que nosotros no hemos salido mal del todo —de todo hay, ojo—, y supongo que al final a nuestros chavales también acabará yéndoles medio bien.
Pero qué dura es la serie. El segundo capítulo, que se desarrolla en el colegio, es especialmente demoledor. Ahí se ve a los chavales en su salsa, pasando absolutamente de todo y con una actitud que hace que te den ganas de empezar a soltar yoyas por doquier. Madre mía el percal. Hay un momento además importante en ese episodio: uno en el que uno de los chicos explica cómo los mayores no podemos entender su mundo porque todo es distinto. Hay un lenguaje oculto, unos códigos ocultos, unas normas ocultas. Y te das cuenta de que efectivamente los hay en la vida real y de que los padres no nos enteramos probablemente de la misa a la media.
Y luego piensas en cómo fue tu adolescencia, y cómo ahora parece todo mucho más salvaje y más descontrolado. Y te preguntas qué estamos haciendo mal y si realmente nos iremos a pique.
Y lo triste es que cuando uno termina de ver la serie piensa precisamente eso. Que nos vamos a pique. Y luego ves cómo son los amigos de tus hijos —porque los tuyos son maravillosos, como tú, padre del año— y te das cuenta de que igual sí. Pero no es tu culpa, no. Son los demás, que no tienen ni idea.
No sé. Creo que voy a ir a hacer una tortilla de patatas. Necesito felicidad en mi vida. Qué serie más chunga.
Hola.
Mucha gente decide no ver la serie por tocar temas sensibles y a los que son cercanos, lo que resulta paradójico porque luego se tragan todas las series de médicos del mundo mundial.
Dicho esto, la serie es una minidecepción comprensible y me explico. El primer episodio, el piloto, es posiblemente uno de los mejores episodios de la historia de las series, en mi opinión. Hacía tiempo que no me sentía tan atrapado en un capítulo. Todo el procedimiento con el chaval es acojonante, además de real, pues así son las cosas en las comisarías cuando se trata con menores. Filmado en tiempo real de verdad (aconsejo ver los numerosos artículos que han sido publicados sobre el rodaje), la sensación de estar ahí dentro participando en cada uno de los momentos, es increíble.
Una vez visto, ya sabía que era del todo imposible mantener ese nivel los otros tres episodios, y por supuesto es así. No es que sean malos, la serie en total es un 8, no un 10, comparto tu opinión. Es una de las series del año, sin duda, y estará seguro en mi top 10 de este año cuando haga el resumen anual.
Pero ese piloto, ay ese piloto. Me parece que va a pasar mucho tiempo hasta que veamos algo remotamente parecido.
Saludos, majo