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Harry & Sally en Santorini

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(Esta historia está basada en hechos reales)

Allí estábamos, a las 9.30 de la mañana, recién llegados al pequeño puerto de Santorini. Tras años esperando poder conocer ese sitio mágico que todas las guías turísticas ponían por las nubes.

—Al fin estamos aquí, Sally, ays.

—Ays, sí. Qué ganas esos pueblitos llenos de casitas blancas con cúpulas azules, Harry— dijo Sally, con los ojos como platos—. Qué bonito tiene que ser todo.

—Uy, espera un momento, Sally, ¿qué es esa cola?

—Ups. Parece que están ahí para coger el teleférico. Oye, parece que hay un poquillo de gente, ¿no?

—Va a ser que sí. Ups.

Aquello pintaba mal. Lo de que todo iba a ser bonito, como que no. Nada más llegar, la primera en la frente. El síndrome ‘yo estuve allí‘ nos contagió también a nosotros con esta pequeña obsesión por Santorini, y aunque esperaba calor y gente, no esperaba tanto calor y tanta gente. Para empezar, lo del teleférico que te sube hasta Thira (Fira), que es una pesadilla en sí misma.

—Madre mía, pero qué es esto. Oye, ¿y si subimos andando? Ya lo has oído Sally, son solo 588 escalones. Está chupao —dijo Harry con convicción. Sus piernas, dos columnas jónicas forjadas a base de victorias en el pádel, podían con eso y con mucho más.

—Pues qué quieres que te diga, Harry —protestó Sally—. No lo tengo tan claro, y además, mira, hemos avanzado en muy poco tiempo.

Harry observó el avance. Unos cinco metros, con suerte. Teniendo en cuenta lo que les faltaba, dudaba de la decisión, pero se dijo que la cosa no podía ser para tanto. Además estaban los niños. Harry Jr. seguramente no tendría problema, pero a Lucy le gustaba estar más en plan gato de porcelana, así, quietecita.

—Ok, Sally, nos quedamos en la cola. Que Dios nos pille confesaos.

No les pilló ni confesaos ni de ninguna otra forma. Aquello era un infierno en el que estaban como sardinas. La cola, que cuando llegaron tenía un par de filas, de repente se había ampliado a toda la anchura del muelle.

—Harry, esto se está poniendo complicado. Vaya cola, y mira, ahora somos como 6 o 7 filas. Qué caos.

—Maravilloso. Y qué bien estar en un destino turístico de referencia a nivel mundial, qué organización. Ni una vallita para ir guiando al rebaño. Todo el mundo a su bola. Mira esos avispillas, cómo se están colando. Anda, y esos. Mira, y esos otros. Qué fuerte. Voy a tener que darle algún croché a uno, así desempolvo mi pasado boxístico.

—Ni se te ocurra, Harry. Venga, relax que estamos en Santorini y todo es súper bonito.

—Mazo.

Dos horas y pico después —dos minutos de teleférico— llegaban al fin arriba. Tras salir, ilusión renovada.

—Pues como te decía hace un par de horas, Sally. Al fin estamos aquí, ays.

—Ays de verdad. Venga, vamos a hartarnos de ver casitas blancas con cúpulas azules y a hacer fotos de ensueño —dijo Sally con los ojos como platitos, porque la ilusión había decrecido un poco—. Qué bonito tiene que ser todo, ahora sí.

—Vámonos.

Harry y Sally comenzaron a dar un paseo con sus pequeños. Casas encaladas, blancas, pero ninguna con techos, cúpulas o detalles en azul. Aquello no estaba mal, pero tampoco era la pera. Y hacía calor. Y había mucha gente. Y muchas tiendas. Al poco, encontraron un mirador. Fueron hacia allí de forma instantánea, queriendo al fin captar la maravillosa magia de la isla. Y entonces, catacroc.

—¿Y esto quésloqués? —preguntó Sally.

—Santorini, Sally. Es Santorini. Maravilloso. Por ahora no se parece en nada o casi nada a las postales. Igual estamos en Santorini B, ya sabes, el de segunda división.

—Vaya toalla.

Siguieron su paseo. El pueblo no estaba mal, pero desde luego no era lo que esperaban. Cuco y totalmente enfocado al turismo, se notaba que los más listos del lugar habían aprovechado la oportunidad de convertir sus casitas de antaño en pequeños miniapartamentos con vistas al mar y, a veces, con minipiscinas —más bien pocitas— que debía costar alquilar un ojo de la cara y la niña del otro.

Como no veían las célebres cúpulas azules casi por ningún lado, cogieron un camino algo menos transitado. A los 3 minutos las casas turísticas dejaron paso a lo que eran en esencia mazacotes de cemento y hormigón sin gracia ni encanto. Santorini se había convertido en un pequeño Bronx veraniego. Se encontraron con una pareja de turistas extranjeros a los que les preguntaron por las célebres casitas con cúpulas azules. «De eso aquí poco, hay algunas en Oia».

Resulta que Oia, de la que habían leído algo antes de su periplo —iban sin mucha preparación, algo que les salió caro aquel día— estaba a unos 15 km en coche. Teniendo en cuenta que tenían hora límite para volver al crucero, ni se plantearon buscar la forma de ir allí. En lugar de eso volvieron hacia el pueblo y a caminar por sus calles.

Encontraron un paseo bastante cuco desde el que se veía toda la costa de la isla, asediada por los gigantescos trasatlánticos —hasta cuatro esa mañana— y desde el que, había que admitirlo, había algún que otro momento de postal veraniega instagramera. Pero de cúpulas azules nada. Tras tomarse algo en una terracita para aliviar el calor, se dispusieron a sacarse unas fotos y seguir con el paseo.

—Os sacamos una foto —les preguntaron unas chicas a Harry y Sally. Por allí abundaban los turistas españoles. Oír a gente hablando tu idioma cuando estás fuera de tu país como que te hace sentir patriótico. Hacías piña.

—Anda, pues sí, gracias! —contestó Sally. Tras las fotos, entamblaron conversación—. Oye, ¿lo de las casas con cúpulas azules es mentira, no?

—Bueno, hay algunas, pero más bien en Oia —contestó una de las chicas.

—Uf, pero ya no nos da tiempo, son las 13.30 y a las 21 hay que estar en el barco.

—Claro que os da tiempo, hombre. Podéis ir a la estación de autobuses, coger uno a Oia y en 20 minutos estáis. Pasan cada media hora.

—¿Seguro? —dijo Harry.

—¡Seguro! Id a dar una vuelta, vale la pena —contestó la chica, muy animosa.

Harry y Sally se miraron. Teniendo en cuenta que el día no había empezado especialmente bien, aquello le daba algo de alegría a la excursión.

—Pues tenéis razón. Creo que nos vamos a animar.

Así lo hicieron, aunque primero tocaba alimentarse con pequeña prueba culinaria: Sally había visto en su Instagram que había un sitio de kebabs (¿alguien los llama kebaps como yo?) súper ricos cerca de donde estaban, así que se dirigieron allí para probar los famosos gyros, que eran la versión griega de los doner kebab. El sitio era pipifriendly, como les gustaba decir a Harry y Sally, y por dos duros cogieron cuatro gyros y unas bebidas.

Aprovisionados, se dirigieron a la estación de autobuses, que parecía sacada de ‘Indiana Jones y la Última Cruzada‘. Una vez más, lo que mostraba el centro turístico era muy distinto a lo que no era aquel centro turístico. Volvía el momento arrabales, con una estación de autobuses que era básicamente un pequeño aparcamiento para 8 o 10 autobuses en el que maniobraban y la gente esperaba un poco donde podía. No había taquillas: comprabas el billete a los conductores, todos con pinta de excombatientes. Para enterarse de cuál era el tuyo, un método infalible: una especie de director de estación iba dando gritos. «¡OIA! ¡IAAAA!» gritó cuando iba a salir el que cogían Harry y Sally con sus lebreles.

Pagamos el billete —la verdad, era barato, menos de dos euros— y lograron coger sitio sentados. Es importante decirlo, porque esos autobuses, que eran más o menos los del cole de toda la vida, resulta que se llenaron con gente que iba de pie. El calorcillo humano sumado a la musiquilla árabe sonando en la radio le daba a todo un rollo muy de aventura. Y ese rollo lo daba aún más una carretera inquietante de dos sentidos pero por la que encontrarse otros coches de frente debía dar miedito (a un lado siempre había caída más o menos chunga). El paisaje, por cierto, era bastante desolador: las diferencias entre las zonas turísticas y el resto de la isla —el interior no tenía ningún encanto, por decirlo de algún modo— eran patentes.

Al fin llegaron a Oia, que estaba más o menos igual de petado que Thira y aún más preparado para el turismo. Este pueblo sí estaba más cuidado y era más cuco, así que el paseo fue agradable aunque, una vez más extenuante por el calor. Al poco, Harry y Sally localizaron las famosas cúpulas azules. Eran tres, pero desde donde estaban se veían en una perspectiva distinta a la famosa.

—Míralas. Ahí están. Al fin —dijo Harry.

—Al fin, tú lo has dicho, maridete. Ha costado.

—De todos modos yo creo que esta no es la perspectiva de la postal. Vamos a dar una vuelta y luego volvemos a intentar buscar las vistas chulas.

Así fue. Pocos momentos después y tras explorar un poco —el pueblo se ve en dos patadas— volvieron a buscar la perspectiva buena y la encontraron. Por un momento Harry creyó que habían encontrado un punto mágico que nadie conocía: apenas había gente, así que pudieron sacarse varias fotos y algún vídeo.

—Pues la verdad es que esto es vista de postal total, Sally.

—Es una pasada. La verdad es que mola haber cogido el autobús en plan Indiana Jones.

—Cierto. Merece la pena. Y además no hay ni Perry —dijo Harry mientras sacaba otra foto más para tener su propia postal.

—Igual deberías mirar hacia atrás.

Harry lo hizo. De repente se dio cuenta de que se estaba formando una cola de gente bastante importante y de que todos esperaban hacer sus mismas fotos. Con la ilusión cumplida y esos cinco minutos de gloria, volvieron sobre sus pasos mientras luchanban con una cantidad de gente cada vez mayor.

—Y esto no es nada —comentó Sally—. Son las 4, imagina al atardecer.

Efectivamente lo del atardecer debía ser la pera limonera. Harry leería después unos cuantos artículos en los que se comentaba lo petada que se ponía aquella localización en aquella época para ver el atardecer. Hay quien iba más allá y daba 10 razones por las que no ir a Santorini. Lo cierto es que lo del gentío era por lo visto brutal según imágenes como esta.

Con el objetivo cumplido —recordad, la misión era un ‘yo estuve allí’ en toda regla—, satisfechos y cansados, Harry, Sally y sus pequeños —aún más cansados— emprendieron el camino de vuelta, autobús chungo incluido. Esta vez en lugar de bajar en el teleférico decidieron bajar andando para evitar más colas.

No parecía para tanto: era bajada y 600 escalones no parecían tantos. Una vez más, se equivocaron. A esas alturas del día, 4 y pico de la tarde, el calor era asfixiante, pero es que ese camino de bajada tiene un reto más: los burros. O más bien los burros mutantes —probablemente burdéganos, cruce de caballo y burra—, porque tienen cabeza de burro pero por envergadura y altura parecen caballos. Pasaron varias ristras de ellos, algunos subiendo a turistas, y no es que se alejaran de los viandantes: a veces parecía que te iban a aplastar contra los muros o que te podían dar una buena coz. Y luego estaba lo otro.

—Buf, Harry, yo estoy derrengada, y encima esto.

—Ya ves, Sally. Menuda peste a choto.

Así era: las escaleras estaban plagadas de moñigos de los burros, que se supone que limpiaban cada cierto tiempo pero que era imposible mantener del todo a raya. Total, que la bajada igual hubiera sido recomendable hacerla con máscara antigas. Para cuando llegaron al pequeño puerto, las rodillas no les respondían mucho, pero su olfato estaba seriamente dañado. Puaj. Harry tenía claro lo que le había parecido aquella excursión.

—Sally, creo que tengo claro qué me ha parecido esta excursión.

—Uf, y yo, y yo.

—Santorini no es para tanto.

—Y que lo digas. Cuánta fama inmerecida. A ver, que tiene su punto y alguna zona chula y con vistas fantásticas, pero no más que muchos sitios de España. Me imagino Lanzarote poniéndole tejaditos azules a las casas. Se forran.

—Igual mejor que se queden como están, Sally. No vaya a ser que se convierta en un infierno turístico como este. Me temo que nos ha pasado lo de siempre: íbamos con demasiadas expectativas. Bueno —concluyó—. Que nos quiten lo bailao.

—Tú lo has dicho, maridete. Tú lo has dicho.

***

No iba a contar esto en plan aventura de Harry & Sally, pero ya puestos me he animado. Aquí sí que es obligada para mí la reflexión respecto al turismo actual, que se lo está comiendo todo y que está corrompiendo casi todo lo que toca en busca del vil metal. Las redes sociales no han hecho más que maginificar el problema, y Airbnb, que parecía una bendición para los usuarios, se ha convertido en una maldición para los habitantes de toda la vida de unas ciudades que ahora atraen a masas ingentes de turistas que acaban haciendolas invivibles.

Es lo que comentaban recientemente en El País, donde los vecinos de San Sebastián, Palma, Cádiz o Tenerife explicaban que ya no podían más porque todo el mundo quiere ir a ese sitio de moda. De hecho la cosa está tan chunga que últimamente está produciéndose un fenómeno singular. En El Confidencial hablaban de la solastalgia, «la añoranza del hogar en el hogar», esa sensación de sentirse extranjero en tu propia casa.

De hecho, como decía, hay algo curioso: antes la gente presumía de ese sitio maravilloso en el que había estado. Ahora empiezan a cerrar la boquita, no vaya a ser que con esto del boca a boca su sitio maravilloso se convierta en un sitio de pesadilla al que ya no merezca la pena ir. Qué chungo.

Es de hecho algo que yo calificaría como turismo de abarrotamiento. A la gente parece encantarle ir a los mismos sitios donde ya va toda la gente. Los sitios tranquilos —no digáis cuáles— no venden: vende ir a sitios petaos y poder enarbolar la banderita del ‘yo estuve allí’. Lo sé bien: yo he caído en ello como cualquier hijo de vecino, pero creedme, no volveré a hacerlo con demasiada frecuencia. A ver, es cierto que hay sitios que hace ilusión ver a pesar de que estén muy trillados, pero lo que está pasando en según qué destinos es de locos.


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15 comentarios en “Harry & Sally en Santorini

  1. Jose luis Sánchez dice:

    Pues mira javi , fui a santorini hace 15 años . Y lo mismo que tú : petado . A estos sitios hay que ir fuera de temporada , pero vamos , que poco más o menos lo que te puedes encontrar trae en baleares .

    Nosotros hicimos noche en la parte menos turística de la isla , y a pesar de ser agosto , estaba un poco desangelada .

    Ya aprovecho .. el resto de tu viaje a Grecia ? Me fascina este país , y me encanto la península .

    • Caray, pues si ya tuviste esa impresión hace tanto… Y sí, muchos otros sitios se están convirtiendo en algo incómodo para ir en épocas vacacionales.

      El resto del viaje fue estupendo, pero yendo en crucero ya sabes, tienes los destinos y horas muy prefijadas. Pero oye, esto nos abre opción de conocer otras cosas con tranquilidad en el futuro y dar un buen paseazo por Grecia.

  2. Orlando dice:

    Solastalgia, vaya al fin le encuentro nombre a lo que sentí la semana pasada en Benidorm después de 10 años sin ir por esa zona, se ha vuelto una pequeña Inglaterra en la que el extranjero pareces tu, iba caminando y tenia todo el tiempo esa sensación incomoda de no saber que hacia allí, en fin que los tiempos cambian y las modas pasan, así que tocara buscarse nuevos destinos para poner de moda y esos que tu recordabas de una manera diferente vuelvan a ser ese sitio aburrido de antaño.

    Espero que por lo menos tu viaje haya valido la pena y pudieses disfrutarlo tu y tu familia. Saludos.

  3. Land-of-Mordor dice:

    Nosotros este año nos hemos escapado una semana a Vorarlberg (Austria).

    https://es.wikipedia.org/wiki/Vorarlberg

    Perfecto para ir con niños con mucha naturaleza y poca masificación. Nos hemos movido por toda la región y ciudades de otras regiones y países colindantes en tren y autobús, tarifa plana durante una semana, los tres por 91,40 €, pudiendo llegar sin problemas y con flexibilidad a pequeños pueblos de apenas unos cientos de habitantes. Sale gratis para los menores de 6 años.

    Fuimos en junio y tuvimos temperaturas entre 25ºC y 35ºC y por supuesto no perdonamos chapuzones, tanto en una suerte de piscina-mini parque acuático en el Montafón como en la orilla del lago Constanza (a 22ºC estaba el agua, una sopa).

    Desde la región que tiene el tamaño de una provincia española de las pequeñitas, se pueden hacer escapadas a Alemania (Lindau), Liechtenstein (Vaduz), Suiza y la región vecina del Tirol, usando el bono regional.

    Nosotros aterrizamos en Zúrich y de ahí cogimos tren a Vorarlberg. No te lo recomiendo porque el tren en Suiza es caro, aunque Zúrich bien merece un día. Sale más económico aterrizar en Memmingen, que es el aeropuerto en el que aterrizas con Ryanair cuando dices que vas a Múnich XD. Puede ser interesante aterrizar en uno y volver desde otro aeropuerto.

    En la región hay tres marcas de cerveza a nivel «regional», Mohrenburger, Fohrenburger y Franstanzer, queserías y otro tipo de artesanía. La gastronomía es interesante y la gente es bastante amable. Con inglés y un par de frases en alemán te puedes apañar bien.

    • Gracias por las ideas Land, apuntadas quedan y la verdad es que esa zona tiene que estar curiosa. Una curiosidad, a ver si coincides: estuve en Alemania hace un porrón (2006) y recuerdo pensar «bueno, no habrá problema de idiomas, allí todos hablan inglés». Mentira, al menos entonces: no había tanta gente que lo hablara, y menos que lo hablara bien. Aquello me sorprendió.

      • nogod dice:

        Yo he ido muchas veces (aunque a lo mejor depende de la zona) y la gente de 50 años hacia abajo (y algunos hacia arriba) suelen hablarlo bastante bien, con su acentazo alemán, pero con bastante más nivel y que el español medio.

        Es curioso como cada vez que iba allí, cuando conocía a un portugués o un italiano, sentía rápidamente unos vínculos (recíprocos) de pertenencia a un mismo grupo humano y lo notábamos rápidamente. Este origen latino mediterráneo, esta forma de ser, tan diferente del centro o noreuropeo.

        Pero cuidado, con los alemanes, ningún problema nunca. Siempre me trataron genial; les costaba mucho más abrirse, y más en una lengua que no es la suya, pero así fue.

      • Gracias por los comentarios, sí, imagino que efectivamente hay de todo y que a estas alturas el porcentaje de gente que habla medio bien habrá subido, como en España. Sin embargo en aquel momento la situación era distinta y esperaba otra cosa.

      • Land-of-Mordor dice:

        Yo he estado cuatro veces desde 2017 (dos en Vorarlberg, un «tour» Berlín-Dresde-Hamburgo-Dortmund y Viena-Bratislava-Semmering), cada vez con distinto nivel de conocimiento de la lengua (el máximo, un B1 cogido con pinzas) y no hemos tenido problemas para entender ni hacernos entender. Al final las conversaciones se vuelven en una suerte de interlingua XD. Unos familiares míos han estado unos días entre Viena y Salzburgo y el idioma no ha sido un problema a pesar de que ellos son de «nivel medio de inglés» en el currículum…no sé si me entiendes.

        De todas formas dado que excepto Suiza, en el resto de países germanoparlantes hay itinerancia gratuita, lo que significa barra libre de Google Maps y otras herramientas, se suele preguntar menos y dejar la interacción con los «locales» sólo para el tema social. Culturalmente son países con raíces e historia comunes, pero aun así se notan ciertas diferencias culturales entre ellos. Es más, hay un «hecho diferencial» entre Baviera y el resto de Alemania XD

        A parte de todo lo anterior, te lo comentaba porque es un buen sitio para disfrutar con los enanos (nosotros hemos ido con un pequeñín que no había cumplido los dos años), sin prisas, sin agobios y sin muchedumbres…salvo que se te ocurra ir en carnaval o en Oktoberfest, claro.

      • Gracias Land, sí, al final en todos sitios te apañas, solo comentaba lo que me chocó aquello del inglés. No es tanto por el «¿me apañaré si no hablo mucho inglés?» (afortunadamente no tengo problema ahí) como por lo que me encontré y la idea preconcebida (y equivocada) que tenía.

        Genial la sugerencia y apuntada para futuro viaje sin aglomeraciones. Igual cualquier año de estos nos damos una vuelta.

  4. Federico Bustamante Gamboa dice:

    Eso ha sido un Instagram Vs MundoReal TM, en toda regla.

    Yo me encuentro eso y me da un patatús, me vuelvo al crucero de cabeza.
    No soporto lo más mínimo las aglomeraciones.

    Siento decir esto, pero ya mi padre, siendo yo muy pequeño, me advertía que donde íbamos no se contaba a nadie, que luego se llenaba, y te hablo de los años 70.

    Tengo ya edad para ser un abuelo cascarrabia, y la impresión de que el mundo esta cada vez mas ‘tonto’.

    Un saludo y enhorabuena por la parte que disfrutasteis del viaje. 🙂

    • Gracias Federico, coincido contigo, y solemos huir de este tipo de sitios. Aquí no había muchas opciones y aunque el día fue como fue, al final fue curioso vivirlo… esa vez. Espero no repetir muchos de esos, y sí, disfrutamos mucho del viaje. ¡Saludos!

  5. jinks dice:

    Este verano le he oído a un conocido la frase definitiva sobre las vacaciones: «viajar en agosto es de pobres».
    Aunque yo he recorrido el sur de la cordillera cantábrica, desde somiedo hasta el valle de mena y he sido feliz, buena temperatura, paisajes extraordinarios, buena comida y sitio en todas partes (bueno, Potes estaba complicado).

    Hay que elegir bien.

    • Pues no entiendo la frase: se supone que en agosto es precisamente la época con más demanda y, por tanto, la más cara.

      Dicho lo cual, he contado la aventura en Santorini, pero no lo fantásticos que fueron otros puertos y ciudades. Y también hubo estancias previa y posterior en el norte, disfrutando de buena comida, buenos paseos y buen tiempo. Bien elegido estaba, pero alguna cosita siempre pasa, y me gusta contarla en este tono.

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