Mi viejo amigo Xavi me invitó hace tiempo a visitarle. Lleva tiempo montando su pequeño homenaje a las máquinas de nuestra niñez, y ayer aproveché para ver sus progresos. Ya había compartido con él un viaje al pasado con el Apple IIc hace años, pero esta vez el protagonista absoluto iba a ser otro.
Ese protagonista era el Commodore 64.
El C64 fue el primer ordenador que entró en casa, así que le tengo un cariño especial. Hubo muchos buenos ratos gracias a él, y entre ellos están sin duda los partidos a ese juego en apariencia cutre pero absolutamente maravilloso llamado Match Day II. Ya se lo había dicho a mi amigo: toca minicampeonato a ese y a algún otro.
Dicho y hecho. Primero, eso sí, repaso a algunas de sus adquisiciones más recientes, algunas de las cuales eran cacharros que tuvo en su niñez y juventud. Por ejemplo, un iMac G4 que estaba impoluto salvo por el amarilleo del marco de las pantallas —imposible quitarlo— y que de hecho hasta tenía conectividad Wi-Fi y un navegador medio aparente.
Cargué en él Incognitosis y la cosa fue lenta pero decente. Probé a cargar YouTube y ahí ya el equipo se volvió muy poco usable, pero claro, estamos hablando de una máquina de hace casi 20 años. No se le podían pedir peras al olmo, pero me llamó la atención el soporte de la pantalla, que seguía funcionando como si la hubiesen fabricado ayer: la construcción y el diseño mecánico sigue siendo alucinante años después.
Ahí es cuando Xavi me enseñó otro de sus tesoros: un iPod de primera generación que de hecho había sido suyo y seguía funcionando sin problemas tras un pequeño cambio de su disco duro interno. Transferencias por puerto FireWire al poder, qué fuerte.
Tenía más cacharritos por ahí, claro. Un viejo teclado Casio bastante legendario, y también una máquina arcade retro Arcade 1Up Street Fighter que había reconvertido siguiendo una guía de YouTube: en lugar de tener solo el ‘Street Fighter’ le había metido una RPI 3 y tras algo de bricolaje tenía una plataforma de retroemulación bastante maja.
Pronto nos centramos en el C64, que tenía impoluto y con su particular joya de la corona: el monitor Commodore 1702 de 13 pulgadas que daba una calidad de imagen fantástica. Al lado tenía la disquetera Commodore 1541, aunque en realidad no hizo falta, porque asomando en la foto aparece el módulo 1541 Ultimate II que emula esa unidad y que básicamente permite que tengas cientos (miles) de juegos en formatos t64 (cinta) o d64 (disco), por ejemplo con carga mucho más cómoda y —si quieres— rápida que en el modelo original.
Ahí empezamos a ver chorraditas. Por ejemplo, alguna demo moderna para el C64. Sigue habiendo demoscene y se hacen cosas bastante alucinantes —aquí un ejemplo—considerando qué hardware tiene esta máquina.
Luego nos pusimos a probar algún viejo juego que de repente apareció en la lista de disponibles. ‘Operation Wolf‘ —grandioso, aunque luego lo pusimos en su recreativa con Mame y aquello ya eran palabras mayores— y otros como ‘Paperboy’ —ostras qué difícil— o ‘Popeye‘, que yo no conocía y que, ojo al dato, fue la inspiración para el mítico ‘Donkey Kong’ y otros juegos del estilo.
Luego llegaría por supuesto el pique al ‘Match Day II’, con el que nos reímos un montón y comentamos algo curioso. Uno juega a este juego y se da cuenta de que sus evidentes limitaciones eran en realidad maravillosas, porque podías hacer cosas estupendas y que tenían mucha más lógica de la que parecía a pesar de los primitivos controles. No tiene nada que ver con los FIFA actuales, claro, pero es sorprendente cómo el videojuego tiene mucho más sentido del que se podría pensar de principio. Hubo jugadas fantásticas y alucinantes con las que nos reímos un buen rato, por ejemplo, pero tras ese minicampeonato tocaba probar otras cosas.
Por ejemplo, ‘The Way of the Exploding Fist’, otro de los míticos de la época que también aproveché a lo bestia en mi niñez y que no tenía mucho que ver con los juegos de lucha actuales. Me pregunto si de hecho no tendría sentido rescatar esa mecánica (si te dan un golpe, te marcan un punto completo o mitad de uno dependiendo de cómo te lo den) en algún juego moderno. Molaba jugar con sus joysticks de la época: tenía un Speedking que yo también tuve en mi niñez y que era fantástico, por ejemplo. Qué recuerdos.
La tarde se pasó rápido. Hubo una pequeña revisita al mítico ‘Impossible Mission’, por ejemplo. Qué juego tan alucinante: no parece del C64 por esos gráficos, sonido y movimientos, es increíble. Si no os lo creéis, jugad a la versión online que encontré hace pocas semanas: es una recreación fantástica y además podréis comprobar que esa ‘Impossible Mission’ era bastante impossible. Madre mía, qué chungo era ese juego. Nunca me lo terminé, que yo recuerde.
Como tantos otros claro. No hubo tiempo para mucho más, pero la verdad es que pasamos un rato fantástico recordando aquellos títulos de los viejos tiempos. Luego, con una Coca-Cola Zero en un bar, comentábamos el tiempo que la gente dedica a esto de la retroinformática: es un hobby curioso porque como decía él igual acabas un poco atrapado en «los buenos y viejos tiempos» y te conviertes en un negacionista de que hoy en día hay cosas fantásticas. Él, me confesaba, casi disfruta más consiguiendo las máquinas y restaurándolas que usándolas como tal.
De usarlas ya nos encargamos los dos cuando nos juntamos. Que no es poco.
Wow Javi, que recuerdos… yo tenía (y conservo) un Spectrum ZX +2 con su correspondiente joystick kempston y cuantas tardes de gloria con todos esos títulos que has repasado. Cierto es que el Commodore jugaba en otra liga, pero cuantas tardes grabando casettes con la microcadena de doble pletina, cuantos «pokes» insertados y cuantas tardes devorando esa monstruosa Micromanía. No se si nos los ojos de la nostalgia, pero echo de menos lo analógico. Abrazos.
Seguro que lo disfrutaste tanto como yo mi C64. La verdad es que de cuando en cuando poder pasar un rato en formato retro mola. Si tienes la ocasión, ya sabes Juan. ¡Saludos!