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Lucía a los 9

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Consejo: Quizás queráis leer esto mientras escucháis ‘Someone like you‘, de Adele.

—Es curioso —me dijo mi padre entonces—. Con tu abuelo pasó igual. Le tenía en un pedestal hasta que dejó de estar allí durante mucho tiempo. Y luego le volví a subir allí. Aún más alto, de hecho. Para siempre.

Algo así me dijo mi padre sobre el suyo propio hace muchos años. Yo tendría 23 o 24 años, y hacía tiempo que mi relación con él estaba un poco tocada por muchos y diversos motivos que ni entonces ni ahora tienen importancia aunque en aquella época me lo pareciese. Qué estúpido fui.

Mi padre, como iba diciendo, me hablaba de mi abuelo, del que solo recuerdo los caramelos de El Turco que nos traía y las arrugas de sus manos. Pero sobre todo me hablaba de una verdad que perdura. Una en la que por supuesto, tenía razón —»yo siempre tengo razón», decía a veces medio en broma—, pero de la que yo me di cuenta más bien tarde. Para entonces él ya había vuelto a ese pedestal, que obviamente estaba mucho más alto que la primera vez. Para entonces él ya era un gigante.


Últimamente te pregunto mucho una cosa, Lucía. Si me seguirás hablando y contando cosas a los 13 o 14 años, cuando te llegue la temible edad del pavo. Cuando chicas y chicos soléis bajarnos del pedestal a todos los padres —si no lo habéis hecho antes— para no volvernos a subir allí hasta mucho después. Me pregunto si seguirás contándome cosas, si seguirás acariciándome la cara y repeinándome el flequillo —o lo que quede de él— cuando te dé las buenas noches.

Tú, cansada de mi insistencia, me respondes, «¡Que sí, papi!», y yo quiero creerte, pero por si acaso te lo vuelvo a preguntar. «¿Pero seguro?». Y tú, una vez más, me respondes «¡Que sí!». Y luego seguimos andando y veo de reojo cómo miras hacia el frente y sonríes un poquito.

Mi preciosa pitufita. Mi sol. Mi vida. Llego un día tarde para escribirte una carta que te debería escribir todos los días. Te mereces eso y mucho más, porque eres una alegría constante para tu hermano, que te adora, y para nosotros, que te adoramos más si cabe. Que no sé si cabe, porque es mucho caber.

Ayer fue tu cumpleaños y me doy de cabezazos por no haber hecho mucho más para celebrarlo. Era mal día para nosotros porque teníamos un montón de cosas por hacer, mi vidita, pero para cuando leas esto ya no te acordarás —y probablemente nosotros tampoco— de que Murphy hizo de las suyas. Mamá tuvo una problemón brutal con una web que se cayó y le dio unos cuantos quebraderos de cabeza, y yo no paré de escribir sobre cacharritos de esos que tanto te gustan y sobre los que siempre me preguntas. «¿De qué estás escribiendo hoy, papá?». Y yo te lo cuento, y tu atiendes, serena y paciente aunque de cuando en cuando te explique lo que estoy escribiendo como si se lo explicase a alguien mucho mayor que sabe del tema, solo para gastarte una broma. Aunque no entiendas nada ahí te quedas, impasible, como queriendo comprender.

Siempre he dicho que a la gente le deberían dar siempre vacaciones el día de su cumpleaños, sin importar edad o circunstancias. Cumplir años en un día normal no suele molar tanto.

Además por la tarde tuvimos que ir a por la abuela Paqui, lo que nos tuvo entretenidos otro buen rato y nos privó de celebrar el día de una forma distinta en el que fueras todo lo protagonista que te merecías. Vale, lo celebraste con tus amigos y amigas el otro día en la bolera y ayer pudiste repartir sugus en el cole —y me guardaste dos como te pedí, qué increíble—, pero tu día de cumpleaños no fue el día de cumpleaños que te merecías. Ni de lejos. Lo siento, mi vida.

Lo increíble es que eres tan buena y tan de buen conformar («ah, vale») que todo eso te da igual: has sido feliz con esa cena que hicimos en el VIPS para tener al menos un ratito para ti. Feliz desde que entraste hasta que saliste, con Javi y tú con vuestros batidos pasándolo bomba con un maldito plastidecor y una maldita hoja en la que dibujar. Así de increíbles sois los dos. La abuela Paqui me lo decía ayer por la tarde mientras os veía, enamorada de los dos. «Qué hijos tienes, Javier» —porque para declaraciones serias me llama por mi nombre completo—. «Qué gozada, qué ricos son, qué bien educados». Y yo le digo bromeando «pues claro mami, es todo gracias a mí», pero en realidad se me vuelven a saltar un poco las lágrimas y el corazón porque tiene razón, pero tampoco creo que hayamos hecho tanto. Eres prodigiosa, como tu hermano, que sigue siendo tu mejor amigo. Veros jugar y hacer cosas juntos es alucinante. Como ese paseo que nos hicimos por la Ruta de los Miradores este verano, dos horas dale que te pego y vosotros con una historia de príncipes y princesas con poderes de principio a fin, sin parar. Felices y sonrientes.

Mi pitufi.

Te veo crecer y confieso que a ratos quiero que se detenga el tiempo para ti. No crezcas más, por favor. Quédate así, tan pequeñita, preciosa, noble y buena como siempre. Tan mini-mamá. Creo que ya podríamos dejar las riendas de la casa en tus manos, porque eres como un pequeño calco en tantas cosas alucinantes. Con esa sonrisa que sigo sin poder secuestrar para siempre en una foto —ninguna te hace justicia— porque a pesar de que la tengo capturada en mi memoria y mi cabeza, querría tener esa foto imposible. Te lo dije hace tres años, Lucía: no me canso de ver esa sonrisa, y por eso no me canso de tratar de hacerte reír.

Mucho ha pasado en estos tres años, pero quienes hablaron de esto antes que yo tienen razón: el maldito tiempo pasa cada vez más rápido. Desde aquella última carta todo ha pasado como un suspiro, y se me siguen llenando los ojos de lagrimitas al pensar todas las alegrías que nos das y que quedan atrás para no volver más que como pequeños recuerdos. Tantos momentos prodigiosos que nos das, mi vida. Mi sol. Eres un regalo. Cómo te alegras con todo lo bueno, por pequeño que sea. Como cuando estuvimos en Aqualand este verano. Ver tu cara y la de Javi durante todo el día fue algo prodigioso, érais total y absolutamente felices.

Cómo te preocupas por todo, por tu hermano —cómo querías estar siempre con él en el hospital y te quejabas por tener que irte a casa—, cómo siempre que te regalan algo, una chuchería, pides otra para Javi, cómo te das cuenta de todo (de nuevo, muy mini-mamá) en plan mini-Sherlock Holmes. Cómo manejas ya los cacharritos —muy mini-yo, que oye, también cuenta— y cómo te aplicas en cada cosa que haces.

E insisto. Cómo ríes y sonríes. Con todo tu cuerpo. Iluminándolo todo, como siempre, nueve años después.

No cambies, por favor. Sé siempre así.

Te quiero.

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23 comentarios en “Lucía a los 9

  1. Gemma dice:

    Los “ah, vale” más bonitos del mundo, los suyos (aunque ella se merezca mucho más).

    ELLA.. La niña más buena, dulce, cariñosa y responsable.
    La amiga paciente, la hermana MAYOR.

    Feliz cumpleaños, mi Luchi

  2. Lambda dice:

    Fantástico post. Me ha gustado, sobre todo cómo transmites la mirada atenta de padrazo , el cariño infinito y sobre todo esa Lucía deslumbrante ( ¡atesora bien a tu padre eh! Pocos tienen el cuajo así de abrir una ventanita a la vida verdadera en un blog, let the feels flow throught you. Dude, you’re my jam at these things!). Francamente, te envidio Javier (de la sana, eh!). Sigue así, y te perdonamos que hagas desaparición temporal del blog por cierto viaje a cierta ciudad en cierto continente de cuyo nombre no me acuerdo… Disfruta hombre! Ya nos contarás por aquí, fotos included!

  3. David dice:

    Aunque no nos conocemos y poco he participado en los comentarios de los artículos, te leo desde que hacías el tema estrella del mes en PC Actual. O quizás desde antes, pero no me fijaba en el redactor. Así que te puedes imaginar que, aunque sea en la distancia, uno se alegra de tus alegrías y se entristece con tus penas. Un artículo muy bonito. Y ya verás como sigues siendo súperpapi para siempre.

  4. Elena dice:

    Lágrimas en los ojos has hecho q asomen Javi..y esa niña …esa niña..siempre ha sido,y será muuuy especial y preciosa ella enterita..Lucía..seguid viviendo tan bonito y disfrutando d esos segundos q se nos escapan..besos

  5. Javi, te has lucido con este post. No tengo palabras. Así que te dejo un poema que, no sé, me ha parecido apropiado.

    Tu risa

    Quítame el pan si quieres,
    quítame el aire, pero
    no me quites tu risa.

    No me quites la rosa,
    la lanza que desgranas,
    el agua que de pronto
    estalla en tu alegría,
    la repentina ola
    de planta que te nace.

    Mi lucha es dura y vuelvo
    con los ojos cansados
    a veces de haber visto
    la tierra que no cambia,
    pero al entrar tu risa
    sube al cielo buscándome
    y abre para mí
    todas las puertas de la vida.

    Amor mío, en la hora
    más oscura desgrana
    tu risa, y si de pronto
    ves que mi sangre mancha
    las piedras de la calle,
    ríe, porque tu risa
    será para mis manos
    como una espada fresca.

    Junto al mar en otoño,
    tu risa debe alzar
    su cascada de espuma,
    y en primavera, amor,
    quiero tu risa como
    la flor que yo esperaba,
    la flor azul, la rosa
    de mi patria sonora.

    Ríete de la noche,
    del día, de la luna,
    ríete de las calles
    torcidas de la isla,
    ríete de este torpe
    muchacho que te quiere,
    pero cuando yo abro
    los ojos y los cierro,
    cuando mis pasos van,
    cuando vuelven mis pasos,
    niégame el pan, el aire,
    la luz, la primavera,
    pero tu risa nunca
    porque me moriría.

    Pablo Neruda

  6. Fernando dice:

    Gracias por un post tan cercano.
    La vida nos pasa por delante y apenas nos enteramos
    Permíteme recomendar un libro que me ha encantado, “el olvido que seremos” , dedicado a esos padres que dejan/dejamos huella aunque no sea la que esperamos.
    Y una canción de Serrat para soltar esa lagrima necesaria: “esos locos bajitos”
    Abrazo
    Fernando

Comentarios cerrados.