Tecnología

Harry & Sally y la vida según Google

·

(Nota: Esto lo tenía en borradores desde hace casi un año. Lo recupero, incompleto, porque dudo que lo termine. En todo caso —ya si eso— haré una segunda parte hablando del Google I/O 2018, no del evento de 2017).

Todo era paz y tranquilidad en aquellas noches en el mini-resort burgués, y Harry, como siempre, dormía plácidamente sin enterarse ni del No-Do. Sally siempre le criticaba por aquello, como estaba haciendo aquella tarde.

— Harry, eres un avispillas. Antes de tener niños eras como un detector ultrasensible de sonido y de luz. Cualquier rendija abierta y cualquier pequeño murmullo y ale, a soltar improperios por esa interrupción de tu sagrado descanso.

—Sigue siendo sagrado, esposa mía.

—Ya lo creo. La diferencia es que con los niños cambiaste de tercio. De repente eras (y sigues siendo) sordo y ciego por las noches.

—La teoría de la evolución, Sally. Me he adaptado para sobrevivir.

—Tú lo que tienes es un morro que te lo pisas.

—No te enfades, mujer. Venga, te invito a cenar sushi.

—¿Sushi? —Sally se tambaleó. Aquello derribaba todas sus defensas —. Acepto. Venga, todo olvidado, maridete mío.

Dieron buena cuenta del sushi, y tras ver un episodio de una vieja serie llamada ‘Westworld’ se fueron a descansar. Harry durmió como un bendito hasta que a las 7:30 AM sonó la alarma. Una que no era normal y corriente.

These are the days of the open hand / They will not be the last / Look around now / These are the days of the beggars and the choosers…

Harry remoloneó un poco, disfrutando de aquel temazo de George Michael que le recordaba tiempos distintos, y no necesariamente mejores. Un par de minutos después,se levantaba de la cama con un quejidillo. Eso fue suficiente para que aquel despertador se activase nuevamente.

— Buenos días, Harry. Hace un día espléndido en el mini-resort burgués. Hoy tienes la entrevista con el Sr. Pichai a las 8:30 en su residencia de ancianos. Te he reservado un Waymo para dentro de 45 minutos.

Aquella voz parecía de todo menos sintetizada. Aquel Google Home Mini se había convertido con los años en un producto que inundaba los hogares de millones de personas, y su evolución había sido la esperada: el sonido de lata de las primeras versiones había sido mejorado de forma radical, y el asistente de voz de Google era ya, como en otros muchos hogares, un miembro más de la familia. Más o menos.

Hacía años que Google había renunciado al «Ok Google», y ahora cualquiera podía personalizar ese asistente de forma asombrosa. No solo con un nombre, tono de voz o idioma distintos, sino incluso con una personalidad que hiciese que ese asistente sonase más seco, distante, simpático, chisposo o cercano. Humanizar al asistente había acabado siendo lo más adecuado para hacer que la interacción hombre-máquina fuese mejor. En el caso de Harry y Sally el asistente acabó adoptando una personalidad femenina cercana —pero no chisposa— llamada Jessie.

— Perfecto Jessie, muchas gracias. No te preocupes por lo demás, ya iré consultándolo tranquilamente el el móvil.

— Claro, Harry. Que tengas buen día, ya sabes dónde estoy si me necesitas.

En realidad esa frase era algo absurda, pensó Harry, porque Jessie estaba por todas partes. Lo captaba todo con un solo objetivo. Bueno, con dos. El primero, hacerle más fácil y mejor la vida a Harry y Sally. El segundo, llenar su vida de publicidad contextual que también tenía ese mismo objetivo. O eso decían en Google, claro, que no había cambiado de modelo de negocio porque aquello, obviamente, funcionaba mejor que nunca.

En esos pensamientos andaba Harry cuando tras la habitual rutina mañanera se despidió de Sally —hacía tiempo que los retoños habían abandonado el nido— y salió de su casa. Un coche de Waymo esperaba puntualmente a la salida, y tras un rápido trayecto Harry consultó su reloj inteligente y comprobó que llegaba, como no podía ser de otra forma, puntual como un clavo. Qué tiempos aquellos en los que la gente podía soltar excusas baratas para llegar tarde.

Harry se adentró en la residencia que ya conocía tras sus distintas conversaciones con Tim Cook (no una ni dos, sino hasta tres), y como no podía ser de otra forma, la siempre locuaz Norma le esperaba a la entrada.

— Hola, Sr. Burns. Quizás debería llamarle Harry, no paramos de vernos —añadió la locuaz robot humanoide.

— Hola Norma, ¿qué tal? Pues me parece buena idea. Tutéame, ya puestos.

— Perfecto Harry. ¿Te parece que te acompañe a la sala Nexus? El Sr. Pichai te espera allí.

— Claro, perfecto.

Harry caminó tras Norma mientras echaba un nuevo vistazo a una residencia que tenía poco que ver con la que conoció en su niñez. A su abuela esto le hubiera dado bastante vidilla, pensó. Y nunca mejor dicho. La vejez seguía siendo una época difícil, pero los avances médicos y tecnológicos hacían mucho más llevaderos esos años que además solían ser bastante productivos. Nuestros mayores se habían convertido en miembros respetados privilegiados de la sociedad: ahora podían aportar su experiencia en todo tipo de proyectos a su ritmo, y a menudo sus contribuciones eran críticas para seguir mejorando muchos productos y servicios.

Por allí andaba, cómo no, el Sr. Cook, quien le saludó al pasar a su lado.

— Hombre, Harry, ¿cómo tú por aquí? ¿habíamos quedado? Qué raro, Siri me hubiera avisado —Siri, por supuesto, no era la Siri que Apple había creado hacía más de dos décadas, sino un guiño a aquel asistente que ahora Cook había adaptado a aquel ecosistema que había conquistado el mundo.

—No no, Sr. Cook, en realidad vengo a hablar con su buen amigo, el Sr. Pichai.

— ¿Sundar? Claro, claro. La próxima vez que nos veamos te cuento cómo Google nos robó la cartera.

— Bueno, querrá decir que me contará su visión de cómo les robaron la cartera. Todo el mundo sabe que simplemente lo hicieron mejor.

— Oye Harry, que no te vuelvo a invitar a charlar conmigo, ¿eh?

— Perdone Sr. Cook, pero al César lo que es del César, ¿no?

— Puede que sí, y puede que no, Harry. Como digo, ya lo comentaremos.

— Eso está hecho. Discúlpeme, pero el Sr. Pichai me está esperando.

— Claro, claro. Dile que no se olvide de que luego tenemos partida de Battlelfield XXXI pendiente — Dijo el Sr. Cook, que se despidió simulando apuntarle y disparle con una automática.

— Por supuesto Sr. Cook. A por él sin piedad, ya sabe.

— Sin piedad —confirmó el Sr. Cook, que le guiñó un ojo.

Un poco más allá estaba la sala Nexus, una pequeña sala de reuniones en la que esperaba pacientemente el Sr. Pichai. Norma le abrió la puerta y se retiró silenciosa y rápidamente, Y el Sr. Pichai, que como siempre parecía estar a punto de caer desvanecido, le saludó cordialmente.

— Harry, qué alegría tenerte por aquí. Gracias por venir a visitarme.

— No no, gracias a usted, Sr. Pichai. Es un verdadero placer poder entrevistarle.

— Bueno, en realidad ya me estaba poniendo un poco celoso. Me cuentan que eres muy amigo del Sr. Cook.

— Hemos charlado varias veces sí, pero si me ha leído ya sabrá que es que con él y su empresa siempre he tenido una pequeña deuda pendiente.

— Sí, he consultado tu historial y he visto que le metías caña a Apple en cuanto podías hace unos años.

— En realidad le metía caña a todo el que podía siempre que lo mereciese. Incluso a ustedes, Sr. Pichai.

— Ciertamente. ¿Y hoy también vienes a eso?

— Pues un poco sí —sonrió Harry— pero no se preocupe, habrá una de cal y una de arena, para no hacer la entrevista muy aburrida.

Sundar Pichai sonrió. Aquel hombre había aparecido prácticamente de la nada y había convertido el legado de Brin y Page en un imperio gigantesco que había acabado colapsando a todos los demás. El secreto de aquel éxito, claro, fue el mismo que transformó nuestro mundo. La inteligencia artificial. Precisamente de eso quería empezar a hablar Harry en ese encuentro.

— Querría hablar de aquel evento en el que presentaron los Pixel 2 y Pixel 2 XL, no sé si lo recuerda.

— Claro, claro. Lo recuerdo perfectamente. Allí cambió el discurso, aunque llevábamos tiempo preparando ese cambio.

— De eso quería hablar.

— ¿No de los productos?

— Bueno, también, pero no muchos se dieron cuentan entonces de lo que estaba pasando con aquellos productos. Qué los unía a todos.

Pichai esbozó una media sonrisa y se quedó mirándolo unos instantes.

— Ya veo. Así que quieres hablar de cómo la inteligencia artificial se convirtió en el centro de todo.

— Ahí le ha dado, Sr. Pichai.

— Me gusta tu enfoque. Y me gusta porque aquel fue efectivamente el principio de aquella revolución. Por supuesto que habíamos dado pasos importantes en los meses y años anteriores. Proyectos como los de DeepMind, Waymo o nuestro asistente dejaban claro que ese era el camino. De hecho aquel asistente acabó convirtiéndose en el pilar de nuestra estrategia. De repente nos dimos cuenta de algo clave.

— ¿De qué?

— De que el asistente debía estar en todas partes. Escuchando, aprendiendo, y, por supuesto, asistiendo a los usuarios.

— ¿Para …?

— No para espiar a los usuarios, Harry, que te veo venir. Los paranoicos de la privacidad tenían un problema importante. O más bien, lo teníais. Y lo seguís teniendo.

— Bueno, yo ya me he curado de aquello, pero dígame, ¿cuál era y cuál es ese problema?

— Que no veíais más allá de vuestros miedos.

— Normal. Porque aquello daba mucho miedo.

— Y sin embargo, míranos ahora. Todo lo que pretendíamos era hacer que la vida de todo el mundo fuera mejor. Eso requería adaptar las máquinas a nuestras necesidades, y eso a su vez requería que las máquinas supieran cómo adaptarse. Necesitaban datos. Todos los posibles para ser más útiles.

— Pero llevaron las cosas un poco lejos.

— Quizás no supimos explicarlo bien entonces, pero ya has visto cómo el fin ha justificado los medios.

— Puede, pero como dice, no acertaron con el enfoque. En aquel evento todos nos asustamos un poco cuando mostró aquella diapositiva en la que hablaba del cambio. El foco ya no estaba en el móvil, sino en la inteligencia artificial. Qué miedito.

Sundar volvió a sonreir. Evidentemente tenía respuesta para aquello. Era difícil pillar sin respuestas a alguien que había llegado tan lejos y había hecho tanto.

— Claro. Cualquier cambio, por pequeño que sea, provoca ese miedo. No ya pereza, que también, sino el miedo a lo desconocido y diría que a algo más.

— ¿A qué?

— A no estar preparados para ese cambio, a no poder asumirlo.

— Dígamelo a mí. Jamás pude con Snapchat.

— Uf, aquello era realmente terrorífico —dijo el Sr. Pichai guiñándole un ojo —, pero ese cambio de foco era desde luego significativo. Mucho más de lo que la gente podía imaginar.

— Claro. La gente esperaba hardware en su evento hardware.

— Y les dimos hardware. Os dimos hardware, Harry.

— Ya lo creo. Pero primero empezaron a presumir con su software. Y en concreto, con Google Assistant.

— Claro. Fue allí donde por primera vez se vio como nuestro asistente era capaz de distinguir voces y adaptarse a cada usuario.

— Recuerdo haber pensado que aquello era una nueva demostración de fuerza. El resto de asistentes ni siquiera parecían preparados para aquello.

— Cierto. Y fue uno de los primeros hilos conductores de aquello de lo que nadie parecía darse cuenta.

— Que el asistente era el protagonista silencioso del evento. Que estaba en todas partes.

— Así es, Harry. Así es.

— Bueno, a toro pasado ya se sabe Sr. Pichai, es más fácil ver las cosas con perspectiva.

El Sr. Pichai esbozó otra sonrisa y se tomó un sorbo de un batido con un color y un aspecto no especialmente apetitoso. Al Sr. Pichai parecía gustarle, pero claro, él era un vegetariano confeso. Tras el sorbo, continuó hablando del que fue el primer producto hardware de aquella presentación.

— Bien dicho. El caso es que como le decía aquello nos permitió abrir boca con el Home Mini.

— Una copia absoluta del Amazon Echo.

— Bueno, todos copian, ya se lo habrán dicho.

— De hecho hasta el Sr. Cook me lo ha dicho varias veces. Me lo he encontrado por el pasillo y me ha dicho que luego le va a machacar al Battlefield.

— Que se lo ha creído —dijo el Sr. Pichai sonriendo—. Pero sí, Apple, como todas, copió hasta la saciedad. O se inspiró, o se adaptó y mejoró lo que ya existía, que era la forma eufemística de decirlo. Así funciona la evolución, Harry. Mejorando lo que existe con pequeñas iteraciones. Lo otro, las disrupciones, son mucho más raras.

— Cierto, y lo entiendo, era lógico que ampliaran la familia. El Google Home Mini me pareció gracioso y sobre todo muy competitivo para su función básica. Muy adecuado para replicar las opciones del asistente y tenerlo disponible por todos lados.

— Así es. Aunque escuchar música en él no era demasiado aconsejable y tuvimos algunos problemas iniciales con la privacidad, se convirtió en un pequeño éxito para nuestra estrategia.

— Y luego presentaron Google Home Max, que fue una de las pocas sorpresas reales del evento. Otra copia, aunque esta vez del HomePod de Apple.

— Puede, pero una vez más estimamos que habría demanda en el mercado, y nuestro asistente ofrecía mucho más de lo que podía ofrecer aquel asistente de Apple. No recuerdo el nombre, perdone —bromeó el Sr. Pichai —. Era Sara, ¿no?

— Siri. Se llamaba Siri. Lo sabe usted muy bien, Sr. Pichai.

— Uy, es cierto, qué cabeza la mía —contestó juguetón el que fuera CEO de Google.

— Su Home Max tenía una gran pega, no obstante.

— ¿Ah sí? ¿Cuál?

— Que no era portátil. Que tenías que tenerlo enchufado. Por los 399 dólares que costaba, bien podrían haber incluido una batería.

— Eso hubiera comprometido diseño y prestaciones, pero sí, aquello desde luego era una limitación clara.

— En cualquier caso, como digo, fue una de las sorpresas de un evento del que como siempre se filtraban muchos detalles en las semanas y días previos. Como lo hicieron para uno de los protagonistas claros del evento, el Pixelbook.

— Ahhh, el Pixelbook. Qué gran producto.

— Por favor, Sr. Cook. A ver, que como concepto estaba muy bien, pero yo me sentí engañado. ¿A quién iba dirigido? Era un equipo para molar, punto pelota.

— ¿Por qué lo dice?

— Pues porque por el precio de la versión base, que era de 999 dólares, uno podía tener un equipo basado en Windows e incluso en macOS que era superior en cuanto a versatilidad. Nadie necesitaba un equipo con ese hardware para darse un paseíto por la web. Aquellas especificaciones le sobraban por todos lados al Pixelbook. Y luego estaba el lápiz, que costaba 99 dólares más y que ni siquiera contaba con la integración por la que estaban apostando Microsoft con Windows 10 o Apple con iOS en sus iPad Pro. Aquello, una vez más, sonaba a copia desesperada. Parecían querer traicionar a los fabricantes que habían apostado por los Chromebook modestos, esos perfectos para lo que costaban y hacían.

— Pero es que el Pixelbook tenía un objetivo distinto.

— Lo sé. Molar —insitió Harry, sonriendo—. Bueno, y lo otro.

— ¿El qué, Harry? Dígame.

— Mostrar el camino.

Sundar, una vez más, sonrió pensativo.

— Efectivamente Harry. Como muchos otros productos antes, durante y después de aquel momento, nuestro trabajo no solo era hacer buen hardware: era hacer el mejor hardware posible para mostrarle a otros fabricantes (y a la competencia) lo que podía hacerse con un buen trabajo que combinara hardware y software.

— Sí, pero el Pixelbook era un ejemplo exagerado. No voy a negar que tuviera su aquel, pero jamás se lo hubiera recomendao a nadie. Era un sinsentido para el 99,99% de la gente.

— Vaya como estamos, Sr. Burns. ¿No decía que me iba a dar una de cal y una de arena?

— Es que me lo pone en bandeja, Sr. Pichai. Que sí, que el diseño era estupendo, las prestaciones fantásticas, pero el producto se traicionaba a sí mismo. Como decía aquel anuncio, ‘la potencia sin control no sirve de nada’. Nadie necesitaba 8 GB de RAM, un Core i7 y 512 GB de SSD NVMe para navegar.

— Bueno, con muchas pestañas en Chrome y el soporte de aplicaciones Android la idea era dar margen de movimiento —argumentó el Sr. Pichai.

— Puede, pero le aseguro que no era necesario tanto. De hecho, ya vio el resultado. Las ventas fueron testimoniales.

— Sí, lo cierto es que no fueron excepcionales. Pero como le digo, el objetivo no era ese. Y además, una vez más mostramos cómo Assistant podía aprovecharse en este Pixelbook. La piedra angular de nuestro nuevo enfoque seguía ahí.

— Ya. Y estaba en un equipo que solo apostaba por los USB-C (y nada de Thunderbolt 3) y que pasaba del resto de conectores, incluida una miserable ranura SD. Que no, Sr. Pichai. Que no.

(Aquí dejé de escribir, así que me temo que aquí se queda la historia).

Suscríbete a Incognitosis

¡Recibe en tu correo las nuevas entradas!

Standard

12 comentarios en “Harry & Sally y la vida según Google

  1. Lambda dice:

    Ese «no-final» (en desarrollo) in albis me ha matao, ¡Quería seguir!. Arf. Lo sé, lo sé, es un borrador, pero… yo soy un lector malcriado xD

    Por cierto, hay un deje inquietante a lo Philip K. Dick. Suena todo muy prometedor en el relato, y pinta mucho el mundo que les «gustaria» a más de un CEO en Silicon Valley (otra cosa es que efectivamente todo tenga esa pinta, incluso para los más acomodados en el futuro). A ver, siendo ficción y todo, me acojona el temita xD

    Te quedará Satya Nadella, cómo no.

    (Steve Ballmer no, porfa plis xD).

    • Os he malcriado yo, me temo :/ No me he leído nada de él aunque sí haya visto pelis derivadas de su obra, pero me alegra que esto tenga algún parecido lejano con los grandes.

      A Satya cualquier día de estos igual le toca visita, pero estoy un poco bastante perezoso. Estos relatos cuesta hacerlos y no compensan. Igual acabo publicando algo con ellos, yo que sé.

Comentarios cerrados