Tecnología

Antes y ahora

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Los domingos lluviosos y fríos molan: son la excusa perfecta para quedarse en el refugio, para enceder un fuego -ya me entendéis-, y para contar y escuchar historias. O para leerlas. Llevaba un día tranquilo reorganizando fotos, creando una copia de seguridad externa -nada de Dropbox, disco duro externo a casa de los papis, por ejemplo- y aprovechando para navegar sin rumbo por internet. Lo hacía en modo mal-padre, ya sabéis, aprovechando que mis peques veían por enésima vez un par de películas mientras se quedaban en el refugio con el fuego encendido.

Así transcurría el día cuando de repente me encontré con ‘The Refragmentation‘, un ensayo de Paul Graham en el que este desarrollador demostraba una vez más ese talento de las mentes preclaras para poner por escrito lo que muchos pensamos. El tema se aparta un poco de mis lecturas habituales, porque toca más lo económico, social y político que lo tecnológico, pero desde el primer momento comencé a hacer analogías con lo que escribía sobre Estados Unidos y lo que está ocurriendo en estos momentos, justo ahora, en nuestro país.

En el comienzo de ese ensayo explicaba cómo la fragmentación de todo y todos es cada vez una realidad más patente en EE.UU., donde la desigualdad económica es cada vez mayor por una causa que él resumía de forma muy poética:

La causa [de esa fragmentación] no es una fuerza que nos esté separando, sino la erosión de las fuerzas que nos mantenían unidos.

Aquí Graham nos habla de las causas que llevaron a ese país a cohesionarse más que nunca. En primer lugar, la II Guerra Mundial, cuyos efectos económicos y sociales fueron mucho más duraderos que el conflicto bélico en sí. Y en segundo, el auge de las grandes corporaciones nacionales. Esas empresas que acababan convirtiéndose en monopolios de facto y que dominaban la vida de los ciudadanos haciendo que todo se aplanase casi de forma literal.

dinero

Creo que lo he comentado por aquí alguna vez: no soy muy dado a hablar de política, pero lo cierto es que las analogías con los Estados Unidos son evidentes en nuestro país, aunque como siempre se produzcan con retraso. En España lo que nos unió esta última vez fue la transición y aquella constitución que ahora algunos abogan por reformar, pero lo cierto es que al menos en el tema de los monopolios ya estábamos bien serviditos. De hecho el efecto económico de esas empresas dominantes era igual de plano, y la situación a la que alude Graham era paralela a la que vivíamos aquí. Mi padre trabajó prácticamente toda su vida en la misma empresa, todos veíamos TVE (hoy en día, “La 1“) o el canal UHF (=”La 2?), y no había ni de lejos las opciones que hay hoy en día. Había pocas marcas, pero incluso en esas marcas, como apuntaba este gurú, había poca diferenciación. De hecho el caso de mi padre era el clásico de toda una generación de profesionales:

Una de las cosas más valiosas que las grandes empresas de mediados del siglo XX le ofrecían a sus empleados era la seguridad en el trabajo, y eso tampoco aparecía en las devoluciones de impuestos o las estadísticas de ingresos. Así que la naturaleza del empleo en esas organizaciones tendía a ofrecer números equivocadamente bajos sobre la desigualdad económica. Pero incluso teniendo en cuenta eso, las grandes empresas pagaban a sus mejores empleados menos del precio de mercado. No había mercado; la expectativa era la de trabajarías para la misma empresa durante décadas, si es que no lo hacías durante toda tu vida.

Tu trabajo era tan poco líquido (¿’illiquid’?) que había muy pocas opciones de lograr el precio del mercado. Pero esa misma falta de liquidez también te forzaba a no buscarlo [un cambio de trabajo]. Si la empresa prometía tenerte como empleado hasta que te jubilases y darte una pensión después, no querías exprimirla tanto como podrías haberlo hecho. Necesitabas cuidar de la empresa para que ella pudiera cuidar de ti. Sobre todo cuando habías estado trabajando con el mismo grupo de gente durante décadas. Si tratabas de apretar a la empresa para ganar más dinero, estabas apretando a la organización que iba a cuidar de todos ellos. Además, si no ponías a la empresa en primer lugar no podrías promocionar, y si no podías cambiar de escalera, la promoción era la única forma de subir.

El discurso es fantástico por parte de Graham, que a partir de ahí analiza trata de analizar los factores por los que se produjo la vuelta a un modelo en el que la fragmentación era el pilar fundamental. Antes no había incentivos por crear una empresa, o eran incentivos mucho menos atractivos, pero hoy en día el cuento ha cambiado y tenemos más opciones que nunca, una (en mi opinión) celebrada vuelta a la meritocracia, pero también más desigualdad y ganas de montárnoslo por nuestra cuenta (y no hablo de emprendedores ni de personas). Como decía Graham, ahora una startup es una empresa que empieza en pequeño y crece a lo grande. En aquella época comenzar un negocio significaba empezar en pequeño y seguir en pequeño para siempre:

Lo que en esos días de grandes empresas a menudo significaba escaparse para evitar ser aplastado por los elefantes. Daba más prestigio ser miembro de la clase ejecutiva que dirigía al elefante.

El texto continúa unos cuantos párrafos más con reflexiones sobre el impacto que la informática tuvo en esa desregularización -menos privilegios a las grandes corporaciones- y su efecto directo, la ‘desoligopolización’, o lo que es lo mismo: que los monopolios lo tenían crudo. Aquel socialismo capitalista -si es que eso puede existir- acabó desapareciendo para encontrarnos con lo que tenemos ahora, que es básicamente una situación en la que han mejorado muchas cosas -que vivan las opciones- pero han empeorado muchas otras -como la desigualdad social y económica-.

No soy economista ni sociólogo y no tengo respuestas para esos problemas, y aunque de cuando en cuando como viendo ‘Al Rojo Vivo‘, -ese ‘Sálvame’ de tertulianos un poco más cultos y educados, pero a menudo casi igual de poco útil- no tengo nada claro lo que se puede hacer. Creo que todo parte de la educación -que como decía Manu Contreras esto sea lo más visto de YouTube en nuestro país dice mucho (o muy poco) de nuestros jóvenes-, pero aún con esa reforma el impacto no se dejaría sentir probablemente en décadas, y los partidos políticos solo piensan a cuatro años vista.

Mal panorama. Me temo que en esto soy tan pesimista como don Arturo Pérez-Reverte, que en su Historia de España por entregas no deja muchos títeres ni muchas cabezas. Termino casi como empecé, citando a Graham, por si os hacéis el flaco favor de no leeros ese ensayo prodigioso:

Esta forma de fragmentación, como las demás, está para quedarse. O mejor dicho, vuelve para quedarse. Nada es para siempre, pero la tendencia hacia la fragmentación debería ser más eterna que la mayoría de las cosas, precisamente porque no se debe a una causa específica. Es simplemente una vuelta a lo normal. Cuando Rockefeller dijo que el individualismo había desaparecido, estuvo en lo cierto durante un siglo. Ha vuelto de nuevo, y será realidad aún más tiempo.

Me preocupa que si no nos damos cuenta de esto, tendremos un problema. Si creemos que la cohesión del siglo XX desapareció por algunos pequeños cambios en la regulación, nos engañaremos pensando que podemos recuperarla (salvo por las partes malas, de alguna forma) con algunas contrarreformas. Y entonces perderemos nuestro tiempo tratando de eliminar la fragmentación, cuando haríamos mucho mejor en reflexionar sobre cómo mitigar sus consecuencias.

Ole. Ahí lo dejo.


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8 comentarios en “Antes y ahora

    • Gracias Arturo… sí, sé que el RSS parcial no es del gusto de todos, pero si me has leído en los últimos meses sabrás que he convertido esa opción en una característica para patrones de la campaña en Patreon :/ Si algún día te decides, puedes y quieres, fenomenal 😉

      ¡Un saludo!

Comentarios cerrados.