Lo vi ayer en Quartz y aunque sería fácil compartirlo en Twitter me ha apetecido hacerlo también aquí. Sobre todo porque lo que cuentan las fotos hechas y modificadas por Eric Pickersgill es algo palpable, peligroso y, a menudo, triste y preocupante.
Es la dicotomía del smarpthone. Un dispositivo pensado para que nos comuniquemos más, y que hace que nos comuniquemos menos.
Es un tema recurrente en Incognitosis (‘Jamás hemos estado más solos‘, ‘Her y un futuro que espero jamás llegue‘ o ‘Mi móvil no me deja quedar con mis amigos‘), y al que vuelvo de cuando en cuando para que no nos olvidemos de que el móvil es un medio, no un fin. Y muchos se lo toman como tal.
Dejad el móvil algún que otro rato. Hablad. Pensad. Podéis hacerlo. Ánimo.
Este tipo de críticas son del todo necesarias y evidentes, pero con matices. Al igual que las clásicas fotos que se convierten en virales de gente haciendo fotos de algo sin realmente prestar atención a este algo, en esto se puede caer en lo mismo, cuando el fondo puede ser otro. Y con esto quiero decir que en el metro quizás de todo el mundo que vemos cabizbajo, mirando la pantalla de su teléfono, probablemente unos estén «perdiendo» con asuntos insustanciales y otros comunicándose con, por ejemplo, amistades que no tengan cerca.
Al final, un teléfono inteligente es una puerta a tantísimos mundos de diferente índole que es complicado reducirlo a alguien abstraído por una pantalla sin evidenciar qué muestra esa pantalla.