¿Leéis JotDown porque Enric González escribe allí, o leéis a Enric González porque está en JotDown? ¿Leéis The Verge, AnandTech o el NYT porque Joshua Topolsky, Anand Shal Limpi, o David Pogue escriben allí, o leéis a esos cibergurús porque escriben en esos medios? Es una pregunta que uno se plantea tras leer a Antonio en dos posts recientes (aquí y aquí) y tras seguir sus pasos y leer también el artículo de PaidContent en el que se analiza el caso de Andrew Sullivan. Para los que no lo conozcáis, hasta no hace mucho este periodista y escritor triunfaba con sus artículos y columnas de opinión en The New Republic y en The Atlantic, pero a partir de ahí comenzó a tener voz propia en su blog, The Dish, también enfocado a temas políticos pero con un punto de vista aún más personal.
Muchos periodistas (si no todos) deben su renombre al medio en el que escriben, que les brinda un escaparate y una audiencia a la que poder expresar sus opiniones, y aquí es donde el éxito o fracaso -o mediocridad- de cada uno de esos periodistas se forja a base de la calidad de sus artículos. Y es entonces cuando puede pasar lo que ha pasado con Sullivan, que ha decidido aprovecharse de su marca personal y de su reputación para apostar por su propio proyecto personal: dedicación total a The Dish, que se convertirá en un medio con identidad propia y con un modelo de pago por suscripción.
¿Cómo le ha funcionado la apuesta a Sullivan? Bueno, por lo pronto ha recaudado medio millón de dólares para ponerse manos a la obra, lo que demuestra que muchos internautas y lectores valoran más la firma que el medio. En realidad esa es la tendencia natural, y en PaidContent equiparaban esta transformación de los medios en Internet con lo que ha pasado con la industria de la música, en la cual algunos artistas han logrado el éxito gracias a la exposición que les brindaba un sello -que se ha forrado con esos artistas, todo sea dicho- y que tras cierto tiempo deciden formar sus sellos independientes para pasar a funcionar en modo yo me lo guiso, yo me lo como.
Obviamente esa apuesta personal por la independencia es mucho más factible ahora: los mecanismos de distribución se han visto revolucionados por una Internet en la que cualquiera puede escribir y publicar un libro, componer y producir un disco, o grabar/editar y distribuir una película (aunque esto lo veo más a medio plazo). Y para bien o para mal toda esa capacidad de guisárnoslo y comérnoslo nos evita lidiar con esos intermediarios tóxicos, de estar en comunicación directa con nuestra audiencia y, por supuesto, de llevárnoslo (casi) todo al bote sin tener que aguantar al editor/productor/agencia/jefe de turno.
La apuesta de Sullivan es audaz, pero como dice Antonio en Error500 debe ser observada con cierta perspectiva ya que ese caso no tiene porqué ser extrapolable a todos. Y con todo y con eso, a alguien que como yo se gana el pan por escribir y construir una reputación a base de contenidos, pensar en un futuro e hipotético Incognitosis de pago y profesionalizado (algo sobre lo que pregunté hace meses y cuya respuesta me sorprendió) me hace esbozar una sonrisa maquiavélica. Casi la misma que probablemente habrán esbozado Sullivan, Silver, y todos esos músicos que además sacaban un dedito de la mano tras la espalda o a la vista mientras pensaban, decían o gritaban aquello de que os jodan.