Estas semanas estoy de vacaciones, así que espero que disculpéis el bajón de ritmo en Incognitosis. Aunque como de costumbre no me puedo desenganchar y acabo llevándome aparatitos allí donde voy, lo de escribir cuesta un poco más. Pero ayer me enteré de que se celebraba el 30 aniversario del Commodore 64 -el vídeo de la BBC es curiosete-, una máquina absolutamente mágica que tiene mucha culpa de que mi pasión por la tecnología se haya convertido -afortunadamente- en mi profesión.
El año, creo, fue 1986. Quizás 1987. Mi padre conocía a alguien en El Corte Inglés que le ofreció un buen precio por un cacharro que según decían era la pera. Lo curioso es que le convencieran de comprarlo: aunque acabaría sucumbiendo a las posibilidades de la informática e Internet, mi padre no tenía ni mucho menos un perfil friki. Había trabajado con tarjetas perforadas en su juventud, pero aquello no le convenció y se dedicó a otros temas en su carrera profesional. Bien por él, que tuvo un pequeño momento de debilidad caprichil 🙂
Con 12 años mi conocimiento del mundo de los ordenadores era prácticamente nulo. El verano de 1985 había visto por primera vez un Spectrum 48K y había flipado en colores, pero suponía que allí se acababa el tema. Y desde luego, no lo hacía. El C64 fue compañero inseparable de ratos de ocio y de entretenimiento durante años en mi casa. Primero con un monitor monocromo -toda una tortura teniendo en cuenta que el C64 tenía los mejores gráficos de la época- y más tarde con un monitor en color en el que cobraron aún más vida aquellos míticos The Way of the Exploding Fist, Commandos, o Match Day II, por citar algunas pequeñas leyendas. Los juegos del C64 eran prodigiosos para la época, y la piratería -de la que casi nadie hablaba, porque los juegos se vendían como churros igualmente- a base de las dobles pletinas permitió que las horas de ocio fueran casi interminables.
De hecho, el intercambio de juegos en el cole era impresionante, y eso que el C64 era el que menos gente tenía (bueno, lo del MSX era peor). Pronto nos hicimos con una colección más que digna. No solo a base de intercambio, desde luego: compramos muchísimos juegos, sobre todo a partir de aquella época dorada de Erbe con todos los juegos a 875 pesetas.
Pero el Commodore 64 no solo sirvió para jugar. Allí di mis primeros pasitos en programación -BASIC, claro está, no había otra cosa para los 8 bits a no ser que quisieras lidiar con ensamblador, y por entonces ni sabía lo que era aquello- y acabé decidiendo que aquello sería lo mío. Luego vendrían el Amiga 500 y el 1200, la facultad de Informática, mis primeras páginas en Amiga.InFo, Internet, los PCs, el salto a PC Actual, e incluso la compra del MacBook Air. Pero todo lo originó ese tecladote de diseño más que discutible que se convirtió en uno de los ordenadores más vendidos de toda la historia. Una máquina absolutamente fantástica que se merece un felicidades bien gordo.
Qué decir… Tenemos experiencias muy paralelas. Yo disfruté de un C64 de 1ª generación hasta que un día me emperré en meter unos pokes para darme vidas infinitas en un juego (quizá el Druid 2) y lo fundí. Mi padre entonces me compró un Commodore 64C que me duró hasta que me pasé (traidor) a un Atari ST http://www.old-computers.com/museum/computer.asp?c=998
Qué recuerdos… 🙂
Fue el amor de mi vida, en 1984 un amiguete se compró uno y jugábamos al Golf (no recuerdo el nombre del juego) de modo conversacional… y pasábamos horas, porque le echábamos imaginación.
Además, mientras cargabas el software de la cassette te ibas a jugar al fútbol con los amigos y al volver pasabas el rato entretenidísimo.
Para rematar la faena, en 1985 el instituto donde cursaba COU compró cuatro C64 y los puso en una sala abierta a todos.
Yo era un Zote en Mates y al enfrentarme al BASIC… los números cobraron vida y ahora doy clases en Secundaria. Felicidades Commodore.