En 2005 Harry viajó a los Estados Unidos de América. Recordaba aquel viaje por muchas cosas, y entre ellas estaba el Costco. Aquel era un ejemplo más de ese derroche yanqui del todo más grande y mejor, aunque no necesariamente más eficiente. Los coches le parecieron tanques y las casas (algunas) mansiones. La gente parecía vivir mejor. Al menos, en los sitios por los que anduvo. Y uno de esos sitios en los que ese canto al capitalismo se hacía patente era el Costco.
La visita le dejó impactado. Lo recordaba todo un poco difuso y exagerado, pero Harry hubiera jurado que allí no solo vendían botellas de Stolichnaya de 3 litros en packs de dos o botes de M&M’s de 2 kg. A él le pareció ver hasta packs de tres por dos en teles de plasma de 50 pulgadas.
Probablemente los recuerdos se distorsionaban, pero el caso es que aquel centro comercial acabó llegando a España. Nuestro protagonista había ido ya hacía un par de años al de Getafe y le pareció curioso, pero tampoco recordaba aquello de forma especial. Ahora la que tenía curiosidad era Sally, que tras oir hablar de aquello a alguna conocida quiso comprobar si valía o no la pena. Así se lo hizo saber a Harry, claro.
—Harry, quiero comprobar si vale o no la pena lo del Costco.
—Ah, pues me parece chulo, venga, planificamos y vamos un día.
Para Harry eso normalmente podía significar un día del año que viene o quizás un día cuántico que no existía en nuestra realidad, pero esta vez fue un día concreto de aquella misma semana. Harry y Sally pusieron rumbo al Costco —pero esta vez al de las Rozas— una soleada (e insoportable por el calor) tarde de julio y se plantaron allí sin sus lebreles, que se quedaron jugando al Roblox en sus iPad.
No pudieron entrar directamente en el centro comercial. Habían pillado unas entradas de prueba, pero no eran válidas para aquel día, así que una amable empleada les informó del tema.
—No pasa nada, os hacéis clientes, pagáis los 36 euros que cuesta una suscripción de un año y si no os cuadra podéis daros de baja y se os devuelve el dinero.
Harry arqueó las cejas.
—¿Perdón? ¿Podemos venir todas las veces que queramos, y si al final no nos gusta antes de que acabe el año podemos darnos de baja y nos devuelven los 36 euros?
—Sí sí, no pasa nada. Lo único, que no podríais haceros clientes de nuevo hasta después de un año.
—No hay problema —dijo Harry mirando a Sally— venga, que probar no cuesta nada. Vamos a hacernos de Costco.
Dicho y hecho. Tras rellenar un formulario y hacerse una foto sorpresa sin haberse maqueado, Sally obtuvo su primera tarjeta oficial de Costco, chispas. Podías compartir la tarjeta con hijos o padres —pero no primos, tíos, amigos o conocidos—, pero Harry no se la hizo porque no había llevado el DNI. Aquella restricción, como quedó claro al hablar con más gente, era un poco como lo de compartir cuenta de Netflix: al final todo el mundo lo hacía con quien le daba la gana y en Costco no parecían protestar mucho.
Una vez completado el trámite, empezó la visita. Aquel centro comercial ocupaba una enorme nave en la que los pasillos eran un poco raros: en la parte baja, al alcance, había productos de todo tipo, pero en muchas zonas la organización era rollo IKEA, con estantes de varios metros de altura que tenían básicamente repuestos de un montón de cosas que no quedaban identificadas claramente para los clientes. Daba igual: lo que había a la altura de estos era más que suficiente.
—Venga, vamos a comprar algo de fruta, Harry —dijo Sally.
En realidad no iban a comprar nada. Simplemente querían darse una vuelta por allí para ver el percal, pero ya puestos, se dijo Harry, era cierto: necesitaban fruta. Y ahí empezó a quedar claro para quién era ese centro comercial.
—Vaya —dijo Harry—. Mira Sally, un pack de 25 plátanos. Y una caja de 5 kg de cerezas. Estupendos formatos.
—Uf, la verdad es que vaya tela. No podemos llevarnos eso por muy bien que esté de precio. Se nos pudriría antes de poder comérnoslo. Pero mira, aquí hay una caja de 3 kg de cerezas y un pack de 15 plátanos que igual podemos aprovechar.
—Venga vale —dijo Harry poco convencido—. Probemos.
Rápidamente pasaron a una de las zonas más famosas del Costco: la de los productos de carnicería. Allí había verdaderas maravillas y contaban que la calidad era buena. El problema una vez más era que aquello no era para familias. Era para negocios o bien para reuniones sociales bastante cuantiosas. No había packs familiares.
La bandeja de chuletitas de cordero, a 50 pavetes, tenía una pinta estupenda pero eran demasiadas. Lo mismo ocurría con el solomillo de vacuno, que también rondaba ese precio y que era enorme. Los chuletones, entrecots, t-bones, magníficos, como el resto de cortes de carne, las bandejas de panceta —panceeetaa, pensó Harry mientras salibaba en modo Homer—, los pinchos morunos, las bandejas para barbacoas (de 20 personas), o por qué no, los packs de filetes de pollo fileteados con unos 3 kg de filetitos en cuatro pequeños compartimentos al vacío. Muy bien presentados si uno se iba a la guerra, pensó Harry. Todo era enorme y claro, tenía un precio acorde. No caro, pero tampoco hiperchollo si se tenían en cuenta las cantidades que vendían. Estaba bien.
El problema era, una vez más, que Harry y Sally no vivían en un castillo con 5 neveras. La suya era una neverita Samsung simpática con un congelador de palo que daba par alo que daba. No había más.
—Nada Sally. Cogería de todo, si fuera todo más pequeño.
—Te entiendo, Harry. Sigamos.
Harry y Sally no desfallecieron. Costco no podía vencerles. De repente se animaron: había cosas que sí podían pillar. Entre las muchas secciones fueron cogiendo cositas como unos packs de 18 gyozas, una bolsa de 1 kg de croquetas que era mini para el lugar, dos packs con 3 envases de gel para Harry y otros cuatro para Sally (usaban distintas marcas, pero daba igual: ya tenían gel para rato) y luego un sinfín de pijadas rollo capricho: kikos y pipas al por mayor, After Eight en un pack de 3x300g al que Harry no pudo resistirse y alguna chorrez más.
A lo largo de ese recorrido Harry y Sally comprendieron que en el Costco primaban 1) los productos de marca y 2) las cantidades grandes de productos de marca. No había marcas blancas (salvo por Kirkland, de la que había un poco de todo), y también primaba los productos poco dietéticos. La sección de bollería era una oda al azúcar y las calorías, un prodigio de la cocina procesada moderna, pero pasaba en otras áreas. El Costco, pensó Harry, era en sí mismo una exposición de caprichos gastronómicos. No tanto por lo selecto —eran marcas de toda la vida— sino por que todo era comida con la que sería muy difícil llevar una dieta sana. Había de hecho todo un pasillo dedicado a botes de vitaminas y movidas para culturetas de los cuerpos peligrosamente esculpidos con esas historias.
Había otras cosas, claro. Harry no se fijó mucho en la sección de electrónica pero no le pareció que los precios fueran especialmente llamativos —tenía controlado un poco el tema con los Incognichollos—. Tampoco la selección de ropa de outlet le llamó la atención —cuando está tan amontonada toda la ropa parece de un todo a 100— y en general le pareció que todo era una especie de Lidl a lo bestia en el que importaba más la cantidad que la calidad. Que había cosas curiosas, sin duda, pero no chollos espectaculares —o al menos eso pensó.
—No sé Sally —dijo en ese momento— No me parece esto tan espectacular.
—Pues estoy en las mismas. Pero mira, tú te has pillado tus After Eight, listillo.
—Hombre, de perdidos al río, Sally.
—Ajá. Oye, nos queda ver lo de la gasolinera.
Efectivamente, eso es lo que les quedaba por ver. Entre los servicios extra del Costco estaban la óptica, el centro de neumáticos —no sé yo— y la gasolinera con dos tipos de combustible: gasolina plus y diesel plus. No había más historias, y el caso es que ambas estaban bastante baratas, así que Harry aprovechó para repostar y vio que efectivamente ahí al menos la cosa sí parecía estar bien: teniendo en cuenta que en otros sitios la gasolina estaba a 2 euros el litro, verla a 1,75 aprox era casi un milagro. ¿Que igual era de garrafón? Les habían dicho que no, que era plus (eso ya lo he dicho), pero a saber.
—Bueno, pues nos vamos con el depósito casi lleno y un buen manojo de plátanos, Sally. Pero vamos, esto no acaba de convencerme.
—Pues no, Harry. Si tuviéramos un arcón congelador igual tendría más sentido, pero está claro que esto es más para negocios o familias con neveras del tamaño de Wisconsin. Habrá que darse algún paseo más en el futuro por si las moscas, pero me da a mí que vamos a acabar haciendo eso que proponía la chica que nos hizo el carné.
El Costco, después de todo, no era para tanto, pensó Harry. Parece mentira cómo los recuerdos y la nostalgia traicionaban. Aquel Costco súper yanqui se había quedado en una versión «maxi» del Lidl.
Meh.
La compra del frigorífico es un tema muy importante al que no se le presta suficiente atención. No hay frigríficos que tengan más congelador que nevera y para hacerme con uno que tenía ambos iguales tuve que desembolsar 1000€. Pero los doy por bien empleados: conseguí cuatro grandes cajones de congelador con los que tener asegurado el aprovisionamiento. Uno para carne (una granja cercana me trae a casa pedidos de carne ecológica y lo demás es pollo y pavo), otro para pescado (aquí no hay opción, todo el pescado tiene que ser congelado o te arriesgas al anisakis. Cada año me hago con un par de bonitos enteros y voy reponiendo un salmón grande, la mejor merluza que encuentro y otros peces de temporada), otro cajón para verduras (las verduras congeladas en españa son excelentes, hay de todo y resuelven cualquier urgencia) y otro cajón para cosas varias.
Con un metro de nevera hay de sobra para frutas, ensaladas, líquidos y sobras.
Yo sí podría ser cliente de costco, pero vivo muy lejos.
Prestad más atención a vuestro próximo firgorífico: más congelador que nevera es la clave.
Pues no es mal apunte Jinks. Lo tendré en cuenta para cuando toque renovar, gracias.
El anisakis sólo lo tienen algunas especies y con ese congelador, siempre será mejor comprarlo fresco y congelarlo que comprar agua a precio de lubina, que es lo que ocurre con el pescado congelado (que no quiero decir que sea malo)
por supuesto, hablaba de utilizar el congelador para congelar pescado fesco.
Tienes toda la razón @Jinks. Nosotros somos dos en casa, y el congelador de un combi normal se me queda pequeño, no entiendo como los frigos americanos no son de los más vendidos.
Vale, que las cocinas de los pisos son pequeñas y no cabe, pero en el momento en que puedes ampliar un poquito, creo que sería lo primero a considerar. En mi opinión el problema es que la gente no sabe usar el congelador por lo que consideran que la comida congelada pierde calidad, cuando simplemente es que se congela mal.
Respecto al Costco, a mis compañeras les encanta, pero como digo, nosotros somos dos, así que no nos merece la pena y nunca lo he visitado. Además, donde vivo tengo acceso a buena carne y pescado, así que la principal ventaja se diluye, quedan las «chuches», y de eso definitivamente no necesitamos.
Sí, a mí por ejemplo me atrae la idea del arcón congelador pero es un armatoste así que naino. El Costco está guay para ciertos escenarios, pero me temo que el vuestro y el nuestro no es muy Costcoso – boom-. Dudo que compense, y supongo que acabaremos dándonos de baja.
@Javi Puedes optar por un arcón de creo 80 cm (los cuadrados) que son más fácil de encajar en viviendas de tamaño medio. También tienes congeladores del tamaño de mini frigoríficos (como los que hay en los hoteles) que se abren por el frente y no pierdes tanto espacio al poder poner cosas encima, incrustarlo en el mueble de la cocina, etc.
Es posible que los recuerdos de Harry no se comparen al Costco de España. En USA hay mas variedad de marcas y la gente si puede hacer sus compras regulares de mercado y drogueria alla; hay un Costco siempre cerca a menos de 20 millas de dondr vivas. Los precios si son buenos y resulta muy conveniente. En España todo es mas pequeño y la gente no esta acostumbrada a las ventajas de las compras en volumen.
Lo primero es que las viviendas en España son más pequeñas, por lo que la mayoría de familias no cuentan con espacio de almacenamiento suficiente para poder aprovechar las compras en volumen. Pisos de 90 m2 de 2 o 3 habitaciones y gracias.
En segundo lugar el comercio de proximidad. En España es bastante común que las zonas residenciales cuenten con locales comerciales en planta baja, por lo que siempre hay un supermercado de las cadenas principales y otro tipo de comercios a tiro de paseo o trayecto corto en coche. Aquí vivir a 30 minutos en coche de la zona comercial más cercana no es lo habitual como puede ser en los EEUU y sus suburbios interminables.
La verdad es que Harry no recuerda bien cómo andaba de marcas la cosa. Han pasado casi 20 años así que la cosa se diluye. Pero sí, como dice Land allí ciertamente puede tener más sentido, aquí (de momento) no tanto para mucha gente.
Respecto al comentario de los arcones congeladores… mejor no. Mis padres lo tuvieron una época en que vivimos en un chalet con más espacio y los frigos americanos no existían o eran desconocidos, y o eres muy organizado como lo era mi madre o llegar al fondo del arcón es complicado y las cosas allí quedan olvidadas (y acaban caducando).
Si los mini-congeladores que menciona @Land son eficientes (los que he visto de pasada me parecieron poco eficientes pero no los he investigado de verdad) entonces si tienes espacio para añadirlo sí merece más la pena, pero de la opción arcón (he de reconecer que el nuestro era bastante grande) huiría si no eres suficiente disciplinado como para controlar lo que hay en el fondo.
Apuntado Ana, gracias. Cuando tengamos el bajo con jardín – ya no queda ná- lo tendré en cuenta 🙂