En 1860 George Eliot (pseudónimo de Mary Ann Evans) escribía un libro titulado ‘The Mill on the Floss’ (‘El molino de Floss’), y allí aparecía un consejo singular y que yo he hecho mío hace tiempo: ‘don’t judge a book by its cover‘, que en español bien podría equivaler a nuestro ‘las apariencias engañan’.
Ocurre que lo hacen constantemente. Que las apariencias nos engañan, digo. Las portadas de los libros desde luego lo hacen, pero diría aún más: no solo lo hacen las portadas, sino los propios títulos de los libros. Me ha ocurrido recientemente con ‘La España de las piscinas’ (17,95 euros en tapa blanda en Amazon), un libro escrito por Jorge Dioni López que tenía un título difícilmente superable y que ha resultado ser una decepción.
El comienzo es prometedor. Dioni habla de qué son los ‘pauers‘ (los que viven en los PAU, tema que dio para un artículo de 2019 que fue el germen de la novela) y de cómo esas zonas y todas esas urbanizaciones con piscina y pádel se han convertido en refugio de toda una generación de cuarentones y treintañeros. Nos llama (y él se incluye sin pudor, diría yo) clase media aspiracional, y afirma en esa introducción que los que vivimos así nos sentimos «ricos por bañarse en la piscina o llevar a sus hijos a un colegio concertado y, cuando llega el fin de semana, agarran el coche y van a tomar algo al centro comercial después de haber visto una película franquicia».
Como digo, el comienzo promete. La definición de esa clase media aspiracional es cruda pero probablemente acertada, y ciertamente vivir en mi miniresort burgués me hace pensar que tengo suerte. Desde luego lo prefiero a mi anterior etapa en el barrio de Aluche, sobre todo porque no tenía piscina —este artículo de El Pais que compartía Pablo Romero habla de cuántas hay en Madrid, salimos a 2 por cada 100 habitantes de media— y de repente me dio por tener hijos.
El propio libro reconoce lo importante que es eso, y en algún momento deja claro que cuando una familia se pira a un miniresort burgués como el mío, lo hace por cosas como la «homogeneidad y la seguridad». Diría que la seguridad es primordial, pero al menos en nuestro caso hubo otros dos factores: la comodidad y, atención, la piscina. Si sois padres quizás hayáis vivido como yo un verano sin piscina más o menos al alcance (o al alcance, pero con muchas incomodidades) o un verano con piscina como la que disfrutamos ahora. No hay color. No lo hay, y creo que dejar «el barrio» para meternos en este mundo «aspiracional» fue una decisión acertada. Seguro que mucha gente lo cree, aunque luego, como decía un amigo nuestro, te encuentres con que en estas zonas «hay muchos winners por metro cuadrado».
Los hay, ciertamente. Unos majos y otros menos, pero como digo el libro empieza a meterse en muchas camisas de muchas varas para relacionar dónde vives con cómo eres. De hecho la segunda parte del libro se titula directamente «Eres donde vives», y tanto en ella (que no me terminé) como en la primera hay —para mí— una cantidad exagerada de referencias a la política y estereotipos que dejan claro que si vives en esta zona vas a votar probablemente a este partido y si vives en esta otra votarás a este otro. Yo votaba lo mismo que voto ahora cuando vivía en Aluche y cuando vivo en el miniresort burgués, así que no entiendo muy bien esa aproximación al problema. De hecho esa obsesión por relacionar la política con las preferencias que la gente tiene de vivir en un barrio o en una urbanización con piscina se me acabó atragantando aunque entiendo que el autor quería dejar claro que todo este movimiento urbanístico tenía detrás mucho menene político (sorpresa).
Hay (creo) razones mucho más importantes que tu ideología política para vivir donde uno vive, y no tengo nada claro que todas las que ofrece el autor pinten un buen retrato de toda la gente que vive en la España de las piscinas. El discurso es un poco acusador, algo curioso porque en la introducción explica que él vive en una de estas urbas también. Pero al hacerlo, dice, la gente se vuelve más ermitaña, más de juntarse poco o nada con los vecinos.
Mi experiencia es la contraria. Cuando vivimos en Aluche apenas logramos llegar a tener relación con los vecinos (aunque es cierto que la mayoría eran bastante más mayores), y tampoco con la gente del barrio que tenían más o menos nuestro perfil (clase media aspiracional sin piscina, treinta y tantos, empezando a tener niños). No me sentía más cerca de la gente por vivir en el barrio de lo que me siento ahora, y no me siento más ermitaño ahora. Hay gente en mi miniresort burgués a la que no he visto el pelo en casi una década: son los ninjas, los que viven de casa al garaje (hay ascensor directo) y del garaje a casa pasando por el trabajo, el súper o el centro comercial. No usan las instalaciones (algo que me sorprende, porque muchos hacen la puñeta a los que las usamos) y diría que su vida sería exactamente igual aquí que si vivieran en el número 1 de la Puerta del Sol.
Pero el libro se vuelve, como digo, demasiado político —se ve un poco por dónde van los tiros en esta entrevista que le hicieron a Dioni en elDiario.es— y demasiado farragoso. Demasiados datos repetitivos para hablar del fenómeno aislacionista y del «sálvese quien pueda» que parecen fomentar estas urbanizaciones. Yo no he visto, insisto, nada que no hubiera visto en mi casa anterior, donde las reuniones de vecinos eran, aparte de una pesadilla, un «a mí resuélveme mi problema que los de los demás me la refanfinflan».
Me gustaría que compartiérais vuestra opinión al respecto, porque las ideas que propaga este libro —esto es una competición, un sálvese quién pueda, un yo la tengo más grande— no se han inventado en los miniresorts burgueses. No, amigos míos: esa cultura del «yo más» es algo no ya español, sino mundial. Es de hecho el ingrediente clave del éxito de redes como Facebook, TikTok o Instagram, y me temo que al menos según mi experiencia, da igual donde vivas (aunque ciertamente eso haya podido influir en tu educación y crecimiento), porque no eres donde vives sino (como mucho) lo que comes haces.
Igual el libro mejoraba en la segunda parte. Nunca lo sabré, creo, porque me rendí tras llegar a ella, con la esperanza de que la cosa mejoraría y volverían las reflexiones de la introducción. Es una lástima, porque el título prometía.
Una pena lo que comentas, si efectivamente el autor se «entrampa» en «justificar» el argumento de su libro.
Suena un poco a que no se cree mucho él mismo lo que escribe, y que lo salsea un poco con «politiquismo» a ver si lo redondea (a falta de mejor chicha para apoyar su «tesis»). No niego que haya un urbanismo de clases medias que busque asegurarse esa «pequeña felicidad del pequeño burgués», pero dudo mucho que sean un perfil homogéneo políticamente. Pueden tener intereses cotidianos similares, e ideologías a lo mejor irreconciliables…
En el fondo, lo que me dices del autor (lo que intenta hacer) es una impresión muy «española», por parte del autor, o al menos eso pienso yo: encasillar lo inclasificable, amalgamar los grises en blancos y negros, quizá por la «impaciencia» cultural que tenemos en España ante los fenómenos recientes, de tacharlos y dejarlos en un cajón, no sea que nos coman la cabeza. Somos el anverso cultural de Descartes, la cultura de la duda científica nos horroriza de alguna forma, somos más de lugares «certeros», de «fieles» o de «conversos».
¿Miedo o pereza intelectual? No lo sé…
Yo diría que sí se cree lo que escribe, porque lo defiende mucho, y supongo que se ha documentado también mucho y bien. El problema para mí es que esa relación fuerte que él asocia entre dónde vives y cómo eres a mí me falla. No creo que yo fuera muy distinto viviendo en otro sitio (aunque es cierto que como decía en el texto, el sitio donde vives influye en tu educación).
Igual sí que hay un poco de eso, de intentar meternos a todos en cierto cajón. Saludos Lambda!
A los ecologistas radicales les da un ataque al corazón.
Qué quieres que te diga, pero el miniresort burgués como dices, suena la forma más libre en la que se puede vivir, y al final acabamos viviendo rodeados de lo que somos.
En Madrid hay un problema de libertad. Hasta tiene que venir una política a decirnos qué es.
Comparto contigo totalmente el argumentario y te apoyo. El libro ese mejor si lo usas para calentarte en la chimenea o si alguna silla está inestable.
Qué acertada tu critica. Pocas cosas me dan mas pereza y hastía que la gente que te prejuzga por donde vives, qué conduces o qué movil llevas. Diré mas, hay una corriente yo creo mayoritaria en la izquierda de intentar encasillarnos o «tagearnos» a todos, como si tuvieramos que estar justificando constantemente todas las elecciones economicas y sociales que hacemos. Qué pereza, por favor. Y que vivan los PAUs!
¡Qué vivan los PAUs!
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Por favor, cero comentarios descalificando a unos u otros. Ya lo he advertido alguna vez, este no es el sitio para debatir de política, hay muchos otros medios donde hacerlo.
Saludos.
A saber la burrada que has debido de decir.
Ya te vale.
No era tanto burradas como troleo político. Paso de meter esas historias aquí.
Sin ánimo de entrar en polémicas, tal vez el problema que veo en los comentarios es el no entender que la estadística no busca señalar. Lo que entiendo que dice el autor es que existe una mayoría de personas con una serie de características en ese tipo de barrios y eso tampoco es motivo para ponernos a la defensiva. Los PAUs son una forma de planificación urbanística que en mi humilde opinión daña a las ciudades y que busca un tipo de inquilino o de familia relativamente homogéneo, a diferencia del barrio tradicional.
La forma en la que se expresan tanto los comentarios como el post da la sensación que en el libro se señala a individuos concretos en lugar de a tendencias y formas de urbanismo.
Sólo mi humilde opinión 🙂
Claro Jher, bien por ese apunte. Mi post iba dirigido a contar la decepción con el libro, que se vuelve muy pesado, pero sí, evidentemente hay ahí una reflexión sobre el impacto de los PAUs, que ciertamente plantean un modelo menos diverso y más orientado por ejemplo a mí.
Lo que digo yo es: ¿qué hay de malo en las opciones? Si quieres vivir en ciudad, hazlo, y si quieres vivir en PAU o miniresort burgués, pues genial también. Vivan las opciones. A mí el libro me suena a que los PAUs están destruyendo la ciudad. Son simplemente otra opción que le cuadra a mucha gente aunque como todo tengan sus ventajas y sus desventajas.
Pues…. sí, es un estereotipo, pero es una extrapolación de datos estadísticos, lo cual significa que «en media» se cumple, si examinas caso por caso, por supuesto que en la población siempre habrá quien se salga de la media en uno o varios factores cuando haces ese tipo de clasificaciones, así que lo de «donde vives muestra lo que eres» puede dar una pista en la que es probable que aciertes, el error es considerarlo cierto 100%, suele ser cierto solo en media.
Es algo que en márketing se sabe y se aplica con más o menos éxito desde hace tiempo, hace más de 15 años que recuerdo que mis jefes estaban evaluando la adquisición de una base de datos donde por código postal te perfilaban el cliente tipo de ese código postal. Afinan tanto que cuando examinas tus datos y los de tus allegados, siempre encuentras algo en lo que no se encaja según ese perfilado, pero lo que importa en esa aplicación de la estadística es que «en media» se cumple, y se diseñan campañas publicitarias, electorales, etc a medida para esos perfiles.
Y sí, se han hecho y se siguen haciendo PAUs porque la gente lo demanda, porque es cómodo tener la piscina, y por mucho que las reuniones de vecinos sean un coñazo, compartir gastos de comunidad hace que la vida en los miniresorts sea mucho más barata que tener tu chalet independiente, estás alejado del centro, pero suele estar mejor comunicado que otras «soluciones habitacionales» lo cual supone que de vez en cuando puedas prescindir del coche, en fin, todas esas cosas. Luego el azar te da los vecinos con los que la convivencia es soportable o a los que directamente ahogarías.
Que el autor haya sido entrevistado en ElDiario me da una pista (aplicando estereotipos, por supuesto, no he leído la entrevista y no estoy interesada) de por donde va: es un burgués acomplejado porque es muy de izquierdas, por lo que tiene que pedir disculpas por su modo de vida burgués.
Jajajajaj 🙂 Muy bueno Ana ese final y también lo de «Luego el azar te da los vecinos con los que la convivencia es soportable o a los que directamente ahogarías» aunque eso me temo que se cumple en cualquier sitio donde vives, sea o no miniresort.
Dices:
(algo que me sorprende, porque muchos hacen la puñeta a los que las usamos)
¿Cómo es eso?
(Un abrazo)
Ya sabes, los típicos vecinos (normalmente mayores) del miniresort que van de casa al garaje y del garaje a casa, no usan pádel o piscina y que les molesta que se usen (ruido de niños, gastos añadidos para mantener las instalaciones) y tratan de evitarlo.
¿Si no usas piscina, para qué te viniste aquí a vivir?
Ah, ya veo…
Sí, no es muy congruente.
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Comparto que tengo unas ganas de meterle una bomba de Hiroshima a la ciudad de Barcelona que no te imaginas… y que envidio mucho a los amigos y compañeros con sus torrecillas que quedan a 30min del curro, que tienen que coger el coche incluso para comprar sal o para ir al médico… Quién sabe si…
Miniresort al poder, sí sr.
Un poco a destiempo (lo que tiene haber sido padre recientemente) vengo a aportar mi grano de arena.
El problema del autor de ese libro, que destilo de lo que comentas Javi, es la creencia de que un único urbanismo u organización urbanística es el ideal para cualquier entorno. Sea urbano o rural, costero o de interior, mediterráeno o atlántico. Y ése es el peor error que se puede cometer en esto de la planificación urbanística (área de la que por una cosa u otra conozco más de lo que debería).
El concepto de barrio «tradicional» en ciudades como Madrid proviene de la evolución urbanística de la ciudad las dos últimas centurias. Los siglos XIX y XX son los que han dado forma a nuestras grandes ciudades europeas primero desde la imposición del racionalismo a la hora de planificar su crecimiento, luego por adaptar dichas ciudades a los «usos y costumbres» de una economía basada en la industria y, al final, adaptar esos mismos barrios a ser como ciudades en miniatura cuya suma da por resultado la ciudad a la que pertenecen.
Se ha intentado mejorar ese tipo de barrio en tiempos modernos a la hora de ampliar las ciudades con barrios residenciales de amplias avenidas, rotondas, aceras por donde podrían circular camiones y plantas y jardines «everywhere». Cada edificio provisto de los correspondientes locales en planta baja para todo tipo de comercios y con su garaje subterráneo. Sin embargo, habiéndose pensado dicho diseño con el automóvil en mente ha dado lugar a vías (aceras+calle+medianas) de 20, 25, 30 metros de ancho que dejan a los edificios medio aislados y sin la misma sensación de pertenencia que tienen los barrios «tradicionales».
El mini resort burgués como lo defines Javi sí fue una solución habitacional aspiracional para un tipo de perfil sociológico en otra época. Ésa del desmadre ladrillero en el que chupatintas de medio pelo engominados suspiraban por el chalet (y si no se podía adosado y si no se llegaba piso) con piscina y pista de pádel, donde poder aparcar su todoterreno. Sí, al estilo de los «cuquis» en la primeras temporadas de «La que se Avecina». La crisis del ladrillo de 2007-2008 reventó esa uniformidad social hace tiempo y, sobretodo, bajó los precios lo suficiente para que hubiera cierta uniformidad en las ciudades. Antes de dicha crisis un pisito normalucho en un mini resort medio bien comunicado te podía costar lo que un piso más que decente en el centro. Ahora es hasta más barato.
Y, para terminar, me gustaría recordar que España no empieza en Madrid y acaba en Barcelona. Hay muchas más situaciones y modelos urbanísticos tan mal diseñados como los de aquellas ciudades e incluso mejores. Por ejemplo, y como ejemplo de mala planificación, en zonas como la Costa del Sol no es que la gente «aspirase» de manera general a vivir en un mini-resort, es que en muchas poblaciones es la ÚNICA opción habitacional disponible y eso ha creado una trama urbana que va desde Vélez-Málaga hasta el límite entre las provincias de Málaga y Cádiz que es totalmente inoperante como «ciudad» o «área metropolitana» principalmente por haber convertido a los mini resorts en la única opción a la hora de ampliar las ciudades. Malas comunicaciones, peor transporte público, ciudades muy caras de mantener por esa planificación urbanística tan «extensiva-intensiva», etc.