Siempre me gustó mucho más jugar al fútbol que verlo. No era ningún figura, pero tampoco era un tuercebotas. Eso sí: jugué y disfruté mucho más del fútbol sala que del fútbol 11. Veraneábamos en una urbanización de la sierra madrileña y allí teníamos un campito de fútbol sala (en realidad era aún más pequeño) y campeonatos míticos que para nosotros eran algo así como una Champions League.
En los últimos tiempos teníamos videocámara y yo ya hacía mis pinitos luego con edición de vídeo, así que hay resúmenes con las mejores jugadas a los que solo les faltan los comentarios de Maldini. Mucho más tarde usé todas aquellas grabaciones para hacerle un regalo a mi hermano Nacho, que era el bueno de los dos (je) a esto: un documental con entrevistas y sus jugadas intercaladas que podría haberse emitido perfectamente en Informe Robinson. Lo guardamos como un tesoro, y lo revisitamos (muy) de cuando en cuando.
El caso es que jugué mucho al fútbol, pero también vi bastantes partidos. La historia aquí es que desde hace años, ni juego al fútbol, ni lo veo. Perdí el interés por ver partidos poco a poco, y de hecho me di cuenta de que lo que me molaba de ver el fútbol no era verlo, sino quedar con los amigos para hacerlo.
Eran las tardes y noches de fútbol y pipas.
Eran también los sábados de Telemadrid y su partidazo de la jornada. Quedábamos a menudo esos días y también los miércoles, cuando había Champions y jugaba el Madrid. Por cierto: soy madridista por incercia, no por convicción. Supongo que por mi padre, que era madridista —nada como Di Stefano, ojo— influyó mucho en aquella decisión.
Con él vimos también muchos partidos, y en casi todos ellos nos acompañaban las pipas. A él, mientras se tomaba su cubatilla y se fumaba algún que otro Nobel. Nosotros tardamos mucho en beber alcohol —ni siquiera una caña— delante de él, así que en nuestro caso eran fanta o coca-cola y pipas, que tampoco está mal.
Ya lo conté en otra ocasión: llega un momento en la vida en la que apetece ver más el fútbol con los amigos que con tu padre. Luego llega otra reflexión, cuando él ya se ha ido, en el que te das cuenta de que probablemente deberías haber visto algún partido más con él y alguno menos con los amigos. Estas cosas, como otras muchas, es imposible entenderlas en ese momento.
El caso es que ver fútbol era una excusa tan buena como cualquier otra para que los amigos nos juntásemos, pero tras cierto tiempo me di cuenta de que ver fútbol me parecía bastante rollo. Salvo ciertos partidos especiales que veo por ser de normalmente de Champions o por ser de los Mundiales eran más llamativos, dejé totalmente de ver fútbol.
La excusa tampoco funcionaba ya como excusa porque tanto nosotros como nuestros amigos estábamos a otra bola. Total, que no había argumentos para ver el fútbol, aunque el deporte rey nunca dejó mi vida porque acabé jugándolo de otro modo: dándole al FIFA, que me ha permitido hacer cosas con los muñequitos que yo jamás hubiera podido hacer en la vida real ni ahora ni entonces.
Esa es mi única conexión con un deporte que como espectáculo me parece un absoluto rollo. No conozco a los nuevos jugadores, no estoy al tanto de cómo va la clasificación y no sé quién juega con quién ni cuándo, ni siquiera cuando hay partido de Champions. Y lo curioso del tema es que no me importa. Con lo que yo era. Estoy un poco en plan el legendario abuelo del anuncio del Montero. «¿Y el Madrid, eh, otra vez campeón de Europa, no?».
De hecho la sensación con el fútbol profesional es cada vez más negativa. A ello contribuye ese panorama actual en el que este mundo está absolutamente dominado por las apuestas, que para mí enturbian todo y convierten el deporte en una excusa para apostar a todo y todos.
Es bastante triste ver cómo toda la publicidad es de plataformas de apuestas, todos los espacios los tienen como telón de fondo y cómo algunos comentaristas y famosos acaban haciendo publicidad de algo que se acerca mucho a mi definición de una estafa. Pero oye, la pela es la pela. Entiendo que de algo hay que vivir, pero que yo sepa el fútbol ya vivía bien sin esa discutible fuente de ingresos. La quiniela tenía su encanto. Esto no, al menos en mi opinión.
Hay más cosas que restan, por supuesto, como la desigualdad entre los equipos y sus presupuestos (aquí lo que hacen en la NBA con el draft tiene mucho sentido) o el hecho de que ahora tengamos fútbol hasta en la sopa y eso anule la inmensa mayoría del resto de deportes en la oferta televisiva convencional. Luego te puedes apuntar a canales para ver hasta campeonatos de canicas, supongo, pero el fútbol está tan presente que es cansino. Lo comentaban aquí en un viejo post que me he encontrado al buscar info para este, y estoy bastante de acuerdo con esa reflexión.
Toda esta perorata viene a cuento de que ayer volví a ver un partido. Quedé con mi hermano en su casa para ver el derbi entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid —teníamos que vernos para otra historia de todos modos—, y me dije a mí mismo que quizás mi recuerdo del fútbol era exagerado. Que igual el partido estaba bien. Démosle una oportunidad, hombre, JaviPas. No seas talibán, pensé.
Lo primero que me sorprendió fue lo del estadio vacío. Hay que ver qué bajón da. Vimos el partido así, sin trucos digitales, con los comentaristas normales, y eso sí, con mi descubrimiento de que ahora en LaLiga usan en algunas tomas el efecto retrato y la profundidad de campo para lograr un efecto cinematográfico curioso que funciona en algunos momentos y en otros no porque quien lo controla no siempre acierta con dónde enfocar. Queda simpático, desde luego. Lo de las gradas vacías no lo salva ni Spielberg con todos los efectos de profundidad de campo del mundo.
En cuanto al espectáculo y las segundas oportunidades, qué queréis que os diga. Ni segundas oportunidades ni leches. Todo era como yo lo recordaba: el partido fue básicamente un tostón. Prácticamente dos horas de pasecitos fáciles, escasos regates (hubo un caño bastante majo, eso sí) y ocasiones bastante pobres interrumpidas por anuncios de casas de apuestas y por un espectáculo que resultó extraño sin público —le quita mucho encanto, desde luego— pero que sobre todo resultó, insisto, aburrido.
Todavía conocía a muchos de los que jugaban, y lo cierto es que seguía todo más o menos igual que cuando dejé de verlo con algo más de regularidad. Suárez —me enteré no hace mucho de que jugaba en el Atleti, imaginad— le da unas cuantas vueltas a Benzema, Modric es absolutamente prodigioso aunque no haga mucho, Correa es un tipo habilidoso que tiene un futuro chungo fuera del fútbol y Mendi y Rodrigo, la verdad, me parecieron unos tuercebotas. Siempre tuve la sensación de que sería perfectamente capaz de dar el pego si me pusieran en el campo en lugar de ese tipo de jugadores (salvo por el tema físico), y eso es mala señal.
En estas, sorpresa. El Atleti hace una falta al borde del área. Se colocan cuatro para tirarla, y al final es Kroos —qué bien peinado, oye, ni un pelo fuera de su sitio— el que lanza. Antes de hacerlo, veo algo raro.
—¿Qué hace ese, qué le pasa?—le digo a mi hermano.
—¿Quién?
—Ese que está ahí tirado tras la barrera. ¿Le pasa algo?
—No hombre —me dice mi hermano sonriendo—. Es una cosa que se ha puesto de moda ahora. Ponen a uno así para que la barrera pueda saltar y el que tira no tenga fácil meter el gol por debajo de la barrera.
Efectiviwonder. Ahí estaba Koke, tirado mirando a su portería cual saco de patatas. Un trabajo ímprobo el de este crack del fútbol mundial. Luego lo hizo otra vez en otra falta, y ciertamente la técnica tiene su punto. Me encantaría saber qué habría opinado mi padre del invento este, pero resulta que no era tan nuevo como yo pensaba: ya lo usó un equipo brasileño en 2013, y por lo visto luego se ha puesto bastante de moda conta ciertos tiradores que, como Messi, han aprovechado alguna que otra vez para tirar por abajo las faltas.
Más allá de la anécdota, el partido no tuvo historia. El Atleti fue claramente superior en la primera parte mientras las figuritas del eterno belén del Real Madrid se movían más bien poco. En la segunda, golpe de suerte de un Benzema inspirado (o suertudo, según se mire) que le dio a ¿mi equipo? el empate. Poco después terminaría afortunadamente la agonía. Venga Nachete, habrá que ver todos los partidos a partir de ahora que esto es una locura, por Dios, qué emoción.
Quizás lo que falló no fue el partido, pensé al ir de vuelta a casa. Quizá fue que mi hermano me sacó un gintonic, pero se le olvidó lo más importante.
No hubo pipas.
Porras.
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Podría decirte muchas cosas en las que no estoy de acuerdo contigo, respecto del fútbol.
Podría recomendarte que vieras el último partido de copa del rey entre Barsa y Sevilla, por aquello que dices que el fútbol es aburrido. Es cierto, hay partidos tostones, como películas, videojuegos, series o artículos, y hay partidazos, cómo hay peliculones, seriazas o libros increíbles.
El fútbol no ha cambiado demasiado en esencia (salvando esto del covid, que es circunstancial). Los que hemos cambiado somos nosotros.
Yo veo partidos como tú, los más importantes, pero veo mucho fútbol sala de equipos de barrio y de pueblos y ahí ves la esencia de este deporte y la ilusión que ponen los chavales.
Por otra parte, a mi también me da mucha repulsa lo de las casas de apuestas (en general aborrezco la publicidad en cualquiera de sus formas), pero es el peaje que hay que pagar para que el fútbol siga en ese su curso loco de fichajes y grandes sumas de dinero, igual que los incognichollos son el peaje a pagar por leer tus articulos?
Claro que hay buenos partidos, es como todo. El problema en mi caso es que el ROI es muy bajo viendo fútbol. Son dos horas que prefiero hacer otras cosas porque no me gusta tanto ver el fútbol como para invertir ese tiempo y esperar que me toque un partido de los buenos. Se lo decía a un amigo que me escribía al respecto: es como lo de la Fórmula 1, hay gente súper apasionada y a mí me parece un absoluto tostonazo.
Parece como que estás enfadado porque no me guste ver ya mucho el fútbol y exponga mis argumentos. No pasa nada Miguel Ángel, no tenemos que opinar lo mismo, y este post es una opinión sin más. Ya sabes: para gustos, los colores. Qué aburrido sería todo si no fuera así.
Lo de los Incognichollos no lo llamaría peaje, pero entiendo que haya lectores a los que no os guste ni os resulte útil, así que en ese caso sí, es un poco peaje, supongo.
No hombre, Javi, perdona si mi tono parece enfadado. Nada más lejos de la realidad.
Claro que es tu opinión, que respeto. A lo que yo he escrito es la mía. No hay problema.
Respecto a los incógnichollos, claro que a veces me son útiles, entiendo que los pongas, pero para mí, al igual que no poder leer el post en el feed, es un poco el peaje a pagar por leerte. Pero entiendo perfectamente que sea así.
Gracias Miguel Ángel, claro que sí. Saludos.
*ç! Dime que tienes teclado USA o DVORAK o QWERTZ.
Fútbol? PEÑAZO.
Fórmula 1? PEÑAZO.
Leí hace muchos muchos años un artículo que se titulaba: Y si en vez de fútbol fuera arqueología? desribía una realidad intercambiando cualquier tema de fútbol por arqueología. Una parodia que acojonaba, la verdad.
Eso sí, ver un Barça – Madrid, en mi casa, con 12 colegas y unas pizzas, eso sí que no tiene precio y pediría más partidos así para poder hacerlo. Aunque estuviera de espaldas a la TV, imagínate.
Considero el fútbol sala infinitamente superior al 11. Las distancias más cortas hacen que el juego sea más ágil, agresivo y, por tanto, divertido.
Lo que dice Miguel Ángel de «mira este partido para que te enamores» es como decir que todos los españoles son youtubers porque conozco a un español youtuber. Efectivamente hay partidos buenísimos pero la mayoría suelen ser aburridos.
Ya grabado, el partido puede ser bueno, el problema es que uno lo ve en vivo y no sabe si será algo espectacular o será como ver el pasto crecer. Quizá la cosa mejore cuando la gente deje de ver el partido en vivo y Metacritic cree un sección de partidos de fútbol con sus respectivas calificaciones, y así escoger qué ver y qué no.