Algún día escribiré una novela. Una que probablemente solo cumpla un objetivo absolutamente egoísta: poder decir que la he escrito. Primero hay que tener algo que contar y ganas de contarlo, y a mí todavía no me ha venido la idea feliz que me inspire, así que ahí sigo, prometiéndome a mí mismo que en cuanto llegue me pondré a ello.
Fijo que sí.
Durante un tiempo estuve tratando de hacerme a la idea y prepararme para esa hipotética idea estupenda. Me dije «oye, ¿y si me viene, qué? ¿me voy a poner a escribir en Word? ¡Ni hablar». Fue entonces cuando me dio por explorar un poco el mundo de las soluciones pensadas para escritores.
Ahí es donde descubrí por ejemplo Scrivener, una herramienta que a priori asusta un poco porque es demasiado completa. Eso no es malo, pero asusta: uno ve las imágenes de la aplicación y no parece que sea una herramienta para escritores, sino para jefes de escritores o para editores: las ayudas a la hora de estructurar el texto y mantener todo organizadito son por lo visto estupendas.
De esas hay unas cuantas, pero yo me inclinaba más por aplicaciones que trataran de evadirte del mundanal ruido. Libres de distracciones, como muchos las llaman. Entre las más conocidas está iA Writer, con una interfaz minimalista hasta el absurdo y que realmente se centra en intentar que te aisles y escribas.
Esa herramienta es de pago, pero de nuevo hay alternativas a montones. Todas ellas con esa promesa de librarte de distracciones o de poder configurar un montón de parámetros que te abran las puertas del Valhalla creativo. Hay algunas que como Hemingway te permiten escribir pero además tienen las narices de irte calificando (al menos, en inglés) a medida que escribes: si lo haces mal, tu «readability» será baja, pero no te precoupes, que la solución te va mostrando cómo mejorar tu estilo para que sea depurado el de una máquina (supongo).
Y luego están no ya las aplicaciones para escritores, sino las máquinas de escribir para escritores. No me refiero a las máquinas de toda la vida para ir escribiendo en folios (Dios nos libre, herejía) sino a máquinas de escribir electrónicas que están pensadas para librarte de distracciones y combinar lo mejor de ambos mundos: el de esas Diosnoslibre máquinas de escribir tradicionales, y el de una especie de ordenador portátil centrado específicamente en que te pongas a lo tuyo, es decir, escribir.
De todas ellas es probable que la más conocida sea la de Freewrite, empresa que se lanzó originalmente como Hemingwrite en Kickstarter y que luego ha seguido teniendo mucho recorrido. Estas máquinas de escribir cuentan con teclados aparentemente estupendos, una pantalla de tinta electrónica donde se muestra lo que vas escribiendo y, claro, copias en la nube para que tus palabras no se las lleve ni el viento (nunca mejor dicho).
Lo cierto es que las máquinas de Freewrite son pintonas, pero también son caras: 549 dólares por el modelo clásico (puedes pedirlo con disposiciones de teclado internacionales) que desde luego hagan que uno se lo piense dos veces. O que piense también que estas máquinas, por ese precio, igual hasta te escriben solas bestsellers. Vaya usted a saber.
No todo está perdido, amigos. La inspiración de este post viene de este otro de OneZero en el que hablan de AlphaSmart, un «procesador de texto portátil» creado por dos ex-ingenieros de Apple en 1993 para que los estudiantes pudieran teclear mejor y por menos dinero en soportes digitales. El invento no triunfó a lo bestia pero logró sobrevivir durante unos años y evolucionar: el AlphaSmart Neo 2 de 2007 sigue vendiéndose en sitios como eBay por unos 80 euros (envío desde EE.UU. incluido) y parece que causa furor entre quienes quieren liarse a escribir sin complicarse mucho la vida.
El dispositivo es lógicamente mucho más tosco que las máquinas de FreeWrite. La pantalla LCD es pequeña -caben hasta seis líneas de texto- y el producto pesa más o menos un kilo, y el teclado no es tan pintón y desde luego no tiene interruptores Cherry MX como los de su caro competidor. Eso no importa, hace el trabajo y tiene un puerto USB para ir transfiriendo los archivos con los que trabajas a un ordenador, por ejemplo. Si las Freewrite son los Tesla de este segmento, las AlphaSmart son los Twingo (con todos mis respetos al Twingo).
La promesa en ambos casos es la misma: escribir sin distracciones. Hacerlo en un portátil, dicen los expertos en ese tema de OneZero, es casi misión imposible: internet y las gratificaciones instantáneas están a un clic.
Todo esto está muy bien y puede que hasta yo acabe cayendo en alguna de esas pequeñas tentaciones algún día (¿al final escriben solas bestsellers o no?), pero esa promesa de proporcionar máquinas libres de distracciones o aplicaciones libres de distracciones me parece una soberana estupidez.
Las distracciones siempre están ahí. Si no están en tu ordenador a golpe de Alt+Tab lo estarán a golpe de móvil si escribes en estas maquinitas o en una máquina de escribir. O con boli y papel, a lo Pérez Galdós: en enero pude ir un ratito a ver su exposición a la Biblioteca Nacional -la foto es mía- y aparte de alucinar con su vida (el tío fue bastante ligón) me quedé asombrado ante aquellos Episodios Nacionales manuscritos en letra pulga excepcional.
Me pregunto qué habría hecho Ortega y Gasset en nuestros tiempos. Igual no hubiera escrito ni dos líneas seguidas antes de empezar a compartir en Insta alguna foto de su bigote. O quizás no: quizás le hubiera dado igual y hubiera escrito igual o más, porque lo que tengo bastante claro es que es básicamente imposible librarse de las distracciones. La promesa de todas esas soluciones es absurda, porque los únicos que podemos librarnos de las distracciones somos nosotros mismos.
Pero oye, como soluciones distraction-free, la verdad es que cucas son.
Totalmente de acuerdo: tenemos que ser nosotros los que nos liberemos.
¿Distracciones?
No te imaginas el drama que tengo estos días para conseguir estudiar seguido… Es una vergüenza usar el pc de soporte para resúmenes, hacer una consulta o una búsqueda en un PDF y tardar HORAS en volver a lo que hacía…
Qué daño me ha hecho el confinamiento.
Javi, háblanos de los ayunos de dopamina, por favor.
🙂 yo creo que eso pasaba antes del confinamiento también!
Yo también…