Le tengo una manía especial a Instagram. Mira que suelo declarar que no soy hater de productos o servicios, pero quizás Instagram sea una de las pocas excepciones a esa regla.
Casi todo hoy lo que rodea a Instagram me parece tóxico y engañoso. A Facebool, claro, le parece justo lo contrario: esta red social se ha convertido en un filón que ha ingresado 20.000 millones de dólares en 2019, lo que supone la cuarta parte de todos los ingresos de su matriz.
Una. Absoluta. Burrada.
El cómo consigue esos ingresos es otro cantar. Instagram lleva años siendo (sobre todo) un escaparate de las vanidades. La herramienta excepcional de quienes tienen una vida y presumen de otra. Es la red social del postureo personal por excelencia como Linkedin lo es del postureo profesional.
Ciertamente no todo en Instagram es tóxico. Hay gente que se salva de la quema —a costa, en mi opinión y en muchos casos, de convertir su vida en un particular Gran Hermano Personal Edition— y lo utiliza como un canal de entretenimiento más. La gente se entretiene como quiere, así que Dios me libre de criticar algo así. Mi mujercita (¡pipi!) es por ejemplo fan absoluta de gente que tiene su gracia como buganvilialand, y aquí supongo que las filias y fobias son las que ya hemos vivido en fenómenos como YouTube. Que esta chica, María Pombo o ElRubius —salvando las distancias— tengan esa legión de seguidores con el tipo de contenidos que hacen no es algo que me haga tener muchas esperanzas en el futuro de la raza humana, pero oye, cada cual, como digo, se entretiene como quiere. Yo me veo los vídeos de Marques Brownlee y tan feliz.
El tema es que mi odio por Instagram ha ido creciendo con el tiempo gracias a temas como el que he descubierto hoy en FastCompany. Allí nos cuentan la historia de Filtergram, un servicio que apareció como una especie de versión limpia de Instagram. Mantenía el orden cronológico de los posts, censuraba aquellas publicaciones que tenían ciertos términos que podíamos configurar, y omitía (atentos) likes y comentarios de todos los posts.
De haber usado algo tipo Instagram, yo hubiera usado algo como Filtergram, que además carecía de publicidad y tenía su propio sistema de cuentas de usuario para diferenciarse totalmente de Instagram aunque «chupara» los contenidos de ella. Ben Howdle, el desarrollador británico que la puso en marcha hace años, tuvo que cerrarla el pasado mes de septiembre. ¿La razón?
Instagram cerró el grifo.
El chico aprovechaba ciertos trucos para lograr capturar los posts de Instagram y publicarlos en Filtergram sin todos esos elementos de los que hablaba, pero claro, a Instagram eso no le gustaba, así que de buenas a primeras el método que le funcionaba a Howdle dejó de funcionarle, y las formas de solucionarlo eran demasiado costosas. Su servicio, que simplemente pretendía ayudar a quienes buscaban una experiencia distinta dentro de Instagram, ya no estaba accesible. Eso sí: el chaval publicaba el código en GitHub para quien quisiera tratar de reaprovecharlo.
Entiendo que las empresas quieran proteger sus plataformas, pero los extremos a los que estamos llegando son lamentables. Twitter dio un mal paso en este sentido hace años cuando se lo puso casi imposible a los clientes de terceras partes, y también cuando compró TweetDeck y la acabó haciendo desaparecer. Facebook hizo lo propio con su servicio en 2015 y dejó de permitir que los desarrolladores mostraran los feeds de noticias en sus aplicaciones. La máxima es la misma casi siempre: it’s my way or the highway, como decían en Matrix. Son lentejas. Las comes, o las dejas.
En Instagram esa máxima es especialmente repelente porque la experiencia que han creado para los usuarios externos es engañosa e incómoda a más no poder. La interna, la de los usuarios, tampoco es que sea estupenda: me parece ridículo que en 2020 Instagram no permita hacer zoom en las fotos en la app móvil salvo que mantenga los deditos haciendo la pinza constantemente (incómodo a tope) y por supuesto me parece una absoluta guarrada que Instagram no permita meter URLs como parte del texto que describe esas imágenes. Es algo que de hecho me asombra: ellos mismos se ponen la zancadilla, porque aunque habría mucho enlace saliente, también habría mucho enlace inbound (entrante, aunque la traducción no es muy afortunada), es decir, contenido de Instagram que llevaría a otro contenido de Instagram.
Pero como digo, las guarradillas son aún más lamentables si uno no está logado en la aplicación/servicio o no es usuario de ella. Probad a entrar en cualquier cuenta de Instagram desde un navegador de escritorio —la de Xataka, por ejemplo— y bajad en la lista de fotos un poco. Al poco os encontraréis con una ventana que sale de la nada y os pide que iniciéis sesión con el mensaje «Entra para continuar». Lo mismo si abrís 3, 4 o 5 fotos de esa cuenta: en cierto momento salta la misma petición. Es terrible.
Seguro que si lo pienso se me ocurrirían más razones para odiar un poquito más de lo que odio a Instagram, pero es que a las que he citado se le une la aversión que le tengo a todos los jardines amurallados. Preciosos, fantásticos si no quieres salir de ellos… y abominables cuando sales y los ves desde fuera con un poco de perspectiva.
Lo dicho, Instagram. Yo te maldigo. Queridos amigos y amigas del postureo, esto va por vosotros. Espero que algún día podáis ser tan felices como mostráis en esta red. De verdad que sí.
Let hate flow within you, Anakin.
XD
A veces la filosofía sith es liberadora jajaja. Colas aparte, comentando con un colega, descubrimos que nos quedamos descabalgados de todo ese rollo de las socialwebs, y que prácticamente solo usamos las apps cuya función primera sea comunicarse de forma escrita. Puede estar por ahí la cosa. Supongo que a cada edad, o grupo social, va un tipo de consumo. En todo caso, la cuestión (parece) es usar nuestros ratos muertos, no dar herramientas. Un poco nuestra época va de eso. Un reducido grupo aprovecha eso, la gran mayoría simplemente lo consume. Lo que consumes, te consume.
No estoy tan seguro de eso: creo que Instagram es una herramienta, sin más. Que la usemos bien o mal (aquí cada uno tiene su criterio) es cosa de cada cual, pero en mi opinión el Instagram se ha convertido en una herramienta tóxica en la mayoría de los casos. Como he dicho, en todo hay excepciones, pero es una pena en lo que se ha convertido porque pintaba al sucesor de Flickr y ha tirado a otra dirección. Lo de que «lo que consumes te consume» te ha quedado muy poético, por cierto. Un poco de razón tienes, sin duda. Cada uno tiene que ser consciente de ese tipo de consumos, y aquí vuelve a repetirse lo de que los extremos nunca fueron buenos.
Creo que como todo en esta vida,todo depende del uso que le des. Yo uso Instagram ,y aunque obviamente tengo a gente conocida que sigo, el mayor uso que le doy es para seguir cuentas de fotografía,tecnología y automovilismo.
Y en mi cuenta la mayoría de fotos que subo son de paisajes ,rara vez subo fotos mías. Pero bueno,como tu bien dices,al final es una herramienta más,que depende del uso que se le dea.
Claro, claro. Hay escenarios en los que Instagram mola, pero están tan desplazados por los usos tóxicos —al menos esa es mi percepción por lo que me rodea— que es una red social contaminada.