Tecnología

Kickstarter y la tragedia de las expectativas

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Acabo de leerme con fruición la historia ‘Split screen‘ que publicaban ayer en The Verge. Me alegré por la vuelta de estos temas periodísticos a esta cabecera tecnológica, absoluta protagonista para usuarios y profesionales -es el espejo en el que muchos nos miramos o querríamos hacerlo- que no obstante tiene también sus sombras. Una de ellas es la de no tener demasiada ambición en ese ámbito más periodístico e ir más a contenidos más simplones y fáciles (aunque impecables en maquetación y producción), pero oye, (casi) nadie es perfecto.

El caso es que la historia me ha parecido fantástica y triste. Y muy familiar. Por si no la habéis leído o pasáis de dedicar 10 minutos a leer el mismo texto -lo sé, pedir algo así es complicado en nuestros días- cuentan la historia de un proyecto de Indiegogo que acabó siendo un fraude. En el titular de mi post hablo de Kickstarter, pero es que esta es la plataforma de crowdfunding por excelencia y usar financiación colectiva o Indiegogo en ese titular le quitaba punch pegada. Total, que así se queda.

Y es que lo de los fraudes en las campañas de financiación colectiva es una verdadera tragedia. El caso del que hablan era casi el perfecto ejemplo del aquí-huele-a-muerto. El Dragonfly Futurefön era demasiado bonito para ser verdad. Un smartphone convertible que en 2014 parecía más del futuro que del presente.

El campeón que puso el proyecto en marcha, un avispillas llamado Jeff Batio ahora a la espera de sentencia (podría pasar 20 años en la cárcel, el dominio web que publicitaba ya no tiene contenido) hablaba de opciones hardware excepcionales. Por ejemplo, dos pantallas AMOELD 1440p (12″ de diagonal al unirlas), dos baterías de 3.200 mAh y otra en la base, dos antenas LTE, dos sistema soperativos, Android y Windows 8 (¿¿en 2014??), 256 GB de capacidad, 8 GB de RAM, y una combinación de un procesador multi-core (se supone que ARM, pero no especificaba) y otra CPU x86 en la base, también sin especificar. Era todo como la conversación de friquis hablando de qué pondrían en un dispositivo móvil si pudieran poner cualquier cosa.

Aquello era -aunque se lo tragaran muchos medios, incluido Xataka-, por supuesto, humo. El proyecto recaudó 650.000 euros que Batio se quedó para él solito, aunque durante bastante tiempo estuvo aparentando que las cosas marchaban viento en popa a toda vela y defendía el proyecto con respuestas a los que habían invertido en él y a quienes dudaban de que el Futurefön fuera un producto real. Todo era un escaparate, porque el tipo no pagó ni a la experta en diseño que creó todas las imágenes conceptuales que incluía en la larga descripción de IndieGogo.

Un sinvergüenza con todas las letras. No es el único, y aquí ha habido unos cuantos que se han beneficiado de las expectativas y la esperanza de los usuarios. Una vez llamé a Kickstarter «el escaparate del talento«, pero como todas las ideas maravillosas que tienen su lado bueno, Kickstarter, y la financiación colectiva en general, tienen un lado malo malísimo: el de la gente que utiliza estas plataformas para vendernos motos. Y me refiero a motos virtuales, ya sabéis.

Como decía al principio, la historia es familiar porque yo también la sufrí en mis carnes. Hace tres años, en julio de 2016, yo mismo me flipé con un proyecto similar, el célebre SuperBook de Sentio (entonces Andromium) que recaudó la friolera de 3 millones de dólares en Kickstarter. La idea me pareció estupenda, un portátil que en realidad no era portátil, era una «concha» con pantalla y teclado que cobraba vida cuando la conectabas al móvil. Yo, defensor a ultranza de la idea de la convergencia, vi cumplidos mis deseos y caí. Invertí 169 dólares por el modelo básico y luego añadí algo más (otros 30 dólares) para tener también pantalla 1080p. Se suponía que el producto comenzaría a llegar a los usuarios en febrero de 2017. Ja.

Llegó febrero de 2017 y nada. Bueno, sí. Los primeros retrasos. A los que les siguieron otros, y otros, y otros más. Durante bastante tiempo pareció que los tipos se lo estaban currando de verdad. Cada mes aproximadamente enviaban una actualización del estado del proyecto e iban dando más y más excusas sobre los problemas con proveedores o con los fabricantes. Siempre había algo que no habían contemplado —siempre puede haber problemas, claro, pero ¿tantos? ¿de gente que teóricamente tenía experiencia en este campo?— y los tiempos se alargaron. Mi idea de irme a veranerar en 2017 con mi SuperBook y disfrutar de él nunca se hizo realidad, pero es que tampoco lo hizo en el verano de 2018 y no lo ha hecho en el verano de 2019.

Mi SuperBook nunca llegó.

El proyecto murió antes de que pudiera hacerlo. Es cierto que le llegó a algunos usuarios —ni idea de cuantos, pero diría que la mitad o más por los mensajes que se veían en los foros—, pero yo fui uno de tantos afectados por esas esperas interminables. Lo peor no es eso: lo peor es que cuando por fin llegaron, los SuperBook estaban muy lejos de lo que prometían. Construcción deficiente, comportamiento deficiente, características deficientes. Las quejas eran constantes por parte de quienes lo recibían.

Yo tuve la suerte de que un lector de Incognitosis —que prefiere mantener su anonimato— me regaló su SuperBook. Lo probó, no le gustó nada y pensó que para dejarlo cogiendo polvo mejor intentar que alguien le sacara algo de partido. Me había leído, se puso en contacto conmigo y me lo mandó. Un crack, vaya. Lo probé hace unas semanas y me llevé una pequeña sorpresa: aquello no estaba tan mal, aunque no era ni de lejos aquel cacharro con el que yo soñaba. Conectarlo y ponerlo en marcha estaba lejos de ser «plug and play«, y el funcionamiento tenía muchas limitaciones. Pero oye, aquello tiraba razonablemente bien. El problema es que al final era mucho más cómodo llevarse un portátil de batalla y tirar millas, sobre todo cuando hay equipos como el que yo utilizo (un Jumper EZBook X4, 319 euros en Amazon) o el que me gustaría tener (el Chuwi Aerobook, 429 euros en Amazon) para este ámbito que cumplen de forma sobrada.

Pero me estoy desviando: al final, como digo, lo del SuperBook fue un fraude. No total, desde luego, pero sí parcial. Miles de usuarios se quedaron sin su pasta, pero sobre todo sin sus expectativas y esperanzas. Que teniendo en cuenta el tiempo que las mantuvieron (mantuvimos), me parece aún más grave.

La tragedia es doble. Por un lado está lo que yo y otros muchos usuarios perdieron con este proyecto y con tantos otros que han fracasado por lo que sea. Por otro, y esto es más importante, que estos fracasos no hacen sino oscurecer el futuro de los Kickstarters e Indiegogos del mundo. Yo desde luego me pensaré muy mucho invertir en un proyecto con esa filosofía del «apuesto por tu idea, creo por ti».

Diría que mucha gente tiene esa misma sensación. Qué lástima.

O más bien, qué tragedia.

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2 thoughts on “Kickstarter y la tragedia de las expectativas

  1. Pableras says:

    Y, ¿Has oído hablar del heroquest 25 aniversario? Hasta Xataka se hizo eco. Pues ya van por el 30 aniversario y ni está ni se le espera. Recaudaron bastantes miles de euros (rondando los 700000, si no recuerdo mal). Tú les llamas avispillas. Yo les llamo de otra manera, que no voy a decir por aquí por si pasan menores.

    A las plataformas de financiación colectiva les veo varios problemas:

    – a veces son usadas por empresas que no quieren arriesgar su capital por adelantado. Me cabrea un montón ver como una gran empresa abusa de este tipo de financiación. No sé, siempre he creído que el objetivo era otro: dar (o intentar dar) salida a ideas de gente que no dispone de los recursos necesarios. Y ahí viene otro problema…

    – el desconocimiento de lo que son las financiaciones colectivas. Realmente no estás comprando nada, estás donando dinero a un proyecto. Y a veces hay que asumir que ese proyecto no llegue a buen puerto. Y hay veces en que los promotores son honestos y paran la campaña antes de que finalice. Otras veces se arriesgan. Y arriesgan tu dinero. Y aquí viene otro de los problemas….

    – las condiciones para comenzar una campaña a veces son demasiado laxas. O en el ámbito de la producción, inexistentes. Cuenta como vendas y muevas un proyecto, no si es realizable o no. No se exige un prototipo, un informe de viabilidad, nada. Nada de nada de nada. Y, claro, luego pasa lo que pasa.

    Aún así, creo que es una iniciativa interesante. Y creo que, aunque haya proyectos fallidos, es importante dar posibilidades a los creativos con buenas ideas pero poco dinero. A título personal, he colaborado (económicamente, nada más) en algunos proyectos editoriales que finalmente han llegado a buen puerto. Gente que, por pura vocación, porque económicamente no se pueden dedicar a ello de manera exclusiva, quieren lanzar al mercado material interesante y con una buena presentación. Pues te la juegas.

    • Ha habido mejoras en las garantías necesarias para iniciar el proyecto, pero está claro que aun con ellas estos fraudes siguen ocurriendo. Es una pena porque como digo hay muy buenas cosas en este modelo :/

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