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Tanto por leer

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No hay manera, no me llegan las horas del día. Llevo una buena temporada sin leer, y eso que tengo en la mesilla (digital) el impresionante «La sonrisa etrusca» que nunca me había leído (I know, I know) y que ni siquiera puedo terminar por falta de tiempo. Ayer me hice el pequeño propósito silencioso de reservar un huequito cada día, pero hoy ya estoy faltando a esa promesa. Sin comerlo ni beberlo se me han ido escapando las horas.

El propósito tuvo su motivación. Me di un paseo por la Feria del Libro con la familia, y disfruté de muchas cosas. Para empezar, del impresionante día en el Retiro (mucho Central Park, mucho Central Park, pero nuestro Retiro y nuestra Casa de Campo son la pera). También disfruté de una buena sesión de fotos a mis peques y a algún que otro momentazo ahora que estoy apuntado a un minicurso (ya colgaré alguna de mis «obras maestras» cuando termine en un par de semanas). Y por último, novedad novedosa, me estrené en ese curioso mundo de la persecución de firmas.

Por allí andaban unos cuantos autores conocidos (vi a Mara Torres y a Manuel Vincent) y a algunos famosos de pega firmando su obra (no creo que pueda calificarse así en el segundo caso), pero yo iba a la caza de Don Arturo. Pérez-Reverte firmaba en dos turnos, pero al primero llegamos tarde y ni siquiera nos lo planteamos, la cola era impresionante. Sin la idea de volver a intentarlo comimos algo al lado de donde firmaba, y a falta de una hora para que volviese el autor de «El tango de la guardia vieja» (que me leí hace 3 o 4 meses)  me animé a hacer cola (aún no había mucha gente) mientras mi familia se tomaba un cafetito extra. Hora y media después estaba estrechando la mano del Sr. Pérez-Reverte. Cordial, amable y educadísimo. Y con una sonrisa sincera, casi de ilusión infantil, que mantuvo mientras firmaba de pie durante horas y horas para todos los que por allí pasamos.

Supongo que a todo el mundo le pasa algo así cuando trata de conseguir una firma de alguien a quien admira profundamente. Qué decirle (¿algo medio ocurrente tipo «escribe usted bien hasta en 140 caracteres»?), cómo comportarse, y, sobre todo, cómo no parecer un gilipipas. Así que no arriesgué mucho. Le di las gracias por muchos buenos momentos «y espero que por muchos más aún por venir», concluí, y él sonrió y contestó con un simpático (y lógico) «eso espero, eso espero». No soy para nada del palo del coleccionismo de firmas, y dudo que vuelva a estar hora y media luchando por otra (quizás la del Sr. Ruiz Zafón, aunque no me parece tan cercano como el Sr. Pérez-Reverte), pero me fui de allí sobre todo tranquilo. Con esa sensación de haberme quitado un pequeño peso de encima. El de ese sencillo pero -al menos para mi- importante agradecimiento.

Y claro está, también me quedé con esa pequeña promesa silenciosa que acabo de romper, aunque haya sido por una buena causa. La de escribir este post y la de recordarme a mi mismo y a todos los que me leéis (mi humilde agradecimiento) que hay tanto por leer que supongo que hay que tratar de guardar esos ratitos para disfrutar con un buen libro. Los malos, por cierto -un consejo que acepté muy tarde-, no los terminéis. Hay muchos otros fantásticos que esperan a estar en vuestras manos.

Dedicado a Don Arturo. Por supuesto.

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