Lo vemos (veo) todos los días. Artículos tanto en medios nacionales como medios extranjeros que hablan de productos maravillosos, maravillosos (guiño a mi cuñao). Todo el mundo puede escribir en Internet, y mucha gente lo hace para cubrir la actualidad mundial en todos los ámbitos. Pero cuando se trata de hablar de productos, de cosas que se venden, hay ciertas voces que tienen mucha más fuerza que otras.
La cosa no es nueva, desde luego. Los medios de prensa tradicionales también pueden echar por tierra las esperanzas de cualquier cosa «vendible», y también pueden impulsarla notablemente. Pero es increíble que algunos medios online tengan tal poder, y que sus responsables se conviertan no ya en prescriptores, sino en influenciadores (qué palabrita) de esto o de lo otro.
El ejemplo perfecto lo tenemos en TechCrunch y en su fundador, Michael Arrington. El «enfant terrible» de los medios era la Ophra Winfrey de Internet. Al menos, en lo que se refiere a startups tecnológicas. Tumbaba unas y promocionaba otras a golpe de tecla, y de buenas a primeras decidió que quería, además, crear un fondo de inversión que el muy listo promocionaría desde su publicación. Y desde ahí, claro está, apoyaría teóricamente a las empresas a las que decidía dar fondos. Ética y moralmente patético.
El problema es que ese es el pan nuestro de cada día, y en esa dulce corrupción de la blogosfera que ensalza y entierra por igual intervienen (¿intervenimos?) todos. Medios, agencias de prensa, anunciantes y, claro está, las empresas. Y el mundo sigue girando. Puaj.
Lo de Arrington me parece ridículo, por que iba a vender un producto (Techcrunch) que es uno de los blogs mà s importantes si con eso conseguía publicidad y notoriedad para las empresas en las que decidía invertir (esto no lo sabía) Creo que en la guerra que mantenía con AOL hay más de lo que nos cuentan.