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Harry & Sally de concierto

La memoria le fallaba a Harry, pero sabía que en algún momento, probablemente con alguna cerveza en la mano, decidieron que ya estaba bien de no haber visto aún a Leiva en concierto. Aunque no lo recordaba con exactitud, casi se imaginaba ese instante en el que le dijo a Sally:

—Sally, ya está bien de no haber visto aún a Leiva en concierto.

Sally, por supuesto, sabía que Harry siempre tenía razón. Aun cuando no la tuviera. Asintió feliz porque en realidad a ella también le encantaba la música de Leiva, y pocos días después se pusieron a buscar opciones. Que no eran muchas, porque este chaval no para de llenar estadios por todos lados. En Madrid era imposible, pero de repente surgió una opción simpática.

—Mira Sally. Una opción simpática —dijo Harry.

—Averqueoveo

Harry sonrió. «Averqueoveo» no era una frase suya, por supuesto, sino del pequeño Harry Jr., que cuando era aún más pequeño y hablaba con su pequeño dialecto derivado del español lograba crear expresiones como «Averqueoveo» («A ver que lo veo»), y verbos dignos de entrar en el DRAE como «pistolar» (disparar) o «calvar» (afeitar). Harry estaba convencido de que millones de padres en todo el mundo hubieran votado por la ampliación del diccionario.

El caso es que Harry le enseñó las entradas a Sally.

—Ahí las tienes, Sally. Pamplona, 10 de octubre, pista, 46 lereles cada una.

—¿Pamplona? ¿EN SERIO?

Sally no cabía en sí. Nada menos que Pamplona, conocida mundialmente por las fiestas de San Fermín a las que Harry&Sally jamás habían ido pero que Sally, suspiraba por conocer. Todos los años seguía los encierros religiosamente en la tele y redes sociales y los vivía absolutamente cagada y extasiada. Vamos, como Santa Teresa. Vivía sin vivir en sí. Aquello de ir al concierto, salir de farra y de paso dar un paseo desde la Cuesta de Santo Domingo a la plaza de Toros pasando por Mercaderes y Estafeta era un planazo. Que es lo que inmediatamente dijo Sally.

—Joder, Harry. Planazo.

Dicho y hecho. Compraron las entradas, avisaron a sus retoños de que estarían fuera esa noche (¡fiesta!) y siguieron con sus vidas durante las semanas y meses que siguieron. Pasó el verano con su sidrina y su cabrales, volvió la rutina y por fin llegó el viernes del concierto.

Harry&Sally, una vez terminada la jornada —benditos viernes de salir a las 15.00— salieron disparados hacia Pamplona con una ilusión brutal. Luego la ilusión bajó un poco cuando comprobaron que parecía que todo el mundo había decidido ir hacia allí —miles y miles de coches en la A-2, Harry no recordaba haberla visto así jamás, pero claro, puente del Pilar— y cuando se dieron cuenta de que caray, Pamplona está lejos de pelotas y que Waze, intentando acortar tiempos, les llevó por Almazán y Ágreda en una carretera nacional que se hizo más bien larga.

Pero daba igual. Ellos iban felices porque estaban en modo novietes, que siempre mola. Durante el trayecto resolvieron unos cuantos problemas mundiales, cotillearon como buenos coti-cotis y hablaron del futuro, que planteaba cositas. Y así el viaje se hizo más corto, y cuando llegaron, cuatro horas y pico después, dejaron el coche bien aparcadito al lado de su apartamento y fueron a hacer el check-in. El sitio estaba correcto y era muy de los tiempos que corren. Alguien había comprado un par de plantas de un edificio y había convertido las habitaciones de las casas en habitaciones de hotel.

Dejaron las cosas, se cambiaron y se fueron camino del concierto, pero claro, primero había que picotear algo. Había tiempo, y se dijeron que habría algo de camino al Navarra Arena, que era el sitio del concierto. Efectivamente lo había. Un bar de tapas muy bien puesto y llenísimo de gente. Cuando los bares tienen tanta gente es por algo, así que Harry y Sally hicieron cola en la barra y pidieron un par de calimotxos y varias tapas que tenían un aspecto bastante brutal. Había una especie de croqueta gigante de jamón y queso que tenía una pinta espectacular y que no era croqueta, pero como si lo fuera. Y por deshacer el misterio: estaba bastante espectacular. No había sitio oficial para sentarse, así que Harry y Sally tiraron del viejo modo bordillo, que era lo que también hacían los jóvenes del lugar. A sentarse en el suelo y a disfrutar del ambientillo mientras se tomaban las viandas. Todo pintaba bien.

Una vez satisfechos se dirigieron al concierto. Quedaba una hora para que empezara, y en 15 minutos ya habían llegado al Navarra Arena, pegado al estadio del Sadar. Harry lo recordaba distinto de los cromos, pero claro, sus cromos eran de los años 80. Aquello parecía un tupperware más de esos que ahora triunfan en diseño de estadios.

El Navarra Arena, eso sí, estaba bastante espectacular. Harry&Sally entraron sin problemas a pesar de haberse olvidado los DNIs —ni se los pidieron, bastó el QR de la entrada— y fueron a pista a coger posiciones. Allí había algo de gente, pero no demasiada aún, así que se acercaron a unos 50 metros del escenario y allí acamparon sentándose de nuevo en el suelo, que es lo que estaba haciendo todo el mundo en pista.

Tras hacer algo de tiempo, el concierto empezaba y aquello estaba ya hasta la bandera. Cuenta atrás en la pantalla gigante, y entonces Harry se fija en algo. La cuenta atrás se supone que incluía décimas y centésimas de segundo, pero alguien no le había explicado al que la había programado que el segundo tiene 100 centésimas, no 60. Por eso se llaman centésimas, copón. Cada segundo esa cuenta atrás de décimas y centésimas era físicamente un horror, pero daba igual porque qué coño, estaban en el concierto de Leiva. Aun así se lo dijo a Sally en voz alta porque en los conciertos o hablas en voz alta o mejor no hables.

—Sally, mira, el que ha hecho la cuenta atrás no debe haber aprobado la ESO.

Sally sonrió y también lo hizo un chico de al lado, más o menos de la misma quinta, que se volvió hacia ellos.

—Pues tienes razón. Y el caso es que ya hemos estado en varios conciertos y siempre es la misma cuenta atrás —sonrió al decirlo.

Su novia (o mujer), al lado, también sonreía. Parecían majetes, así que mientras aparecía Leiva y su banda empezaron a comentar la jugada.

—A nosotros es que nos flipa Leiva —dijo el chico, animándose a entablar conversaciión—. Ya hemos ido a seis o siete conciertos de él o de cuando estaba con Pereza.

—Caray. Para nosotros es el primero, pero también nos mola mucho —dijo Sally.

—Ah, pues os va a encantar. Y ya que estáis, os voy a hacer un spóiler —dijo el chaval sonriendo.

No dijo eso, pero no os voy a contar lo que les dijo a Harry&Sally porque fue justamente eso: un p*** spóiler del concierto. Que fue como contarte casi el final de la peli, porque es un momento del concierto bastante especial que si vais por primera vez querréis vivir sin spóilers. A mí, desde luego, me hubiera gustado no saberlo de ante mano.

El caso es que comentaron alguna cosilla más y así se quedó la cosa, porque entraba Leiva al escenario. Con su sombrero, su ojo de cristal, sus 40 kg de peso y su voz arrastrada, pasota y absolutamente maravillosa. Y con él, el resto de la banda, de los que yo no sabía nada pero de los que luego averigüé más. En realidad el chico de al lado ya nos había hablado del hermano, Juancho —vocalista de Sidecars—, que no contento con tener una banda tenía dos. Más tarde Leiva explicaría que si él se hace 50 o 60 bolos al año, su hermano se hace unos 180. O algo así. Alucina.

Empieza el concierto, que forma parte del Tour Gigante y en el que las canciones protagonistas son las del disco del mismo nombre, Gigante (2025). Harry las había escuchado bastante, Sally algo menos, pero pronto se dieron cuenta de algo que ya vivieron en aquel concierto de Marlon.

La gente se sabía la letra de todas las canciones. De todas.

O al menos esa era la sensación, porque Harry&Sally casi siempre escuchaban la música sin prestar demasiada atención a las letras. Ahí sabían que a menudo se perdían alguna que otra joya —los chavales no, Bad Bunny y Nicki Nicole no son precisamente poetas—, pero el caso es que no lo hacían. Se dieron cuenta enseguida no solo por que la gente las cantaba y ellos solo las disfrutaban, sino por un pequeño detalle.

Alguien les estaba examinando de primero de Leiva.

El examinador no era otro que el chaval con el que habían hablado, que por lo visto era licenciado (o doctor) en Leiva y no solo se sabía las canciones, sino que por si acaso vigilaba quién se metía en los conciertos. Constantemente miraba de reojo a Harry&Sally para ver si estaban cantando la letra o no.

Harry&Sally suspendieron. Pero de largo. Qué pressing además, coño. Tú ahí disfrutando de la música, cantando como mucho el estribillo, y un pavo a tu lado mirando a ver si te la sabías o no. Maldito licenciado en Leiva suelta-spóilers de las narices.

Con el tiempo parece que el chaval se cansó y les dio por perdidos, así que se fue a lo suyo con su novia —o quizás empezó a mirar de reojo a otros pobres— y dejó a Harry&Sally tranquilos. Lo cual fue estupendo, porque pudieron no tener que fingir que decían palabras al azar a ver si alguna coincidía para no suspender.

Aquello en realidad daba igual porque el concierto fue sencillamente maravilloso. Les encantó de principio a fin, y para Harry hubo tres momentos épicos. El primero, cuando tocaron ‘El polvo de los días raros’, que es una carta de amor preciosa a su hermano Juancho. El segundo con el momento spóiler que no voy a revelar. Y el tercero, con la canción de ‘Breaking Bad’ que a Harry le flipaba y le ponía los pelos como escarpias y que siempre escuchaba a un volumen peligroso para la salud y que era absolutamente maravillosa aun cuando la serie del mismo nombre le pareció pichí-pichá.

Es curioso, porque este concierto fue algo distinto del de Marlon por un síntoma contundente de que había mucho boomer allí: la gente grababa en horizontal. Tras algo más de dos horas de concierto, Leiva y su banda se despidieron y se encendieron de golpe las luces del Navarra Arena. A Harry siempre le parecía que aquello era como cuando era joven y su madre, harta de que durmiese hasta las tres de la tarde tras una noche de farra, abriese la persiana de golpe y porrazo. Qué flash.

En lugar de su madre, quien apareció fue el licenciado en Leiva, que junto a su novia se volvió a mostrar amistoso —total, ya habían suspendido, todos tan amigos— y preguntaron qué tal les había parecido el concierto.

—Pues fantástico, la verdad. Espectacular —respondió Harry.

—Y el momento spóiler que os he destrozado, ¿qué?

—Pues estupendo también, cabr**

Por supuesto esa parte de la conversación no existió, pero como si lo hubiera hecho. No hubo mucho más, porque la pareja se fue por su lado sin más y Harry&Sally hicieron lo propio. Salieron del Navarra Arena y decidieron que ahí no podía acabar la noche, así que se fueron andando hacia el centro —25 minutos aprox— para buscar alguna zona de marcha. Fracasaron estrepitosamente, porque tras preguntar en Google, que les recomendó la zona de San Nicolás, se fueron para allá. Descubrieron asombrados que a las 12.30 de la noche no había prácticamente nadie en las callejuelas en las que además había pocos garitos que parecían estar cerrados. Tras el viaje y el concierto tampoco tenían especiales ganas de hacer un segundo intento, estaban cansadetes y decidieron que total, así aprovechaban el sábado antes de volver a casa.

Que es lo que hicieron, por supuesto. Recorrieron Mercaderes y Estafeta, pero a diferencia de los toros y los mozos, ellos fueron mucho más listos —a ver, sin toros, fácil— y fueron haciendo paradas varias por los bares y tasquitas de esas calles, que como suele pasar en esta parte de España no tienen barras de bar. Tienen monumentos al pintxo. Qué maravilla, por favor. Qué ganas de comerlo y beberlo todo. Eso es imposible, claro, pero dio igual. Harry&Sally cumplieron con creces y, rellenitos y felices, pusieron rumbo al hogar para reunirse con sus lebreles.

Bien por Leiva.

Imagen | ActionVance

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4 comentarios en “Harry & Sally de concierto

  1. Fefo dice:

    Javi, el año pasado estuve en el Sadar y la verdad que estadio super cómodo, como todos los de alrededor de 20-30.000 espectadores

    La carretera por donde te llevó, la conozco bien porque mis suegros son de Corella y pasasteis por al lado probablemente (al lado de Cintruénigo).

    Me alegro que os gustara Leiva, tengo un buen amigo que ha pasado algo de tiempo con él y dice que es bastante majo

    • Recuerdo que pasamos por Cintruénigo (como para no acordarse del nombre). Lo del Sadar fenomenal, me lo creo, no tengo nada contra el diseño Tupperware… Salvo que parece ser el único que hay.

      Y sí, Leiva parece un tipo con el que me llevaría bien.