A Apple no se la ve capaz de casi nada últimamente. Es cierto que siempre ha reído la última, pero no está nada claro que logre hacerlo con la IA. Tampoco lo descarto, ojo, pero lo de ayer en la WWDC 2025 fue mala señal. No es que esperara mucho de ella en el ámbito de la IA, pero es que apenas sí hubo menciones de esta tecnología.

De hecho si la mencionaron fue no como algo que destacara por sí solo, sino que lo hacía por su integración en el ecosistema ya existente. «Mira, puedes acceder a esta función de Apple Intelligence desde esta otra opción del sistema operativo». Es una forma de esquivar balas interesante —una buena integración de la IA en el sistema es prometedora—, pero la realidad es que hoy por hoy la IA que tiene Apple es casi de juguete en comparación con sus competidores.

Y para esquivar balas, Apple mostró un montón de cosas. Todas ellas pequeñas. Todas actualizaciones de algunas características de sus plataformas. Unas más afortunadas que otras, desde luego, pero una especialmente inquietante: Liquid Glass.

El nuevo lenguaje de diseño de Apple a mí a priori me parece peor que lo que teníamos. El diseño plano del que llevamos años disfrutando no solo funciona: era difícilmente superable en forma y función. Pero aquí Apple recupera esa máxima de Jony Ive de que la forma importa más que la función y el fondo. Si es bonito, no importa que funcione peor o sea menos usable. Y Liquid Glass queda muy bonito en las demos, pero no parece mejor. No cuando perjudica la legibilidad de los textos o acaba escondiendo cosas útiles que antes estaban a la vista (o molestando a las que lo estaban). No sé. No lo veo.

La ambición con Liquid Glass es clara —una interfaz unificada para todo el ecosistema— pero creo que pronto actualizarán la versión actual y la harán mucho menos líquida y más legible. No tiene mucho sentido que sigan por ese camino, o al menos no lo tiene si uno echa un vistazo a todos los memes y críticas que han salido sobre este nuevo lenguaje de diseño.

Mientras, insisto, lo que vimos fueron pequeñas cosas que aportaban algo a sus distintas plataformas. Me gustó mucho ese Spotlight supervitaminado para power users —ya veremos si acabo usándolo—, me gustó el gesto de giro de muñeca de los Apple Watch para descartar notificaciones, por ejemplo, y me gustaron las novedades de las Vision Pro, ese producto que me compraría sí o sí si costara 1.000 euros porque me sigue pareciendo el capricho tecnológico por excelencia.

Pero lo que más me llamó la atención fue esa definitiva macosificación de iPadOS. Es lo que muchos piden desde hace tiempo, y aquí Apple ha dado un paso de gigante. Detalles como lo de los botones para cerrar, minimizar o maximizar ventanas, el nuevo puntero para ratón (que ya es un puntero de ratón, no un puntaco raro), la posibilidad de colocar y redimensionar ventanas —o pegarlas a las esquinas/laterales— hace que más que nunca el iPad se pueda convertir en una alternativa a los MacBook. Que no tengo claro que lo haga, pero desde luego cualquiera que ahora tenga un Mac Pro tiene una máquina mucho más versátil.

Esta ha sido por tanto una WWDC en la que Apple ha hecho lo que siempre se le ha dado bien: apostar por las mejoras iterativas. Por pulir sus productos ahora que ya están maduritos. Por atender a los detalles —con mayor o menor fortuna, veremos— para intentar esquivar balas.

No sé si las habrán esquivado, pero en cierta forma, como decía Ben Thompson hoy en Stratechery, esto es una retirada de Apple. Una que como él dice recuerda a la que tuvo que hacer Microsoft con Windows 8. Tras anunciarlo, aquel fiasco provocó que lanzaran Windows 10, que llegara Nadella y que el foco cambiara a Azure (y por ende, a la IA).

Quizás esta retirada haga que efectivamente el año que viene Apple —como destacaron al principio de la charla— sí nos demuestre que va a ser relevante otros 40 años. Veremos si en la WWDC 2026 consiguen darle la vuelta a la tortilla. Por este camino, la verdad, no parece que pueda serlo tanto.

Pero ojo, amigos. Esto es Apple. Palabras mayores.