—¿Sois pareja?
Esa pregunta daría lugar a una situación simpática poco después. Pero primero, los antecedentes. Harry y Sally se habían ido en plan novios a Logroño, ciudad sin ley. Era el primer viaje que hacían solitos desde hacía casi dos años: la pandemia había hecho muy difícil soltar a sus pequeños vástagos para hacer alguna escapada romántica, pero por fin lo habían logrado. Se los habían encalomado a la abuela, encantada de ejercer como tal, y se habían cogido una noche en un céntrico hotel logroñés para darlo todo.
El viaje había sido sorprendente, sobre todo porque no tenían ni idea de que la forma más directa de ir desde Madrid a Logroño era pasando por Soria. Sally, que casi llora al pasar por allí sin comer unos torrenillos, se rehizo con fuerzas: ya habría oportunidad de ir por allí, porque al poco tiempo tenían viaje organizado con un par de parejas de amigos. Ese finde el destino era otro. Uno nuevo para ellos.
Allí estaban ambos en su potente bugatti, cruzando la sierra de los Cameros, que Harry no conocía a pesar de sus vastos conocimientos de la geografía española. Estupenda, con muchos tramos de cuento, y eso sí, algo interminable, carallo. Pero oye, estaban de finde de novios. Todo daba igual.
Una vez en Logroño city, Harry y Sally hicieron breve parada para dejar las cosas en el hotel, pequeño pero cuco y con una situación estupenda, y se fueron directos al lío. No se fueron a ver museos o catedrales, claro. La visita cultural tendría lugar en un futuro, muy yasieso. Tocaba visitar la celebérrima calle Laurel, famosa por sus bares y su tapas. Empezaron a caer los vinos y las susodichas tapas mientras Harry y Sally resolvían el mundo. Con cada vino y cada tapa se daban cuenta de algo que todo el mundo experimenta en estas lides: las soluciones eran cada vez mejores y más brillantes. Y como que hacían gracia, oye. Aún así, fueron fuertes y supieron parar a tiempo: tras visitar 4 o 5 bares parecía claro que ese ritmo era peligrosillo, así que hicieron una pausa kitkat y se fueron a tomar un último copazo de la primera sesión de tapeo en una terraza de un parque cercano. Sally era feliz viendo a las gentes pasar mientras se inventaba historias sobre ellos.
—Qué felicidad, Harry. Aquí con mi copazo y viendo a la gente pasar. Cogiendo tendencias y montándome pelis —dijo una Sally que vivía sin vivir en ella porque estaba viviendo un finde estupendo en Logroño, claro.
—La verdad es que se está de lujo aquí. Y mira qué pispis va todo el mundo —dijo Harry mientras cogía su copeich y le daba un traguito —. Se vive bastante bien de vacaciones sin niños, pero claro, eso suele ser cierto en casi cualquier lado.
—Ya te cuen. Por cierto, será mejor que descansemos un ratillo antes de darlo todo tonight.
— Veramente.
Dicho y hecho. Tras el copazo, Harry y Sally fueron al hotel a dormir una buena siesta, algo absolutamente inusual para ellos pero que no les costó porque la verdad, habían ya hecho un buen calentamiento con los vinitos y las cañas en la calle Laurel. Al rato se despertaron frescos cual lechugas borrajas riojanas, y tras darse una ducha y acicalarse salieron a darlo todo.
—Ale Sally, a darlo todo.
—Y que lo digas, Harry. Non stop.
Así comenzó una noche hiper divertida y con final gracioso. Nuestros protagonistas volvieron a la calle Laurel para visitar algunos de los bares que les quedaban pendientes de la ronda matutina, y tras probar vinos y tapas variadas, se dieron cuenta de que la gente tenía muchas ganas de farra.
—Fíjate Sally. Esto es casi como si nunca hubiera habido pandemia. Todo petado y la gente con unas ganas brutales de pasarlo bien.
—Y sin mascarillas, ojo.
—Cierto. Salvo dentro de los bares, que sí tienen bastante más cuidado, esto de que la gente tome la calle y se ponga a darle al pan pan y al vino vino es genial. Qué gusto ver un ambiente así después de tanto tiempo.
Ciertamente era fantástico ver cómo todo parecía haber quedado un poco atrás. Harry y Sally se lo estaban pasando pipa con las tapas de setas, las de bravas, las croquetas de norecuerdoqué y demás delicatessen que regaban con vinos del lugar. Aquello se iba animando, y en un momento dado decidieron que ya estaban hasta la bola de las tapas y que querían ir a tomar un copeich e ir a bailar un poco.
—Sally, muy bien la fase tapeo pero hay que quemar calorías. Vamos a enseñarle a esta peña cómo se baila.
—Vamos, Harry. Demuestra lo que sabes.
Harry había sido bailarín profesional había bailado mucho y bien en sus años mozos. Lamentablemente a sus colegas de marcha habituales les iba más el levantamiento de barra así que solía quedarse soliplay bailando, pero a él le daba igual. Sally siempre se animaba, así que aquella era una ocasión estupenda para dar un poco el espectáculo.
A ello fueron: ya iban contentillos cuando llegaron a un garito de la Plaza del Mercado llamado ‘El Submarino’. Nada más entrar, Harry y Sally se sintieron como unos teenagers: aquello estaba hasta las trancas de veinteañeros y treintañeros y de hecho el tema del aforo y las medidas contra la pandemia parecían haber sido olvidados por completo: era como si la COVID-19 jamás hubiera existido. Harry y Sally se pidieron una copa, se miraron brevemente, sonrieron y se hicieron uno con el ambiente de farra total. Qué felicidad.
Así fue como comenzaron los bailes, algo limitados porque el espacio era reducido. A ellos les daba igual, y estaban dándolo todo y dejando claro que incluso estando ya maduritos uno podía dejar el pabellón alto. Se lo estaban pasando de coña, hablaron con unos y con otros, y en estas llega un chavalito —23, 24 años tendría el lebrel— y les pregunta:
— ¿Sois pareja?
— Sí, sí —contestó rauda y sonriente Sally—. Estamos casados.
El chaval sonrió, y fue entonces cuando lanzó la frase definitiva de la noche. Una que era a la vez un piropazo y una pulla mortal:
—Joder. Me encantaría encontrar a alguien con quien bailar como lo hacéis vosotros cuando tenga vuestra edad.
Harry y Sally, confundidos, se quedaron un poco bloqueados. La frase, supusieron, estaba dicha con la mejor de las intenciones, así que entendieron que el chaval realmente estaba sorprendido porque una pareja ya cerca de los 50 pudiese bailar y disfrutar así. En cierto modo era un orgullo que el chaval dijera eso, oye. Cómo mola que te pongan en ese pequeño pedestalito. Algo habrás hecho bien, quizás.
Pero por otro lado, lo único que podían pensar en contestar Harry y Sally era «qué cabrón». Será perro, el chaval. Qué huevazos. Nos acaba de hundir en la miseria. ¿O no?
Dio igual. No dijeron nada, o no lo recordaban. Sonrieron, brindaron con el chaval, le desearon que encontrara a esa persona e hicieron lo único que podían hacer.
Seguir bailando como locos.
Fin.
¡A mí me parece un piropazo Javi! Al margen de que ya vamos teniendo una edad jajaja me parece muy bonito como pareja que os hagan esos comentarios los chavalines 😉
Por cierto gracias por estas historias, sé que no tienen muchos comentarios pero son maravillosas. ¡Un saludo!
Gracias Kazu, menos mal que alguien comenta!! xD Sí, fue un piropazo, aunque claro, también tenía su parte de puñalada trapera 😛 Abrazo!
Pues sinceramente, a mí me parece un piropo de todas todas. Si ese comentario hubiese venido de mí te aseguro que no habría puñalada trapera ni dobles sentidos, sino simplemente un profundo respeto, admiración y quién sabe si envidia (sana) ??
Sí, probablemente fue un piropo 😉 Gracias Sebastián.