Tenía muchas ganas de leer ‘El Director’, de David Jiménez (Libros del KO, está en Amazon a 17,95 euros). Hace unos días lo busqué por casualidad en eBook Pozuelo -qué invento legal este de las bibliotecas de libros electrónicos, señores- y allí estaba, casi como si estuviera esperando por mí. Aparqué el libro que me estaba leyendo estos días (‘Valley of Genius: The Uncensored History of Silicon Valley’, interesante pero pesado) y me puse a devorar esta singular experiencia de quien fue director (sorpresa) de El Mundo durante un año.
Tenéis una breve muestra aquí. Es curioso, porque he encontrado ese enlace mientras buscaba enlaces para esta entrada y el titular que El Confi -o el autor- eligió para ese artículo promocional es adaptación de una de las frases que yo subrayé en el libro:
Comprarse un periodista no era posible en España, pero como dice el dicho afgano sobre la corrupción: del alquiler se podía hablar.
La afirmación está tan bien hilada como el resto del libro, pero me temo que es extensible a muchos más campos. Probablemente a todos, de hecho. Aquí arriesgaré al citar a Robert Redford en ‘Una proposición indecente’:
Puede que la peli sea facilona, pero la reflexión y el discurso giran en torno a una idea potente: la de que todos tenemos un precio, queramos o no admitirlo. En ‘El director’ ese tema está por todas partes, porque básicamente lo que lees es un retrato de cómo funcionan (todos) los medios en mayor o menor medida no ya en España, sino en todo el mundo.
El libro está muy bien escrito y es un sorprendente pasapáginas, sobre todo teniendo en cuenta que la temática no es la de la típica novela de Ken Follett. Es la historia real -al menos, desde la perspectiva del autor- de lo que ocurrió desde que ficharon a Jiménez como director de El Mundo hasta que lo despidieron.
A cualquiera que haya trabajado en medios seguramente lo que cuenta Jiménez le suene bastante.Yo viví la época de bonanza máxima de los medios impresos -salvando las distancias- en mi caso de tecnología, con PC Actual. Aquellos eran días en los que la gente (curritos) cogía taxis para ir al curro sin que los jefes dijeran nada y en los que regalos de navidad (o no navidad), viajes y comidas pantagruélicas eran no la excepción, sino la regla. Como yo era un pipiolo a finales de los 90 (a nivel profesional, sabéis que siempre he sido un titán en madurez intelectual) no me enteraba de mucho y tampoco le concedía demasiada importancia: no me paraba a pensar en que las cosas fueran de otra forma, porque aquello me quedaba muy lejos.
Ahora las perspectivas y las certezas son otras, pero básicamente me creo todo lo que cuenta Jiménez en su libro. Me gustaría conocer la versión de las otras partes, pero diría que es difícil que alguien llegue a corroborar todo lo que cuenta este periodista. Los que rodean al autor que han hablado del libro ha sido para criticarlo, por ejemplo. Digo yo que la gente querrá conservar sus trabajos o sus futuros profesionales, lógicamente.
Del libro me han gustado mucho unas cosas y muy poco otras. Como dice con buen criterio esta otra crítica de El Debate de Hoy (esta otra buena crítica también lo apunta), Jiménez pinta un retrato de sí mismo con el que es fácil no alinearse. Incluso sus fallos o defectos, cuando los menciona, parecen justificados en pos de un bien mayor. Todos querríamos ser él, defensor de un periodismo más puro, independiente y honesto. Y por extensión, incorruptibles, o al menos esa es la imagen que da el autor en el texto. Las intenciones que tenía al llegar al periódico parecían válidas, pero no entiendo que alguien de su experiencia no esperase encontrarse con lo que se encontró. Yo llevo ya algo más de 20 años en esto y a estas alturas esa situación en un medio -máxime siendo un gran generalista- me parece no ya medio normal, sino absolutamente esperable.
No me ha gustado demasiado ese uso exagerado de motes para unos (intuyo que aquellos contra los que va el libro) y curiosamente de ninguno para otros (sus aliados y colegas en esta aventura), pero quizás la idea era evitar demandas innecesarias por difamación. En El País criticaban que Jiménez «se queda corto en investigación y largo en chismes», y aunque es cierto que no hay pruebas de que lo que cuenta sea verdad, dudo que el objetivo del libro fuera demostrar científicamente algo más allá de que así funciona el mundo de forma muy general. Esto no era un compendio de evidencias para ponerle una demanda al personal. Esa ya la puso por separado, y como cuenta en el libro acabó llegando a un acuerdo que entre otras cosas entiendo que le permitía escribir el libro sin ir a la hoguera.
Creo que este libro es, como apuntaba esa primera crítica a la que me refería, una pequeña venganza. Una contra todos los que le hicieron la puñeta a Jiménez durante su mandato, tuvieran o no razón en hacerlo. De si esas razones existían -que supongo que sí- o eran válidas -ahí la cosa se pone difícil- nunca nos enteraremos probablemente, pero está claro que el ánimo es revanchista. Luego está el otro mensaje: el de cómo está el periodismo en nuestro país -y, supongo, en el mundo-. Los célebres y misteriosos acuerdos de los que se habla -hoy pongo publi por ti, mañana hablas bien de mí- podrían tener los días contados si los medios dejasen de basarse en publicidad y se basasen en un modelo de suscripción, algo de lo que he hablado ya tanto -la última vez, precisamente mencionando el paywall de El Mundo– que me canso a mí mismo de repetirlo.
Quien no haya tenido en mente un libro de estos, que tire la primera piedra. Y si os ponéis manos a la obra, espero que os salga algo que como poco sea igual de entretenido que el libro de Jiménez, que probablemente no nos descubre nada que en realidad no supiéramos ya, pero que al menos sí nos permite deshacernos de algunas bestias mitológicas (los grandes medios son perfectos de principio a fin) por el camino.
Bien por Jiménez.
Yo también he leído El Director y es un libro que me ha gustado por muchas razones. Además de las ya expuestas, mientras lo leía me identifiqué mucho con David Jiménez, debido a que mientras que él intentaba salvar un periódico y ejercer el rol que le habían ofrecido, a mí me pasó muy parecido con una asociación de retroinformática clásica en la que fui secretario con la misma intención de rescatarla mientras que realmente se me quería de hombre de paja. Al igual que le pasó a David, en el momento en que «el cardenal» de turno vio que no era manipulable, rápidamente intentó deslegitimarme (y al igual que en el caso de este libro, sin conseguirlo).
En realidad, hay muchos paralelismos en estos dos sucesos, como de hecho los hay con cada vez que una junta directiva o una persona pretende ejercer su poder desde atrás poniendo una supuesta marioneta por delante, y la cosa se le tuerce. Tristemente, ocurre muy a menudo aunque estos casos pocas veces salen a la luz por multitud de razones.
Dejando esto de lado, mientras iba leyendo el libro es como si fuera viviendo cada una de las encerronas que le hacían a David Jiménez, y yo pensaba «sal volando de ese periódico, esto es como la feria de Valverde, el que más pone, más pierde». Porque estaba claro que iba a ser culpable de cualquier cosa que ocurriera, que si había logros, nunca iban a ser mérito suyo, sino de los que lo pusieron y sobre todo, que los que exigían cambios, era con la boca chica y siempre que no se aplicaran a ellos mismos. O lo que es lo mismo:
El famoso mantra de «cambiar para que nada cambie».
Sí que considero que David Jiménez pecó de ingenuo y de sobrado, pensando que le daban esa plaza por su valía y por pensar que podía triunfar en una plaza en la que otros ya habían fracasado antes, y dando por hecho igualmente que le iban a dejar tocar la estructura de un medio tan cerrado a los cambios y tan inmóvil como lo era El Mundo. Siempre se dice que esas cosas se ven venir, pero a la hora de la verdad, resulta difícil librarse de algo así.
Me alegro enormemente de que David haya escrito el libro, ya que sospecho con bastante fuerza de que más allá de destapar lo que pase en el periódico o vender libros, el mismo tenía una misión expiatoria de sacar de dentro toda la ponzoña que se llevó de esa experiencia de locura (esas experiencias que a veces tenemos en la vida, por las que todos hemos pasado en mayor o menos medida y que únicamente nos sirven para saber lo que no se debe hacer). Si esto último lo ha conseguido, que yo creo que sí, ya le ha valido de sobra todo el esfuerzo de escribir el libro.
En cuanto a lo de usar apodos, no pienso que haya sido como objeto de mofa o revanchismo, simplemente y al igual que ya adelantas, usar los nombres reales le habría traído problemas, y de hecho ya hubo un intento desde dentro del periódico de denunciarle por la publicación del libro. Supongo que no lo hicieron no por falta de ganas, sino porque les habría costado demostrar en un juicio que realmente cada apodo se refería única y exclusivamente a un nombre concreto, y porque seguramente saldrían bastante peor parados ellos mismos, al reconocer de facto que son las personas que hacían esas cosas que vienen en el libro. Por cierto, lo que yo entendí al final del libro es que NO podía hablar sobre su experiencia, pero que le dio igual y lo escribió igualmente. De ahí que luego le quisieran denunciar.
El libro tiene un gran perfil didáctico y enriquecedor, ya que ayuda a desmitificar todas aquellas empresas que parecen inmaculadas y que no permiten que nadie diga algo malo de ellas, so pena de ser amenazados con toda clase de denuncias. Como se puede ver, no es cierto, y además se puede hablar de ello sin que se acabe el mundo.
Gracias por la reseña, por cierto.
Alejandro
P.D. Ah, he leído tu artículo sobre cierta feria retro que visitaste en 2018. Las sensaciones que describes me parecen tan sorprendentes como acertadas. 😉