Tecnología

Harry y la cesta de Navidad

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Basado en hechos reales.

Érase una vez una empresa cualquiera de un país cualquiera. Bueno, venga. Seamos detallistas. Pongamos que la empresa se llamaba BPE y que estaba en España. Oh, y un detalle importante. 

Era Navidad. 

Nuestro protagonista, David (pronunciado Deivid, recordad, estamos en una historia de Harry y hay que estar sueltos con el inglés), acababa de aterrizar en aquel emporio sin saber muy bien lo que sería de él. Harry ya llevaba algo más de un año trabajando en ella, así que no le extrañó que los compañeros de David, que estaban en otra sección, urdieran la tradicional inocentada para los nuevos. Él no había pasado por aquel proceso de iniciación, pensó aliviado, y parecía un rito que empezaba a coger fuerza en esa época. 

—A ver David —le dijo John, uno de sus jefes—, deja de configurar el módem y ven acápacá.

—Dime, John —contestó David. 

—Toma.

John le acababa de pasar un catálogo. No uno de ropa ni de colchones, no. Uno de cestas de Navidad del mismísimo Corte Inglés. El extraño gesto hizo que lógicamente hiciera una ligera mueca. Nada demasiado sospechoso: poner muecas el primer día podía marcar tu apodo para siempre. Lo importante era ser neutro. «Sé neutro, sé neutro, sé neutro» había canturreado David antes de abrir la puerta de BPE hacía unas horas.

—A ver, todos los empleados tenemos que elegir una cesta de Navidad del catálogo, nosotros ya lo hicimos hace unos días, y lógicamente tú también tienes derecho a la tuya. Mírate el catálogo, elige la que quieras y ve a decirle a Super-Anthony cuál has decidido que quieres —le explicó John, circunspecto. 

Aquí es donde hay que explicar quién era Súper-Anthony. Súper-Anthony era, además de el fundador y presidente de BPE —lo de CEO no se usaba en estos lares por el momento—, un semidios para la mayoría de la plantilla. Uno curiosamente agradable, eso sí. Harry se había cruzado con él alguna vez en los pasillos y le pareció un tipo bastante cordial. Para ser un semidios y todo eso. Pero como todo semidios, era impensable que un currito de tercera división como Harry pudiera dirigirse a él de buenas a primeras. Espero que vayáis cogiendo de qué va el tema. 

El caso es que David intentó no sonar demasiado incrédulo. 

—¿En serio?

—Pues claro. La empresa va como un tiro, ya te lo comenté en la entrevista. Hay que trabajar duro, sí, pero tenemos nuestras recompensas —dijo John con convicción. 

—Anda —respondió David—, pues genial. Voy a ello. 

Efectivamente, David se puso a ello. Se fue a su mesa mientras el resto de esa sección intentaba que no se notase nada. Del resto de compañeros la mayoría ni sabían que la inocentada estaba en marcha: era demasiado peligroso, pero Harry tenía poderosos contactos, y no pudo evitar mirar de reojo mientras terminaba su artículo sobre SuSE Linux 7.1. 

David, mientras tanto, parecía cada vez más experto en catálogos de cestas navideñas. Tras repasar aquella edición durante 15 minutos sonrió, dobló el catálogo por la página con la cesta elegida, y se levantó de la mesa con un aura de invencibilidad. 

—Listo, John, ya sé cuál quiero. 

—Perfecto. Venga, ve a ver a Súper-Anthony y no tardes mucho, que hoy tenemos un día ajetreado y la red RDSI no va muy bien. Cuanto antes empecemos, antes terminaremos. 

—Claro, claro. Vuelvo en un minuto. 

David se fue con una extraña mezcla de decisión y confianza. El pobre ingenuo, pensaron sus compañeros. Todos le siguieron de reojillo mientras salía de la primera planta para subir a la segunda, donde estaban los despachos de los jefes y por supuesto el despacho de Súper-Anthony.

David llamó a la puerta con cierta inquietud, pero contento del buen rollito que se mascaba en aquella empresa. «Cómo mola«, pensó, «aquí hasta los curritos de tercera división podemos hablar con los súper jefes«. 

—Toc, toc.

—¿Sí? —una voz sólida, de semidios, pero con un tinte de curiosidad preguntó desde el interior. 

David pasó al interior del despacho.

—Ehhhh… Ho-hola, Súper-Anthony. Digo… Ho-hola, Sr. Presidente de la insigne, ínclita y maravillosa BPE. 

—Llámame Anthony, chaval —respondió Súper-Anthony con sorpresa pero con más y más curiosidad—. Por cierto, ¿quién eres?

—Ah, muy bien, Anthony —David lo confirmaba. Era un súper jefe enrrollado. Esto marchaba—. Soy David, acabo de empezar en la empresa, es mi primer día.

—Hombre, bienvenido —dijo Súper-Anthony, cordial.

—Gracias Anthony —contestó con confianza. Ya se veía yendo a jugar al golf mus con el jefe y trepando hasta las  más altas esferas de BPE—. Verás, me han dicho lo de las cestas de navidad y ya he elegido la mía. 

—¿Qué cestas de navidad?

—Pues eso, Anthony —A David empezaba a no cuadrarle algo—. Lo de elegir una del catálogo para pedirla a tiempo. Ya he elegido la que quiero, mira, es ésta. 

David le enseñó la página orgulloso y satisfecho, pero un instante después se fijó en la mirada de Súper-Anthony. Algo no iba bien. Algo no iba nada bien. 

—A ver, chaval. Alguien te ha gastado una buena broma. Aquí no damos cestas de Navidad. Aquí se viene a trabajar, cachondo. 

—¿Q-Q-Q-Qué? ¿C-C-C-C-Cómo?

—Pues eso. Que tu equipo te ha querido dar la bienvenida con una simpática inocentada navideña para novatos de nivel uno —le explicó Súper-Anthony con paciencia. La cosa había tenido gracia, reconocía, así que a pesar de ser un semidios decidió no hacérselo pasar peor al pobre incauto. 

—A-A-A-A-Ah… E-E-E-Ehhh bueno, pues perdona las molestias, Súper-Anthony —murmuró David, que apenas sí tenía voz para murmurar algo. En ese momento quiso que un gigantesco agujero negro se abriera bajo sus pies y se lo tragara por siempre jamás. No sucedió, así que arrastró sus pies como pudo hasta la salida. —Lo dicho, disculpas, Súper-Anthony, digooo, Anthony. 

—Anda, anda, no te preocupes. Y no seas tan pardillo, por dios, que ya tienes una edad. 

David bajó a la primera planta, donde obviamente toda su sección se estaba partiendo la caja al verle llegar. Aterrizó como pudo en su asiento rodeado de sus nuevos compañeros, que trataban de quitarle hierro al asunto. John se le acercó con los ojos llorosos y trató de pedirle disculpas entre risas. 

—Perdona hombre, ya sabes cómo es esto. No te preocupes, y no nos lo tengas en cuenta, ¿eh?

—Claro, claro —respondió David con la cara colorada. Sabía aceptar las bromas, y lo cierto es que aquella había sido bastante brutal. De hecho, lo reconoció. — La verdad es que la broma ha sido brutal. 

—Sí, ha sido una de las mejores. Va a ser difícil superarla —rió John. 

—Bueno, eso que me llevo. Además, otra cosa no, pero ahora Súper-Anthony se va a acordar de mí toda la vida, y para bien. 

—Pues claro, chaval. Si por eso lo hemos hecho. 

John le guiñó un ojo, y David sonrió. Le molaba aquella empresa

Como a Harry, que sonreía al fondo. 

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4 comentarios en “Harry y la cesta de Navidad

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