Hasta no hace mucho en Internet parecía premiarse aquello del «lo bueno, si breve…«. Yo mismo adopté el formato de escritura kitkat (ya sabéis, para consumir en pausas) en The Inquirer ES, donde el 99% del contenido no pasaba de cuatro párrafos breves, sin imágenes y que iban totalmente al grano. El formato triunfaba, y de hecho la cosa fue aún a más con la popularización de Twitter, un medio que hace de la expresión breve un arte.
Y de repente comenzaron a llegar los artículos largos. Long-forms, o long-reads, los llamaban. Aquellos tochos de cole solían recuperar el gusto por el periodismo profundo que parecía haber quedado relegado al papel, y sobre todo al principio supusieron un verdadero soplo de aire fresco. Los que los pusieron en marcha los utilizaron para desarrollar de forma mucho más atractiva contenidos que podían dar mucho de sí. En el segmento de la tecnología The Verge ha sido sin duda el referente –de hecho el primer artículo de su historia fue precisamente todo una declaración de intenciones en este sentido–. Muchos le siguieron dentro y fuera del sector de la tecnología, y el año pasado vivimos un verdadero frenesí de los artículos largos.
Los long reads molaban en todos los sentidos. Como indica Jonathan Miller en un fantástico (y no muy largo) artículo al respecto, ese término aplicado al contenido «confiere respetabilidad y tiene una connotación especial, algo literaria«. Así es: los artículos de este tipo parecían devolver el periodismo al periodismo. Y en muchos casos se aprovechaban de otra corriente editorial muy de moda, la de los artículos art-directed, en los la forma es tan importante como el fondo.
Pero pasó lo que tenía que pasar. Lo que era inevitable. Que los artículos largos, que nacieron (o mejor dicho, re-nacieron) como una forma de abogar por los contenidos de valor, se convirtieron en un mero reclamo. Y cito de nuevo a Miller:
The problem is that long-form stories are too often celebrated simply because they exist. And are long. […] When you fetishize — as opposed to value — something, you wind up celebrating the idea of the thing rather than the thing itself.
Así es. Y Marco Arment comentaba a su vez sobre el artículo de Miller en un no menos brillante resumen de la situación en el que desvelaba un efecto colateral: sitios como Instapaper se han convertido en almacenes de long-reads. Mi cuenta en Instapaper es una demostración evidente de ello: si tienen 6 u 8 párrafos lo leo directamente en el sitio. Si tiene más, pero pinta bien –y eso se suele saber pronto– va directo al Instapaper. Y de paso, a Flipcognitosis.
Lo malo es que son pocos los artículos largos que logro acabar leyendo. Acumulo tanta lectura larga –teóricamente apasionante– que me da hasta pereza abrir Instapaper y comenzar a ir leyendo esos textos. Arment lo explicaba muy bien aludiendo a cómo los contenidos cortos nos permiten hacer lo que nos gusta. Es decir: nada de centrar nuestra atención más de 2 minutos en la misma cosa: Que viva la procrastinación y el cambio de contexto.
El otro problema es el que verdaderamente está comenzando a ser el principal hándicap de esta corriente editorial que estamos convirtiendo en fetiche y con la que los que estamos trabajando en medios deberíamos tener mucho cuidado. Y cito (de nuevo, y por última vez) a Arment, que lo explicaba la mar de bien:
The problem is that long doesn’t mean good — it just doesn’t look like most of the junk. Too many people now ask for (and produce) “long-form” when they really want substantial. It’s entirely possible to be substantial without being long, and good editors have helped writers strike that balance for centuries. Emphasizing and rewarding length over quality results in worse writing and more reader abandonment.
Que sea largo no significa que sea necesariamente bueno. Grabaos eso en la cabeza. Yo ya lo he hecho.
Totalmente de acuerdo con que lo largo no es necesariamente bueno por el hecho de ser largo. Y eso lo demuestran Enric González o el metafórico Manuel Vicent, o aquel Monterroso de los cuentitos de una línea. La verdad es que cuando veo un artículo en Internet de varias páginas o de 150 líneas, me arrugo. Un abrazo.
A Monterroso no le conozco, pero le echaré un vistazo… Y sí, esos artículos dan perecita. Con lo a gusto que está uno leyendo tuits de 140 caracteres que resumen nuestra existencia 😉