Recuerdo haber guardado aquella página de El País. Era un 18 de febrero de 1995, y el artículo se titulaba «Duelo en el ciberespacio«. Contaba cómo el FBI había logrado arrestar a Kevin Mitnick, calificado como «el pirata informático más buscado en EEUU».
En El País llegaban un poco tarde a contarlo: la noticia original —que yo sepa— salió de The New York Times, que publicó dos días antes la célebre historia de John Markoff «A Most-Wanted Cyberthief Is Caught in His Own Web«. Muchos de los que apoyaban a Mitnick —impulsando por ejemplo el movimiento #FreeKevin— vilipendiaron a Markoff. Consideraban que había exagerado los hechos y había hecho un trabajo periodístico poco profesional. Dio igual: acabaría coescribiendo con Tsutomu Shimomura —experto en ciberseguridad que ayudó a la busca y captura del hacker— el célebre libro ‘Takedown’ contando la persecución y arresto de Mitnick. Ese libro se acabaría convirtiendo en una (poco memorable) película en 2000.
Yo me leí el libro y me vi la película en cuanto supe que existían. No recuerdo nada de ellos, pero sí recuerdo una cosa. Mitnick me fascinaba. Lo hizo como alguien real, porque a mí ya me había fascinado un personaje de ficción al que Mitnick me recordaba bastante: David Lightman, el hacker al que encarnó Matthew Broderick en la legendaria ‘Juegos de Guerra‘ de 1983. Tanto el uno como el otro encarnaban a la perfección lo que (para mí) significa ser un hacker. Que no es, en esencia, más que ser curioso.
Y Kevin Mitnick lo era. Sus hazañas (algunos las calificaron o las pueden calificar de delitos) eran prodigiosas, y fue —que yo sepa— el maestro entre los maestros en el ámbito de la ingeniería social. Pero sus gestas —de nuevo, por lo que sé— no estaban destinadas al mal o a causar daño, sino a revelar problemas de seguridad para que luego pudieran ser corregidas.
Puede que al principio Mitnick tuviera un punto gamberro, pero tras su arresto y estancia en prisión acabó dedicándose a la consultoría y a ser ponente en conferencias. Tenía mucho que contar y mucho de lo que hablar, pero siempre con ese enfoque del hacker que es hacker. No el ‘hacker’ que utilizan muchos medios para hablar de ciberdelincuentes. Esos son otra cosa.
Kevin Mitnick era un hacker. Diría que fue el hacker entre los hackers.
Seguí el caso tanto como pude —internet estaba en pañales por entonces, así que el acceso a información era muy limitado—, y su vida hizo que me apasionara todo lo relacionado con la ciberseguridad, aunque nunca me dedicara a ello más allá de probar a ver si descifraba alguna Wi-Fi. De lo que estoy seguro es que de que tanto la película de ‘Juegos de guerra’ como la historia de Mitcnik inspiraron a muchos hackers posteriores, incluidos los actuales.
Y hoy me entero de que Kevin Mitnick murió el pasado 16 de julio.
Chema Alonso, nuestro hacker más famoso, lo contaba en su conocido blog, ‘Un informático en el lado del mal’, y de paso nos acercaba al mito. Él lo conocía muy bien: fue su amigo durante años. Sus palabras son un sentido homenaje a la leyenda. Le define como «un niño divertido, un niño mayor alegre y juguetón». Me lo creo: por algún vídeo que he visto de él posteriormente, parecía un tipo sensacional. Me hubiera encantado conocerle.
Jason Scott, historiador y responsable de Textfiles, publicaba en Twitter un fantástico mensaje de despedida. Uno con sorna. Uno que probablemente le hubiera gustado a Kevin Mitnick.
D.E.P.
Sobre su persecución y captura, Mitnick escribió el libro «Ghost in the wires».
Sí, y luego hubo algún documental curioso como ‘Freedom downtime’, que hicieron los responsables de la revista hacker 2600.