(Esta historia está basada en hechos reales)
Harry caminaba feliz por la madrileña Carrera de S. Jerónimo. Lo hacía además con banda sonora, o casi: escuchaba un podcast en sus auriculares Bluetooth marca corchopán. La vida era maravillosa.
De hecho hacía un día radiante. Demasiado. 10 °C de temperatura a las 9 de la mañana, algo que molaría si no fuera por el hecho de que era febrero. A Harry le pasó por la mente la idea del apocalipsis y el fin del mundo, pero la desechó rápidamente: molaba que hiciera ese buen tiempo en febrero, y ya está. Más o menos.
Se encaminaba a uno de esos encuentros que aspiraba a tener desde hacía años. Unos días antes llegaba un nuevo mensaje a su atropellado buzón de correo. «Te invitamos a un desayuno con Satya Nadella«. Harry no leyó mucho más. Confirmó su asistencia y se pasó días y noches enteros pensando de qué hablaría con el CEO de Microsoft, el hombre capaz de darle la vuelta a la tortilla y recuperar el camino en una empresa que parecía abocada a la irrelevancia con Ballmer.
«Le voy a decir que ponga puertos USB-C de una vez a los Surface Pro y los Surface Laptop y que se deje de tantas gaitas«, pensaba Harry mientras se acercaba al hotel Westin Palace. «Eso, claro, y lo que me sugirió Sally. Que para cuándo una Xbox One X gratis para periodistas. Ah, no. Eso era también ocurrencia mía«.
Nervioso, se encaminó a la sala reservada para el evento. De repente, mosqueo. «Uy, cuánta gente hay aquí. Bueno, es un hotel medio famosete. Será lo normal«.
Pero más y más gente bajaba con él a la sala donde se celebraba el encuentro. Harry se dio cuenta del pastel. Aquello no era un desayuno con Satya Nadella vis a vis. Aquello era un desayuno en el que luego hablaría Satya Nadella un ratito. No con él, claro, sino con una moderadora a la que habían designado para hacer preguntas estupendas.
Harry se encaminó a la zona donde unas amables azafatas tomaban nota de los asistentes. Con su desparpajo y saber estar habitual se dirigió a la primera que quedó libre.
—Hola, soy Harry, vengo por lo del desayuno.
—¿Harry… qué más? —preguntó la azafata con una sonrisa impecable. Harry le dio su apellido.
—Mmm… no está en la lista. ¿No será usted de prensa?
—Ah, claro —dijo Harry como haciéndose el despistado. De prensa. De esos. Al final de la mesa había un pequeño cartelito con una azafata expresamente dedicada a gestionar los asistentes de prensa. Por lo menos ya no eran «los de los blogs».
—Sí, aquí está usted —dijo la azafata (de los de prensa) amablemente tras preguntarle de nuevo por su nombre y apellido —. Puede dirigirse a las mesas para prensa. Son las que están en esta zona—dijo señalando a un mapa de situación de mesas tipo bodorrio.
Harry localizó las mesas en cuanto entró en el salón de actos. Estaban donde Cristo perdió el gorro. Delante de él había unas chorrocientas mesas redondas más llenas de gente trajeada. Se preguntó qué hacía toda esa gente trajeada allí y por fin hizo lo que tenía que haber hecho desde el principio. Leer bien la convocatoria de prensa.
«La Asociación de Gente Trajeada se complace en invitarle a un desayuno con Satya Nadella, CEO de Microsoft«.
El mensaje era más o menos ese, pero claro, Harry no había prestado atención. Admitiendo la derrota se fue a su pequeño gueto en la parte de atrás, con sus compañeros de prensa. Esos. Allí se encontró con caras familiares. Una de ellas, vieja conocida de Microsoft, le confirmó otro dato curioso.
—Ah Harry, no te preocupes y desayuna tranquilo —dijo señalando las mesas. Efectivamente otra cosa no, pero había cositas ricas ricas para desayunar a gusto —Satya no hablará hasta las 10.
—Pero en la nota ponía que a las 9.15 empezaba el invento, ¿no?
—Sí bueno, pero era para dar tiempo a todo el mundo a llegar. En realidad Satya no hablará hasta las 10.
—Oh.
Harry reconoció que aquella técnica había funcionado a la perfección. Lo normal en las convocatorias de prensa habituales era citar a la gente a una hora para luego empezar entre 20 y 30 minutos más tarde. Había compañeros de prensa que por lo que fuera —el tráfico, los niños, que no les salía de las pelotas llegar a su hora, un encargo de última hora— siempre llegaban tarde, así que en Microsoft se habían asegurado de que todos estarían para cuando Satya empezara a hablar. Les había citado prometiéndoles el comienzo 45 minutos antes, y listo.
¿Qué hizo Harry? Lo que hace el ser humano siempre. Adaptarse y comer. Desayunó a cuerpo de rey mientras seguía hablando con John, un viejo compañero de batalla y el rato, la verdad, no se le hizo demasiado duro. Hasta le molestó que Satya se presentara puntual como un clavo a las 10. Pero bueno, era lo que había venido a hacer, así que como profesional de tomo y lomo que era, dejó la cháchara, se tomó lo que quedaba del café y el último mini-sandwich y se preparó para lo que suponía sería un discurso absolutamente vacío e inútil. Una pérdida de tiempo muy española.
Satya empezó a hablar al ser preguntado por la moderadora. Lo hizo con su característico timbre de voz, con esos gallitos que por lo visto nadie notaba —o a nadie le importaban— y que hacían que recordase inevitablemente a Shaggy, el personaje de Scooby Doo. Harry podía oírlo, pero apenas podía verlo. Entre 200 y 300 personas debían estar allí, calculó. Casi todas con traje.
Las que no lo llevaban, claro, eran los de prensa. Esos.
A medida que avanzaba el diálogo, Harry confirmó todos sus temores. Aquello era un truño. Un absoluto rollo macabeo. Satya seguía hablando, pero como los grandes directivos, los grandes políticos o todos los futbolistas del mundo, lograba algo asombroso: hablar sin decir nada.
De cuando en cuando soltaba una palabra de moda. Un buzzword. Algo tipo «nube» o «inteligencia artificial». En inglés, claro. Como esa otra que le gusta tanto a Satya: «empowering«, y cuya traducción habitual en los medios, empoderar, sonaba a algo bastante desagradable. «Quiero empoderarte«. «No sé cómo le sonará eso a la gente, pensó Harry, pero yo no me dejo empoderar ni para atrás«, pensó Harry con la cara desencajada. En inglés, una vez más, algunas palabras molaban mucho más que en español.
En esas reflexiones andaba Harry, tratando de tomar notas de cuando en cuando. Intentó sacar alguna foto con su móvil, pero la distancia era tal que aquello era absurdo. Era más fácil sacar una foto a los televisores repartidos por la sala en los que Satya salía a tamaño algo más grande, pero incluso así aquello resultaba ridículo, pensó Harry.
La función, afortunadamente, acabó rápido. Todos se levantaban sonrientes y encantadísimos de haber escuchado a Satya Nadella, que no había dicho absolutamente nada durante 30 minutos de charla. Los trajeados, claro, sabían que aquello era todo un arte. Se sentían como en casa. Los de la prensa, esos, mientras tanto, se levantaban con cara de circunstancias. Sabiendo que había que aceptarlo y que ni Satya ni ninguno de toda esa gente con traje, directivillos y directivazos de todo tipo de empresas, podían ser mínimamente interesantes en una entrevista. ¿Por qué?
Porque jamás darían titulares.
Harry lo comentaba con John. Eso es parte del trabajo de todos esos directivos. No salirse del guión. No dar titulares. No decir nada, o, como mucho, decir lo que pone en ese guión del cual no hay que salirse. Uno que probablemente ha sido confeccionado con el mismo propósito que tantos y tantos mensajes de empresas, políticos y futbolistas. No decir nada. En esas estaba, comentando con su compañero la jugada.
—Madre mía, John, menudo truño.
—Bueno Harry, ya sabes cómo esto.
—Sí, pero se hace duro. Esperaba más de Nadella.
—Precisamente por ser Nadella lo que tienes que esperar es menos, Harry.
—¿Qué quieres decir?
—Ya lo sabes. Esta gente no se puede salir del guión. Si lo hacen pasa lo que pasa: las acciones se tambalean, los inversores entran en pánico, el mundo se vuelve un caos. No pueden decir absolutamente nada que no esté confeccionado para pasar por los filtros de la corrección.
—Tienes razón John. Mira a Musk, que de vez en cuando las suelta.
—Ahí le has dado. Por eso nos gusta tanto Musk. Porque se sale del tiesto y da titulares. Satya no es así.
—Cierto John. Qué vida más triste. Sin poder salirte del guión.
—Pues sí. Pero la pila de millones que se está llevando mientras, ¿qué?
—Meh. Anda, salgamos de aquí. Al menos hemos tomado un desayuno decente.
—Menos es nada, Harry.
—Menos es nada, John.
FIN.
Epílogo: John, que es un profesional de tomo y lomo, ha logrado hacer una crónica real del evento que es una pasada teniendo en cuenta lo poco que había que contar. Aquí la tenéis. Lo curioso es que no la leí antes de publicar la historia de Harry, pero ambos mencionamos lo difíciles de tratar que son estos encuentros. Pero mira, él lo ha conseguido. Crack.
La irrefrenable emoción con la que hablabas en entradas anteriores del encuentro me hacían presagiar algo así…
😀
😉
Javi, te sigo desde hace tiempo, me encanta tu estilo y acidez, y que, por suerte en éste mundo de apariencias hiperdulcificadas, tienes voz propia y sin tapujos.
Éste artículo es para enmarcarlo. Explica muchas, muchas cosas, más de lo que se puede leer en superficie. Unas empresas que en el fondo no quieren que nada cambie, si no lo cambian ellas, si no lo lideran ellas, por mucho «empowering» que esparzan por los vientos.
Por cierto, eres el culpable de algunas de las últimas compras que he realizado. ¡Que lo sepas!
Muchas gracias Jose Alberto, qué fantástico que te haya gustado. Me da un poco de rabia que estas historietas suelan tener pocos comentarios porque cuestan un poco más de la cuenta, así que este tipo de cosas me anima 🙂
Y bien por esas compras 😛 Espero que todos los cacharritos te hayan ido bien!