Una vez tuve una Wii. Me duró un mes. Nunca acabé de cogerle el gustillo a una consola que casi desde el primer momento se convirtió en esa consola para «jugadores ocasionales». El mensaje provocó un incremento de ventas notable -la navidad de 2006 era bastante complicado conseguir una- pero también apartó a Nintendo de la batalla por el jugador de toda la vida. Si querías jugar de verdad, mejor una Xbox 360 o una PS3.

Aquello, creo yo, condenó el futuro de una Wii que se quedó con ese sambenito para siempre y no pudo salir de ese concepto. Muy bien para las fotos promocionales con familias felices, pero muy mal porque la realidad es que pocas veces la familia quiere jugar a un mismo juego en una consola. Ya es difícil que todos jueguen a algo en la consola, de hecho.

Yo nunca me he sentido atraído por Nintendo. Me parece un gigante de los videojuegos que simplemente no acertaba con mis gustos. Creo que jamás he jugado más de 5 minutos a algún Mario (¿Kart?) y que nunca he jugado a Zelda. «¡Hereje!«, me diréis. Bueno, es una forma de verlo: simplemente prefería otros juegos en otras plataformas.

Eso no quita para que no haya seguido los pasos de la empresa de reojo, algo casi obligado por mi profesión. La marcha imperial que habían marcado a finales de los 90 se convirtió en un paso cochinero cuando pasamos de milenio. Nintendo era cada vez menos relevante, y ni en catálogo ni en dispositivos parecía poder competir con sus viejos rivales (Microsoft y Sony) ni con los nuevos (todos los fabricantes de smartphones).

A todos se nos ocurrió lo mismo: Nintendo debería hacer juegos móviles. ¿A qué están esperando? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Son cabezones como ellos solos, e insisten en defender una estrategia que de momento no les está dando demasiados buenos frutos. En las ferias de videojuegos como el E3 Nintendo pasa ya sin pena ni gloria, ensombrecida por las superproducciones de Sony y Microsoft y más relegada que nunca a un segundo plano de esos juegos ocasionales que no dan para comer.

Y entonces llegó Pokémon Go, ese juego que en pocos días ya se ha convertido en el fenómeno sociotecnológico del año y que ya tenemos hasta en la sopa. Lo más gracioso es que Nintendo ha tenido bastante poco que ver en su desarrollo, que ha sido realizado por una empresa llamada Niantic y que aún así se alimenta de ese halo mágico que tienen las grandes franquicias de Nintendo.

¿Qué es lo que nos enseña esto? Pues que Nintendo debería rendirse de una vez por todas a la evidencia. Todo el mundo quiere a Nintendo en móviles. Menos Nintendo, por lo visto. Aprovechar sus franquicias con juegos cuidaditos y adictivos -y desde luego, con un montón de in-app purchases– es algo que puede asegurar su futuro a corto plazo, algo que no tengo tan claro que haga su futura Nintendo NX.

Es como lo de las pelis de superhéroes. ¿Cómo es que nadie se daba cuenta de que eran un filón? De repente Marvel se saca de la manga X-Men en 2000 y se da cuenta del chollo que tiene entre manos. Ahora tenemos 3 ó 4 películas al año y nos esperan unas cuantas más que darán vida a ese «Marvel Cinematic Universe«, pero es que por el camino esta editorial está llenando sus arcas a un ritmo brutal.

Pues con Nintendo, lo mismo. ¿Os imagináis poder jugar a los jueguecitos de Mario, Zelda y demás en vuestros móviles y tablets? Pues preparáos, porque puede que Pokémon Go sea para Nintendo ese X-Men que les haga entrar en razón. Ese con el que se den cuenta de que tienen un filón en sus manos.