De cuando en cuando aparecen esas pequeñas grandes historias que hacen imposible no enlazarlas, volver a enlazarlas, y acabar hablando sobre ellas por aquí. Es el caso de “The Shut-In Economy“, un reportaje escrito por Lauren Smiley para Matter. Esta, por si no la habéis visto, es una de esas revistas -la otra para mi gusto es BackChannel– que aprovechan la plataforma de Medium de forma excepcional.
Pero volvamos al tema. La historia que nos plantea Smiley -supongo que la chica recibirá unas cuantas bromas por ese apellido- nos permite echar un vistazo a cómo viven esos nuevos ricos (o aspirantes a) que no paran de buscar fortuna en San Francisco. Una ciudad que para los emprendores friquis se ha convertido en algo así como la homóloga de lo que en su día era París para los artistas.
Ese vistazo es aterrador. Y lo es porque muestra una división absoluta entre esos nuevos ricos y los curritos de toda la vida. Los primeros, practicantes de esa religión para mi absurda en la que uno vive para trabajar y no lo contrario, y los segundos, que precisamente hacen tres cuartos de lo mismo pero para que los primeros puedan mantener ese estilo de vida.
Aquí se nos habla de esos ubers, squares, twitters -parece que nada de googlers- que no salen de sus jaulas doradas porque no lo necesitan. Es la perfecta vida a domicilio. Piden la comida a domicilio, les lavan la ropa a domicilio, les hacen las manicuras, pedicuras y algún que otro masaje (¿con final feliz?) a domicilio, y viven comprándolo todo a domicilio. Y si se mueven, lo hacen también con servicios como el infame Uber que esgrime, como muchos de esos otros servicios, el eslogan de que la economía colaborativa nos salvará.
And that’s when I realized: the on-demand world isn’t about sharing at all. It’s about being served. This is an economy of shut-ins.
Pero como dice la autora, esa vida bajo demanda en la que estos esclavos del trabajo están totalmente inmersos es una vida en la que todo se basa en que te sirvan. La relación con quienes les hacen esos trabajos mundanos es prácticamente inexistente -algunos por lo visto prefieren no estar cuando aparecen los seres del inframundo (curritos)- y la única motivación de estos trabajadores es la de evitar hacer tareas mundanas que otros pueden hacer para que ellos puedan seguir trabajando más y produciendo más.
Debo confesar que en cierto modo muchos tiramos de esa filosofía. Las tareas de limpieza en casa hace tiempo que las llevo a caso una chica que es una absoluta máquina, que parece feliz haciéndolo, y con la que nos llevamos estupendamente. El dinero mejor pagado del mundo (¡pipi!) dicen, y en cierto modo lo es. Y aunque ese tiempo que le ganamos a la limpieza se lo dedicamos a trabajar -pero claro, la chica viene en horas en las que teletrabajamos- utilizar ese tipo de comodidades es algo ocasional y que de hecho aprovechamos normalmente no para trabajar más, sino para tener más tiempo libre que ocupar en otras cosas.
¿Utilizaría más y más esos servicios si estuviera forrado? Aquí siempre me viene a la mente la imagen de Wall-E en la que todos los seres humanos, orondos y hermosos ellos, no se levantaban de esas súpersillas ni para mear miccionar. Y aunque entiendo que estos nuevos ricos son felices con su situación y con esa ausencia de vida social, espero sinceramente que no nos dirijamos a ese futuro. Y ahora, con vuestro permiso, voy a comprarme algo en Amazon.
Maldición.
Afortunadamente esos nuevos ricos representan un pequeño porcentaje dentro de un grupo social que ya es una minoría. El resto, a vivir la vida con sus altos y bajos!
Es la diferencia entre una persona que esta contenta con su smartphone nuevo y otra que su hijo pequeño aprendió dos palabras nuevas.